Ruben Darío Ceballos Mendoza

Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza*

La gobernabilidad en democracia no depende solamente de quien ejerza el mando del Poder Ejecutivo, sino de todos quienes intervienen en el proceso de toma de decisiones, lo que obliga la búsqueda y procura de acuerdos entre quienes desean que prevalezca en beneficio de la mayoría. Esto nos lleva a que tengamos presente lo que nos dice sobre el carácter demoníaco del poder Karl Loewenstein: «Es evidente, y numerosas son las pruebas de ello, que allí donde el poder político no está restringido y limitado, el poder se excede.

Rara vez, por no decir nunca, ha ejercido el hombre un poder ilimitado con moderación y comedimiento. El poder lleva en sí mismo un estigma, y sólo los santos entre los detentadores del poder -¿y dónde se pueden encontrar?- serían capaces de resistir a la tentación de abusar del poder. El poder encierra en sí mismo la semilla de su propia degeneración. Esto quiere decir que cuando no está limitado, el poder se transforma en tiranía y en arbitrario despotismo.

El poder sin control tiene un acento moral negativo, de lo que fue plenamente consciente Aristóteles cuando enfrentó las formas ”puras” de gobierno a las formas “degeneradas”. Las primeras destinadas a servir al bien común de los destinatarios del poder; las segundas, al egoísta interés de los detentadores del poder. El famoso epigrama de Lord Acton, hace patente de manera aguda el elemento patológico inherente a todo proceso del poder: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto tiende a corromperse absolutamente».

Esto hace que sea necesario el control político del poder, por lo que el mismo Loewenstein agrega: «Con el fin de evitar ese peligro siempre presente, que es inmanente a todo poder, el Estado organizado exige de manera imperativa que el ejercicio del poder político, tanto en interés de los detentadores como de los destinatarios del poder, sea restringido y limitado. Siendo la naturaleza humana como es, no es de esperar que dichas limitaciones actúen automáticamente, sino que deberán ser introducidas en el proceso del poder desde fuera. Limitar el poder político quiere decir limitar a los detentadores del poder; esto es el núcleo de lo que en la historia antigua y moderna de la política aparece como el constitucionalismo. Un acuerdo de la comunidad sobre una serie de reglas fijas que obligan tanto a los detentadores como a los destinatarios del poder, se ha mostrado como el mejor medio para dominar y evitar el abuso del poder político por parte de sus detentadores. El mecanismo de esas reglas que están, ya formuladas es un documento formal, la constitución, ya profundamente enraizadas en las costumbres y conciencia nacional.

Debe aprenderse de las experiencias vividas para no incurrir en los mismos errores que bastante cuestan y caro debe pagarse para lograr una buena estabilidad política. La alternativa autoritaria no debe estar en nuestro porvenir, sino desterrarse si impulsar el país se quiere hacia el desarrollo. Toda inestabilidad política detiene los esfuerzos para lograr el progreso y toda crisis de gobernabilidad deba atacarse pronto con la suma de las fuerzas existentes en una misma dirección para avanzar en un positivo Acuerdo Nacional con políticas de Estado para el largo plazo que de frutos de sanos propósitos, sin que ello implique olvidarse del corto plazo. interesando adelantar acuerdos clase política /sociedad civil, para enfrentar los problemas de gobernabilidad que deben darse, priorizando una reforma del Estado que lo haga más eficiente.

La crítica por la crítica no lleva a nada positivo y profundiza las diferencias entre las distintas fuerzas políticas, cuando importan acuerdos entre ellas para afianzar la gobernabilidad. En el corto plazo deben intervenir las mismas organizaciones que han participado en el de largo plazo y así se corrija el deterioro de los niveles de gobernabilidad que influyen en el cuestionamiento del sistema democrático, siendo determinante enfrentar los problemas de inseguridad e inestabilidad jurídica que prevalecen y erosionan las instituciones., así como la descentralización, la seguridad ciudadana, la reforma del Estado, la reforma del sistema judicial, y demás otras de gran necesidad.

Importa en todo esto más reflexiones sobre la responsabilidad que le toca a cada uno en la situación en que estamos. Si queremos un país viable, que funcione sin arbitrariedades ni atropellos y donde los jóvenes vean futuro, tenemos que pensar en el bien de todos antes que en el personal o de grupos, lo cual no ayuda a resolver los males que acusamos. Se impone que entre todos busquemos hasta encontrar una gobernabilidad que nos conduzca a mejor destino.

Rubén Darío Ceballos Mendoza. rubenceballos56@gmail.com Jurista

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