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Por: José Félix Lafaurie Rivera.* @jflafaurie

Se sentaron a conversar nuevamente el presidente Petro y el expresidente Uribe, en una reunión que no estaba en la agenda del primer mandatario y tampoco tenía propósito temático alguno; fue más bien un “encuentro”, con todo lo que esta palabra significa para un país de “desencuentros” derivados de la polarización, que no es mala en sí misma, pues estar en polos ideológicos opuestos y pensar diferente no tiene por qué ser sinónimo de enemistad o de violencia, sino, por el contrario, de complementación y enriquecimiento mutuo.

No ha sido así, sin embargo, y por ello un país fracturado se sorprende; porque, roto por la mitad desde que un gobierno calificó a una de esas mitades como “enemiga de la paz” por rechazar en democracia unas negociaciones que entregaron mucho por muy poco, y un Acuerdo que prometió una paz “estable y duradera” que nunca llegó, que violentó la democracia, dejó disidencias instaladas y se convirtió, como se ha venido a saber, en el desbordado incremento en los territorios de rentas ilícitas y en el mayor lavado de activos de la historia.

En este país de enemigos, las reuniones entre Petro y Uribe envían un poderoso mensaje, un ejemplo de que es posible llegar a “puntos compartidos” en medio de las diferencias, para llevarlos al “Acuerdo sobre lo fundamental” que necesita Colombia para sanar sus fracturas y avanzar hacia el progreso sostenido y con equidad en todo el territorio, en el campo y en las ciudades, que es para mí el otro nombre de la paz total.

Ese es el significado que percibí en este último encuentro, en el que la conversación y los temas fluyeron con facilidad, quizás porque no estaban preestablecidos; no se trataba de llegar a conclusiones, aunque estoy seguro de que ambos salieron con las suyas. En fin, no se trataba de acordar ni de pactar nada, ni de que Uribe convenciera a Petro de algo, o Petro a Uribe.

Se trataba de lo que el país ha perdido y es importante recuperar, si de verdad pensamos en una “paz total”. Se trataba de HABLAR sin cálculos ni reservas con quien siempre se habían tenido, y lo más importante, de ESCUCHAR a quien siempre se oía sin escucharlo, sin descalificaciones sumarias, con interés por sus argumentos y respeto a la diferencia.

No dudo de que estas conversaciones informales sin agenda previa ayudan a desarrollar relaciones personales que, si bien no se pretende que lleguen a la amistad, si se espera que alcancen para el respeto mutuo, en un ambiente que permita identificar áreas de acuerdo y soluciones creativas a problemas complejos y desafíos políticos, lo que puede ser útil donde las soluciones convencionales han fracasado.

¿Qué más significan estas conversaciones, antes de presentar unas reformas que prometen convulsionar al país? Creo que el Gobierno, con buen juicio, sabe que parte de sus mayorías en el Congreso, no se comportarán como tales frente a temas sensibles, como la salud, y sabe también que tantas y tan trascendentales reformas no se pueden imponer a espaldas del medio país al que el presidente Petro venció por 700 mil votos en las elecciones, cuando estamos en un año crucial de elecciones territoriales.

Así las cosas, las reformas sufrirán las modificaciones que expresan los intereses y expectativas del pueblo representado en el Congreso, como debe ser en una democracia liberal y civilista, no la del “fast track”.

En ese escenario, escuchar a la oposición, limpia de intereses clientelistas, es como mirarse en un espejo que no miente, es tender puentes para lograr reformas que unan al país alrededor de ellas, porque esta patria herida… no resiste más fracturas.


*José Félix Lafaurie Rivera. Ingeniero civil. Máster en Economía.  Se ha desempeñado como viceministro de Agricultura, vice-contralor de la República y superintendente de Notariado y Registro. Actualmente miembro del Equipo Negociador del Gobierno de Colombia con el ELN

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