Ruben Darío Ceballos Mendoza

Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza*

Se han referido importantes tratadista respecto del odio, que es el mismo un sentimiento de orden profundo y duradero, así como intensa expresión de animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto, que infortunadamente se ha venido entronizando en el quehacer político nacional, hasta el punto de hallarse interiorizado en millones de nuestros compatriotas que ven como enemigos a sus contendientes o adversarios políticos, lo que no debe ser bajo punto de vista alguno y que ha llevado a cuestionamientos tales como, cuantas personas hoy día con el afán de describirse a sí mismos, requieren de un enemigo para entenderse, lo que hace visible estereotipos de pertenencia y se lesiona el tejido social que nos permitía mirar una ruta convergente, en la que debe estar el país, y no en el odio visceral que la más de las veces ve en el otro a un enemigo al que hay que temerle y derrocar.

De ahí que se vea y se haya viralizado, sin razón de ser, a mi juicio, clasismo, racismo, gordofobia y demás, pisoteado el laicismo, denostado al contrincante por su origen, ideas, filiación y alianzas, que hacen casi que imposible no ver la caricaturización de las identidades a partir de ideologías políticas que no son más que sofismas; a lo que se suma toda una serie de dizque políticos quienes absurdamente capitalizan la necesidad identitaria de diversos grupos de la sociedad, vendiendo una pertenencia que es tan intolerante a lo que suena distinto como complaciente a lo que debería ser inaceptable, lo que a la postre se traduce y acentúa en una división que suma en las urnas y es manejable en el medio plazo, pero incontrolable cuando de enfrentar la pluralidad se trata.

Se insiste estólidamente en querer convencer de odiar todo aquello que hizo daño en el pasado sin ninguna posibilidad para navegar en las circunstancias actuales, aunque no haya suficientes referentes que deben quedar atrás la violencia maldita y las ofensivas como injuriosas equidad y desigualdad. No hemos caído, o no hemos querido caer en la cuenta, que los miedos, no dejan avanzar, y de seguir teniéndolos van a dominar durante tanto tiempo que va a ser más difícil hablar de la tan necesaria paz, lo que para nada está alejado de nuestra propia realidad, lo cual hace que la sociedad se instale en profunda desconfianza por todo aquello que represente contraste y diferencia, alejado de su asimilada identidad; lo que hace necesario y con premura, reconocer en la faz ajena la verdad que buscamos desde nuestra individualidad y racionalidad, a diferencia de los malos y perversos políticos que solo ven en el otro acercamiento y reconciliación cuando se unen a su causa o a su negocio: si estás con los que odio, también te odio a ti, si vienes a mí, te cubro con halo de moralidad e impunidad.

No puede el país, bajo ninguna circunstancia, distraerse ni ocuparse en nutrir odios sostenidos en las falacias de la superioridad, sino resarcir el tejido, la cohesión e integración social, sacudirse con firmeza de las hipocresías y velar por que cada vez sean más personas las que identifiquen al enemigo en la corrupción que mata, la violación a la ley, la violencia desgarradora y su blindaje desde la autoridad, en dirección a no permitirnos ni permitir más que el odio nos siga quitando el valor insuperable de ser una sociedad diversa, respetuosa de la multiculturalidad y sobre todo, merecedora paz y libertades bien y mejor entendidas. rubenceballos56@gmail.com Columnista.

*Jurista

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Por editor

Un comentario en «EL ODIO, UNA DESAFORTUNADA IDENTIDAD»
  1. Estimado Dr. Ceballos, desafortunadamente las diferencias culturales, sociales, políticas, económicas entre otras son elementos que crean resentimientos, distanciamientos y temores que generalmente terminan en odios, que en otrora incluso llevaban a enfrentamientos irreconciliables y mortales. Los seres humanos nos enceguecemos frente a muchos de estos fenómenos, hoy agravados por la falta de valores, de principios, de autoridad y de castigo social que se traduce en un estado de odio permanente que forma parte intuitiva de nuestra vida sin que podamos percibir que estamos bajo ese embrujo.
    Excelente escrito, un gran abrazo.

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