Por: José Manuel Herrera Brito

Dialogar sobre la buena política debería ser un ejercicio permanente de la ciudadanía en particular y de la comunidad en general, toda vez que ella, la política, como bien sostiene el destacado investigador, politólogo y abogado alemán Norbert Lechner, tiene que ver conceptualmente hablando, con las “posibilidades”, es decir, que el análisis político se centra en la necesidad; que la política comienza a verse como la ciencia que puede “predecir, calcular, medir y ejecutar”; que la política moderna incluyó la concepción: “medios-fines” creando las bases para el capitalismo a partir del siglo XVIII; y que fue así que la política se constituyó en un instrumento válido para todos los sectores sociales que participen en la “cosa pública” y para la construcción del Estado Moderno.

De ahí que no dialogar sobre política en su mejor sentido tiene mucho peligro. No hacerlo da pie para pauperizarla, utilizarla para hablar mal del adversario político, fanatizarse, discutir con ardor y terminando teniendo disgustos que a nada contribuyen respecto de la convivencia ciudadana. De otra parte, encontramos muchas veces quien intenta dar lecciones de moral, ética, humanidad y solidaridad, los jóvenes defendiendo ideas que no entienden, que no saben de dónde llegan, que son imposible de asimilar por cualquiera que se siente a reflexionar sobre ellas, pero que son defendidas con el ímpetu de la juventud que se convierte, a la primera de cambio, en un gesto indebido. Perdida está la capacidad de diálogo, el respeto por las ideas ajenas es mínimo y el grito aprendido en programas toscos de los medios de difusión, se ha impuesto como forma de discusión, lo cual es más que patético, conmovedor.

La política, o más bien la politiquería (“Degeneración de la política. Intervención en la política con propósitos turbios, para ganancia personal o de un grupo, aprovechándose de forma egoísta del poder o la posición pública. Aunque pueda tomarlos como excusa, la politiquería no tiene nada que ver con los intereses generales de una población”), se ha convertido entre nosotros en un permanente ámbito de batallas.

Es de tal naturaleza la perturbación y enajenación política que arrastramos, que lo mejor es hacer mutis por el foro en el que se va a tratar de establecer si tal o cual político, gobernante o dirigente sirve o no sirve, si es un zángano, un vividor, un populista, un sátrapa, un tonto, si tienes ideas válidas, o solo ideas para vivir del cuento y de la opera hasta el infinito y más allá.

Frente a todo lo cual, debemos como personas de bien, defender a ultranza los intereses superiores de la ciudadanía, lo que nos vendría bien y mejor a todos, ocuparnos de lo sustancias, de lo fundamental, antes que desgastarnos defendiendo a una cáfila de politiqueros que solo buscan particulares prebendas y en nada benefician los derroteros que deberían en provecho legítimo de la comunidad, que anhela cambios y transformaciones de valía, que en realidad y verdad redunden en positivos avances. saramara7@gmail.com

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