MÉDICO HERNANDO RAFAEL PACIFIC GNECCO

Por: Hernando Pacific Gnecco*

“Errare humanum est”, decía Séneca el Joven, sentencia aplicable a toda la humanidad en todo tiempo y lugar ¿Quién no se ha equivocado? Sin embargo, de los errores pueden surgir algunas enseñanzas: no repetirlos es una de ellas, aprovecharlos en beneficio es importante. Ocasionalmente los errores traen consecuencias afortunadas. Pueden ser golpes de fortuna para quienes andan con la mente despierta; aprovecharlos creativamente es de personas inteligentes. Ciertos traspiés que produjeron cambios de enfoque resultaron en grandes aciertos.

Es conocida la historia de Alexander Fleming y su descubrimiento de la penicilina; como este, hay otros ejemplos sorprendentes. Los licores de alcohol concentrado son conocidos desde la antigüedad; lo que hoy se conoce como brandy se origina hacia el siglo XII. Los mercaderes le sacaban parte del agua al vino para facilitar y abaratar su transporte marítimo, reconstituyéndolo al llegar al puerto de destino. Según la leyenda, algún barril de madera con ese concentrado que se olvidó por bastante tiempo en un barco sirvió para calmar la sed de los marineros: encontraron delicioso ese aguardiente que ganaría popularidad desde el siglo XV. El caso del Viagra® es curioso; toda investigación de medicamentos tiene una tasa prevista de abandonos durante el estudio. Se investigaba el sildenafilo para tratar la enfermedad coronaria; los científicos observaron que la deserción de los pacientes era mínima, lo que les causó curiosidad. No tardaron en descubrir que el medicamento corregía la disfunción eréctil de los varones, lo que explicaba por qué no hubo casi abandonos durante el estudio.

Abundan los yerros de consecuencias positivas. Por ejemplo, la cirugía oftalmológica con láser derivó del error de un estudiante chino, Detau Du, mientras alineaba unas máquinas de láser en el laboratorio del físico francés Gérard Mourou; un potente haz de luz le hirió uno de sus ojos. El médico de urgencias le preguntó al físico acerca del láser, ya que había producido una herida localizada y perfecta. La consecuente investigación para desarrollar la cirugía refractiva le valió un premio Nobel al francés. El caso del microondas es también difundido; en 1945 Percy Spencer trabajaba en un proyecto con un radar llamado magnetrón. Notó que una barra de chocolate que llevaba en el bolsillo se había derretido; intrigado, siguió investigando con otros alimentos, encontrando que las ondas que emitía el aparato eran capaces de calentar y hasta cocinar alimentos: nacía el primer horno de microondas, el Radarange.

Los post-it, esos útiles recordatorios, son producto de una chapuza. A Spencer Silver le encargaron desarrollar un pegante extrafuerte, pero le salió uno muy débil y pegajoso. Ahorrativo como era, lo aplicó a pequeños papeles para marcar las páginas del cancionero de su iglesia; descubrió que podía retirarlos sin dañar el papel del cancionero.

Se cuenta que, en el cuento de Blancanieves escrito por Charles Perrault, un error de traducción derivó en las zapatillas de cristal (verre en francés), bastante más glamorosas que las de ardilla (vair designa la piel del simpático roedor). La serendipia bien aprovechada llevó al descubrimiento de la sacarina; en 1879 los químicos Ira Remsen y Constantin Fahlberg hacían experimentos en la Universidad John Hopkins. Durante uno de sus ensayos, Fahlberg olvidó lavarse las manos, percibiendo en ellas un olor y sabor extremadamente dulce; accidentalmente habían desarrollado la sacarina que, durante muchos años, fue un popular sustituto del azúcar que retiraron del mercado por sus posibles efectos cancerígenos.

En DuPont experimentaban con gases para refrigeración; Roy Plunkett había almacenado tetrafluoretileno en unos cilindros a muy baja temperatura. Su asistente Jack Rebok abrió uno de los cilindros notando que no salía gas, pero el artefacto mantenía el mismo peso. Desenroscaron la válvula encontrando una sustancia con varias propiedades: químicamente inerte, tenía un punto de fusión alto y un coeficiente de fricción muy bajo. Sometido a presión, el tetrafluoretileno se había transformado en teflón.

¿Qué podemos aprender de los errores? Mantener siempre la mente abierta, no temer al fracaso, fomentar la creatividad y valorar la serendipia.

*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario, Conferencista . Columnista *

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