Por: María Rabell García*
En la fiesta de este santo inglés y el cierre del Jubileo de los Gobernantes en Roma, recordamos el legado de un hombre que hizo de la integridad y la conciencia su verdadera fuerza de poder. Era padre de familia, jurista, filósofo, teólogo, político, escritor, profesor de leyes, juez y lord canciller de Enrique VIII. Tomás Moro era un hombre aparentemente hecho para el éxito, pero su vida no fue la de un ambicioso trepador de cargos; en una época convulsa eligió el camino más difícil: el de quien supo renunciar a todo cuando la conciencia se lo exigió.
Cinco siglos después, el dramaturgo inglés Robert Bolt supo captar la grandeza silenciosa de este canciller cuando escribió en 1960 Un hombre para la eternidad, obra que fue llevada a la gran pantalla seis años más tarde y que mereció seis premios Óscar.Tomás Moro no solo enfrentó la adversidad con firmeza, sino que lo hizo con una prudencia, honradez y un sentido del humor poco común en tiempos difíciles.
Estas tres cualidades son precisamente las que queremos destacar en este artículo, coincidiendo con la fiesta de este santo que la Iglesia celebra hoy, y con el cierre del Jubileo de los Gobernantes que ha tenido lugar este fin de semana en Roma. En un momento en que la Iglesia vuelve a recordar la necesidad de una política con alma, la figura de Tomás Moro, patrono de los gobernantes y políticos, ofrece un ejemplo sereno y actual que puede seguir inspirando el ejercicio del poder con humanidad y conciencia.
1. Prudencia. La prudencia no es cobardía ni indecisión, como a menudo se cree. Joseph Pieper lo explicó con claridad: consiste en traducir el conocimiento de la realidad en la realización del bien. Es la virtud que permite actuar correctamente, no por impulso o conveniencia, sino en sintonía con la verdad de las cosas. Como canciller de Enrique VIII, Tomás Moro conocía bien los riesgos de no aceptar el divorcio del rey con Catalina de Aragón ni firmar el Acta de Supremacía —que declaraba al monarca cabeza de la Iglesia de Inglaterra—. No se dejó arrastrar ni por el miedo ni por la ambición: actuó con lucidez, midió cada paso y eligió el momento y la forma más justos para retirarse sin traicionar su conciencia. Su negativa fue la consecuencia final de un discernimiento sereno. La prudencia de Moro no fue táctica ni evasiva, sino profundamente elocuente: supo cuándo hablar, cuándo callar y, sobre todo, cuándo actuar.
2. Honradez. La honradez de Moro no fue una pose moral, sino una convicción profunda: la de servir a la verdad incluso cuando dejaba de ser conveniente. Como jurista, político y servidor público, entendió que su responsabilidad no era agradar al poder, sino actuar con integridad. Su vida fue un esfuerzo constante por alinear la acción política con la conciencia, sin ceder a la corrupción ni al oportunismo. Él mismo lo dijo con ironía: «Si el honor fuera rentable, todo el mundo sería honorable». Sabía que ser fiel a los propios principios no siempre garantiza aplausos ni beneficios, pero lo consideraba parte esencial de su vocación. En tiempos donde la política tentaba con el cinismo, Moro apostó por la coherencia, aunque le costara la vida.
3. Sentido del humor. El sentido del humor no se considera una virtud clásica, pero en este santo inglés fue una forma concreta de afrontar la realidad desde la libertad interior. No usaba el humor para disfrazar la gravedad de lo que vivía, sino como una expresión de alguien que no se tomaba a sí mismo demasiado en serio… porque tomaba en serio algo mucho más grande. Incluso el día de su ejecución, enfrentó la muerte con la firmeza y el humor que siempre lo definieron. Pidió al verdugo que tuviera cuidado con su barba al decapitarlo, pues, dijo, al no haber desobedecido al rey, «no hay por qué cortarla». No reía porque todo fuera bien, sino porque sabía por qué valía la pena perderlo todo: por ganar la eternidad.
Oración del buen humor de santo Tomás Moro
Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir.
Santo Tomás Moro
Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no permitas que sufra excesivamente por ese ser tan dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás. Así sea.
*Licenciada en Lenguas Modernas. Escritora. Columnista.