Periódico el Derecho

En un sentido amplio cultura constituye todo lo que hace el ser humano en tanto en cuanto es humano. Comprende todas aquellas actividades que no son instintivas y que se transmiten por enseñanza, por ejemplo, la agricultura’. Pero obviamente no nos referimos a todas ellas cuando hablamos de un Ministerio de Cultura o de una Casa de la Cultura, en cuyo caso nos estamos restringiendo a un ámbito más cerrado que comprende “las artes y el pensamiento”. Estas dos palabras a su vez se entienden en sentidos determinados. Artes, solo las tradicionalmente agrupadas como las “bellas artes” y pensamiento, solo los saberes reflexivos, aquellas disciplinas cuyos contenidos provienen de la reflexión, del puro pensar, entre las cuales tenemos la filosofía propiamente dicha y las “teorías”, a veces llamadas “filosofías”, como la filosofía o teoría de la ciencia, la filosofía de la historia, etcétera.

A las ciencias experimentales y empíricas, duras, no les gusta ser agrupadas con esas otras actividades blandas y puramente especulativas. De hecho, todas las sociedades modernas han creado instituciones que las agrupan y que se denominan por excelencia científicas. Las ciencias humanas y sociales, tradicionalmente comprendidas en la ambigua designación de humanidades, como la sociología, la antropología, la psicología, exigen ser incluidas entre los saberes científicos y no en ese depósito de blandengues especulaciones que constituye “la cultura”. Subrayo que todos los conceptos aquí meramente esbozados son esencialmente difusos y los intentos por delimitarlos con rigidez suelen terminar matándolos.

En este punto ya podemos preguntar: ¿para qué sirve la cultura?, ¿qué sentido tiene ese amasijo viscoso de ciencias autocomplacientes de pura reflexión y de artes que elaboran objetos meramente estéticos, sin más utilidad que la contemplación? Sí tienen sentido y utilidad, en ellas se encuentra el sentido de la existencia, con ellas el ser humano se explica su razón de ser en el mundo. Son las disciplinas del espíritu, sin que esto implique excluir el cuerpo y lo material, de ninguna manera. Por eso anteriormente fueron acaparadas por las religiones y luego pretenderían hacerlo algunos Estados, para dictaminar el sentido de la vida de sus feligreses y ciudadanos. La liberación en Occidente de las artes y el pensamiento, del poder de las iglesias y Gobiernos, es la más alta y completa realización de la libertad humana. Las instituciones republicanas, los derechos humanos, la ética… las más importantes líneas maestras sobre las que está constituida la civilización moderna occidental, provienen no de la investigación experimental, ni de las mediciones empíricas, sino de la reflexión crítica. Mientras que ese mundo hermoso, plasmado en las bellas obras arquitectónicas y urbanísticas, que se refleja y entiende en esculturas y pinturas, que se registra y explica en la literatura, mientras la música y la danza lo transforman en sublime, no sería posible sin las artes liberadas de los factores utilitarios. En síntesis, es la cultura, entendida en este sentido acotado y preciso, lo que hace que la vida valga la pena.

Es sin duda alguna la cultura un producto de primera necesidad, tiene una utilidad real al establecer el sentido de la vida del ser humano y su relación con el Universo. Todos los pueblos, todas las civilizaciones, tienen expresiones que pueden ser englobadas en esta idea, hacen arte y reflexionan, y los productos de tal actividad son respetables. El problema está en qué en el mundo moderno, la inmensa mayoría de personas tienen una visión del mundo y de sí mismas que no proviene del acervo de ninguna civilización ni cultura, sino de sucedáneos peligrosos, tóxicos o, en el mejor de los casos, esterilizantes. Estas personas resultan muy manipulables por intereses económicos o políticos. Son pasto que arde fácil en las llamas del consumismo más enajenante, o del populismo político, o del fanatismo religioso. Las sociedades deberían entonces poner interés en procurar las mejores condiciones para el desarrollo cultural, que no es un antídoto infalible, pero sí un eficaz paliativo, contra esas peligrosas reacciones masivas; de ahí que no debamos olvidarnos de construir esquemas intelectuales que alimenten ese poderoso apetito humano de identidad y significación. Pensar que a las poblaciones les basta el pleno empleo, el aseguramiento y el ínfimo átomo de participación electoral es tener en muy poco al ser humano, lo que puede estar despidiéndonos del futuro; y de eso no es de lo que se trata.

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