Por: Ethel Carolina Cerchiaro Figueroa*

La palabra democracia que significa el poder del pueblo, la crearon los atenienses para definir el sistema del gobierno de su ciudad, donde las decisiones surgían de la asamblea de ciudadanos. Sistema imperfecto, pues en Atenas no eran ciudadanos las mujeres, los esclavos y los extranjeros. Roma desarrolló un sistema similar con características distintas en su aplicación, al considerar a la especie humana como parte de un principio divino, permitiendo a las religiones cristiana y judía defender los derechos de los menos privilegiados y la igualdad de todos ante Dios.

La democracia debe tener como eje rector y único a las personas, protegiendo los valores de libertad y respeto a los derechos humanos, bajo el principio de celebración de elecciones periódicas, por sufragio universal, libre, secreto y directo, siendo la mejor forma de gobernar en el mundo. Sus rivales: monarquías, fascismo, comunismo, dictaduras militares, la mayoría en desuso; pero que tienen a su haber nostálgicos del privilegio llenos de rencor dedicados a predicar futuros desastrosos.

La democracia es un proceso de construcción permanente. Requiere seriedad, credibilidad y confianza de los actores electorales y los ciudadanos; sin embargo, persisten los vicios de descrédito y desprestigio que acompañan a los partidos políticos, al seguir realizando prácticas políticas, sólo para asegurar su vigencia y  prerrogativas económicas, siguen con pesadas y anquilosadas burocracias que sólo aspiran a ser consideradas en algún cargo de representación plurinominal, favoreciendo sus intereses personales y no los de las sociedad que dicen representar, lo qie a las claras nos dice que falta mucho por hacer.

Por todo lo anterior, vemos que necesitamos en contexto de democracia, una oferta que llame la atención y que convenza aún en escenarios complejos, toda vez que como desafío contemporáneo como ideal debe progresar tanto en sus instituciones como en sus procedimientos y modalidades de expresión de la sociedad; más, por cuanto su simplificación tiende a corromper ese ideal pretendiendo completarlo. La simplificación de la representación por la pretensión de la encarnación y el culto del líder, del ejercicio de la soberanía por la sacralización del referéndum, la idea de voluntad general por la omnipotencia del hecho mayoritario; y, el rechazo de otras figuras de expresión de la generalidad. Complejidad versus simplicidad es la cuestión y el gran enfrentamiento de nuestro tiempo. Su resultado dependerá en parte de la capacidad de arrojar luz sobre sus fundamentos teóricos. Esta es una de las principales tareas de las ciencias sociales de nuestro tiempo. La democracia debe más que nunca definirse como el régimen que no deja de interrogarse sobre sí mismo. Debe seguir siendo una experiencia viva y exigente y no quedar fijada en un modelo. ethelcerchiaro@hotmail.com *Administradora Financiera. Especializada en Gerencia Pública

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