Autor: Edgardo Bassi Burgos*
El siglo pasado, dio inició una nueva estética inspirada en una percepción de la ciencia y la música. Las ciudades se ampliaron hacia lugares contiguos y de manera rápida, se creció por barrios de humana arquitectura, las calles se llenaron de bluyines, de colores psicodélicos, de música y de apetito por una coherencia armónica distinta. Era una juventud con dimensión de fantasía, de sonrisas bajo el sol y lágrimas bajo la lluvia, donde una píldora cambió la sexualidad al permitir el paso de una caricia mesurada al amor sin medida.
Pero, también llegaron propuestas que permitían ganar dinero fácil, se concebían acciones ilegales que aumentaban el tránsito de sustancias prohibidas en la que una nueva clase hizo su aparición. Se vivían momentos de disipación y personas con buenos vehículos conseguían casas de vista privilegiada mientras derrochaban en fiestas y rumbas.
Fue el tiempo en que se fundaron los funestos carteles de la droga que de a poco fueron imponiendo su cultura. Los narcos, entonces de gran aceptación figuraban entre los invitados a los clubes y toda clase de eventos sociales, pronto algunos se convirtieron en prósperos constructores e inversionistas trayendo nuevas modas a la arquitectura y las ciudades se llenaron de ofertas impetuosas y recargadas: obras de costosos materiales a la vista, con enchapes de fino mármol importado, madera en una expresión barroca de alta ebanistería, baños con tinas de torbellinos, gimnasio, sauna y turco, muy a su gusto, espacios largos de área social, cómodos en sus alcobas y roperos y provistos de mucha dotación comunal. Estilos con repertorio de adornos postizos en yesería, estuco marmóreo, aparatos importados y una alta dotación de cocina donde al finito los espacios se diseñaban en función del sexo y la diversión logrando asemejarse más a una taberna que un hogar.
*Arquitecto. Docente Universitario. Asesor. Consultor. Conferencista. Premio nacional de Arquitectura