Periódico El Derecho

Las ciudades tienen y por ende deben asumir un esencial papel en cuanto a políticas culturales en contraposición al Estado, casi siempre bastante alejado de la realidad ciudadana. La proximidad de los equipamientos culturales, así como las estructuras de gobierno y sus representantes políticos, son ventajas que hay que aprovechar. De esta manera, parece lógico pensar que las políticas culturales que se definen y se ejecutan desde el ámbito local tienen, o al menos deberían tener más garantías de éxito.

De la transversalidad de la cultura, se desprende que las urbes son espacio idóneo para desplegar las políticas culturales ya que es donde se produces las mayorías de las interacciones humanas; ya que además de ser de ser un mecanismo eficaz de crecimiento personal, la cultura contribuye al desarrollo de las comunidades, generando sociedades más abiertas e integradas, en el entendido cierto que la cultura es elemento que crea vínculos entre las personas, que hace que se reconozcan y se identifiquen como sociedad. Sin la capacidad cohesionadora e integradora de la cultura, las ciudades no serían más que un conjunto de edificios que comparten espacio, pero no conviven en él.

Importa conocer de primera mano la realidad para insertar las políticas culturales en el contexto en el que deben hacerse efectivas, por lo que resulta indiscutible la estrecha relación cultura / espacio (físico, económico y social) en la que esta se da. Cultura y ciudad forman una articulación natural y necesaria, difícil de separar, y menos de cuestionar, ya que las líneas que separan una y otra cuando no son tenues, son inexistentes. Hoy en día las ciudades juegan un importante papel respecto de la definición y ejecución de políticas culturales como resultado de los cambios de planteamiento que se han dado a lo largo de los años como la toma de conciencia de la necesidad de trabajar en red, que llevo, en 2004, a la creación de la red de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (GGLU), que redactó la Agenda 21 de la Cultura, primer documento de alcance mundial que los gobiernos locales usaron como referente para elaborar políticas culturales y consiguió incorporar la cultura como cuarto pilar de los ODS, impulsados por las Naciones Unidas. Como dice el documento: “Las ciudades y los espacios locales son un marco privilegiado de la elaboración cultural en evolución constante…”

Sobre este especial particular nos dice la directora general de la UNESCO, Irina Bokova, en el prólogo del informe Futuro Urbano (2016): “Una ciudad centrada en el ser humano debe ser un espacio centrado en la cultura”. ¿Qué puede haber más importante que las personas en lo que se refiere a la cultura? O lo que dice el documento del Comité Ejecutivo 2017 del Consejo de Cultura de Barcelona, que define la complejidad de las políticas culturales en el ámbito local como: “El ecosistema cultural de una ciudad es muy diverso y está en diálogo con los conflictos sociales, económicos y políticos del momento, de aquí que las políticas culturales sean tan complicadas de gestionar”. ¿Podemos considerar la cultura como un eje estratégico que permite hacer frente a los actuales y complejos retos que afrontan las ciudades?

La cultura exige estructuras complejas. No es suficiente con crear marcos de referencia para definir las políticas culturales, sino que es necesario dotarlos de entes (públicos, privados y de tipo asociativo), y profesionales que los conviertan en realidad. A parte de las instituciones culturales de las que dispone la ciudad o de los equipamientos “tradicionales” (bibliotecas, centros cívicos, teatros, salas de exposiciones, etc.), las ciudades son un excelente campo de cultivo que acoge iniciativas que difícilmente encontraríamos en otro entorno, tienen suficiente masa crítica con hábitos consolidados de participación ciudadana. la simbiosis cultura-ciudad es básica. El enfoque y peso específico que se otorga a la cultura contribuye a definir el modelo de ciudad porqué configura los rasgos distintivos que la definen y la diferencian de otras. En el caso de muchas ciudades, una oferta cultural amplia y de calidad supone un excelente motor de atracción turística, fuente de ingresos, ocupación y proyección internacional.

Hablar de cultura y ciudad no es fácil, ambos conceptos tienen muchas vertientes y configuran una realidad calidoscópica. Aun así, permite plantearse muchas preguntas que conducen siempre a la misma respuesta y más si se tiene en cuenta que se prevé que, en 2030, el 60% de la población residirá en las ciudades.

  • ¿Podemos definir políticas culturales eficaces sin tener en cuenta el entorno físico y humano en el que se producen?
  • ¿Quién está más cerca de los ciudadanos para poder conocer y atender sus necesidades culturales?
  • ¿Quién puede evaluar mejor el resultado de las políticas culturales?
  • ¿Quién puede integrar las políticas culturales dentro de las estrategias globales locales?
  • ¿Dónde vivirá en el futuro la mayor parte de los habitantes del planeta?
  • ¿Dónde puede ser más eficaz la capacidad transformadora e integradora de la cultura que donde se producen más interacciones sociales?
  • ¿Dónde se concentra la mayor parte de equipamientos culturales y hay suficiente masa crítica para poner en marcha proyectos culturales de tipo asociativo o vecinal?
  • En definitiva: ¿Quién es en primera instancia el garante del bienestar y la felicidad de los ciudadanos?

Por ultimo importante volver al concepto de transversalidad, toda vez que permite extender el alcance de las políticas culturales más allá de su hábitat natural: la ciudad. Es necesario traspasar las fronteras municipales, generar sinergias y proyectos compartidos entre las ciudades del área metropolitana, incluso de la región metropolitana. En la medida que se dé un acercamiento entre ellas, otro de los rasgos definitorios de la cultura -su capacidad integradora y cohesionadora-, se podrá desplegar con eficacia. Aún queda mucho trabajo por hacer en cuanto a ciudad y cultura, lo que impone seguir trabajando en ello sin descanso y con bríos.

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