Por; Hernando Pacifíc Gnecco*
Corría el año de 1516 cuando Tomás Moro publicó “Del mejor estado de la república y de la nueva Utopía”, que describía una sociedad ideal en la cual convivían armónicamente política, ciencia, orden social y cotidianidad. Parece que en realidad nunca podrá ser cierto; por ello la palabra utopía se usa para representar situaciones o proyectos ideales imposibles de lograr. La distopía es lo opuesto: se trata de algo no deseable, pero que está más cercano a lo posible, a lo probable, entendiendo nuestro comportamiento destructivo como especie: nos acabamos entre nosotros y acabamos con todo lo que nos rodea en medio de un aparente progreso.
John Stuart Mill acuñó la palabra distopía (del griego dis, “difícil o malo”, y topos, “lugar”) como un mal lugar en el que existir y coexistir se vuelve muy complicado; mundos apocalípticos o totalitarios en los que la existencia humana enfrenta desafíos, tal como aparecen en simbólicas películas de zombis o libros clásicos, representativos de este concepto: sociedades decadentes, resultado de omisiones o acciones erradas por tiempos suficientemente largos que derivan en catástrofes.
En las obras distópicas se describen ciudades deterioradas, edificios en ruinas, autos abandonados, calles desiertas, sobrevivientes violentos luchando por subsistir, silencios aterradores y cosas por el estilo. También, gobiernos vigilantes e intromisivos, catástrofes naturales, masas ciudadanas alienadas sin saberlo, rebeldes que enfrentan a esos regímenes y situaciones de esa naturaleza son parte de la escena literaria y cinematográfica: Basta examinar clásicos como “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, “Farenheit 451” de Ray Bardbury, “1984” de George Orwell o “El cuento de la criada” de Margaret Atwood; cada uno toca un tema distinto conmoviendo conciencias sensibles. O películas como “Metrópolis” (la primera así considerada), “Blade Runner”, “La naranja mecánica”, “Mad Max” o “El planeta de los simios”, entre muchísimas obras críticas.
Estas obras invitan a usar el pensamiento crítico, tan escaso por estos tiempos de alienación masiva, para enfrentar nuestras realidades. La distopía más dramática ocurre con la pérdida de humanidad, cuyo punto de no retorno se alcanza cuando se llega a la masa crítica: clasismo, racismo, supremacismo, aporofobia, insensibilidad ante el desprotegido o rechazo a las ayudas estatales a terceros, todo apalancado en el cambio del discernimiento por el entretenimiento, la información objetiva por la propaganda o el uso de la violencia para impedir la exigencia de derechos fundamentales. La finalidad de las obras distópicas es advertirnos de estos asuntos, invitar a la reflexión y proponer respuestas para buscar la utopía o, al menos, una sociedad menos manipulada.
Las distopías tienen cinco fuentes: control político extremo, destrucción ambiental y caos climático, dominio de la tecnología sobre el ser humano, supervivencia en entornos represivos y hostiles, y la pérdida del individualismo, afirma el periodista Yael Zárate. Y lo vemos actualmente. Por ejemplo, gobiernos totalitarios, incluso algunos disfrazados de democracias con gobernantes déspotas; la expansión de la inteligencia artificial desplazando al talento humano; los desplazamientos forzados de ciudadanos de sus propios territorios hacia otros países y el rechazo a su presencia en cualquier lugar; apátridas obligados sin identidad ni nacionalidad, muchas veces forzados a delinquir, víctimas fáciles de organizaciones criminales; progresiva acumulación de riquezas en cada vez menos personas mientras el mundo muere de hambre en medio de la abundancia, las comunicaciones masivas unidireccionales enfrentadas a las redes sociales que actúan en doble sentido donde el ciudadano ya no recibe información clasificada y filtrada sino que se informa de varias fuentes en tiempo real, interactuando con los generadores in situ de información, la infame devastación de terrenos fértiles en procura de dinero acabando con la naturaleza y amenazando la supervivencia, y así sucesivamente. La lista es infinita.
¿Estamos entonces en una combinación de las diferentes distopías actuando simultáneamente? ¿Cómo calificar las guerras fratricidas o los genocidios visibles o silentes, o el ingente aumento del gasto militar, gente muriendo de hambre en medio de la abundancia? Creo que los escritores y cineastas se quedaron cortos ante la realidad actual.
*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista