Luis Gilberto Ramírez Calle

Por: Luis Gilberto Ramírez Calle*

En el denominado postmodernismo que vivimos, necesario es a todas luces potenciar a tope la civilidad, que es ese comportamiento de la persona que cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y contribuye así al funcionamiento correcto de la sociedad y al bienestar de los demás miembros de la comunidad; la vida intelectual y la honradez moral, en la dimensión cierta que sin valores y sin cualidades morales, falla el fundamento, el soporte, la esencia, la sustancialidad principal de la democracia, que es la centralidad de la dignidad humana, que significa que una persona siente respeto por sí misma y se valora al mismo tiempo que es respetado y valorado, implicando la necesidad que todos los seres humanos sean tratados en pie de igualdad y que puedan gozar de los derechos fundamentales que de ellos derivan.

En esto de la democracia tenemos que convenir con Robert. A. Dahl, que interesa y conviene pensar razonablemente que la democracia tiene que ser criticada permanentemente para que mejore, para que se haga perfectible, por lo que es y será siempre necesario regenerarla, revitalizarla; y para ello, nada mejor que atender a los principios y exigir un nivel ético elevado, ya que no solo es necesaria la existencia de códigos de conducta, sino la transparencia en todos y cada uno de los aspectos en que la vida privada se encuentra con la pública.

Ámbito este donde la ética es y debe ser condición intrínseca de la democracia; de ahí el combate a fondo que debe darse contra la corrupción, que corroe y degrada la democracia entregándose a la inmoralidad reinante en los gobernantes, a sus peores fantasmas: la demagogia y el populismo. Importa en este punto llamar la atención sobre la importancia e imperiosa necesidad de robustecer los comportamientos éticos, en lo que es preciso que los sistemas educativos formen en valores y en un ambiente de creciente humanización de la realidad, más por cuanto esto se ha ido o tratado superficial y frívolamente, por lo que estamos sufriendo en carne propia las consecuencias de tan nefasta desidia.

Finalmente, importante es alertar y decir que se han perdido los hábitos vitales y mejores de la democracia que, en opinión del ilustre filósofo norteamericano John Devey, se resumen en la capacidad de perseguir un argumento, captar el punto de vista del otro, extender las fronteras de nuestra comprensión y debatir objetivos alternativos. Es decir, mente abierta, plural, crítica, compatible y, sobre todo, dispuesta a incorporar argumentos, vengan de donde vengan, si son aptos o positivos para resolver problemas de interés general. Algo que la polarización actual, deliberadamente inducida, impide completamente, tal y como experimentamos a diario.

*Luis Gilberto Ramírez Calle. General (r) Ponal. Administrador. Asesor y Consultor en Seguridad, Inteligencia y Defensa Nacional. Abogado. Especializado en Derecho Administrativo

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