Periódico el Derecho

El próximo pasado 24 de noviembre se presentó en Ibagué el libro ‘Soñando Despierto’. Antología poética de Alberto Santofimio Botero, con el sello de Pijao Editores. Un recorrido por la poesía del Tolima. El Derecho, publica el prólogo en dos entregas. Es este escrito sin duda, una pieza literaria imperdible, dado el sinnúmero de aportes propios y universales de inmensa valía que nos brinda su autor.

Carátula del libro de Alberto Santofimio Botero 'Soñando despierto', realizada por el pintor Darío Ortiz
Carátula del libro de Alberto Santofimio Botero ‘Soñando despierto’, realizada por el pintor Darío Ortiz

Prólogo del libro: «Soñando despierto». Antología poética.

El lenguaje, la magia de las palabras, los símbolos y las formas, constituyen el reto del poeta, la suprema razón de su oficio; son los medios expresivos y el instrumento fundamental para hablar de la vida, la muerte, el amor, el dolor, la felicidad, el sufrimiento y la opresión. Es plasmar, en la pirotecnia de la palabra la imagen interior y trasladarla de súbito al confidente, a la amada, al amigo, al público, al lector desconocido.

La voluptuosidad del lirismo, la seca, cruda, dura verdad, la libertad de universos y de nuevas palabras, unos y otras, todo hace parte de la creación, de la eclosión, del sublime parto poético. Constituye su esencia y su sustancia. Es sacar del alma la visión mágica de los seres, los sentimientos, los paisajes, las íntimas sensaciones vestidas de deslumbrante belleza expresiva.

Cada generación, inevitablemente es calificada de plagiaria, por seguir la huella de las anteriores. Así se endilgó a románticos, modernistas, pánidas, piedracelistas, cuadernícolas y existencialistas, para no hablar sino de algunos de los más caracterizados grupos de poetas colombianos de los cien últimos años. Pero ¿Quién escapa de las raíces de la cultura? ¿Quién concibe la autonomía del escritor, lejos de las fuentes que lo nutrieron, de sus lecturas iniciales, de su descubrimiento en los libros, las revistas, los suplementos del mundo infinito de la poesía? El poeta lector no copia, vuelve sobre los temas eternos con su propia, particular, e íntima visión.


Américo Ferrari, hablando de la gran voz peruana y latinoamericana de la lírica, César Vallejo, el hombre que desafió el modernismo, en decadencia, y produjo una fuerte renovación estética, en aire de remozada libertad poética, afirmaba cómo “el poeta tiene una lúcida conciencia de peligro que amenazaba una poesía que pretenda hacer volar todos los puentes entre el lenguaje afectivo y el pensamiento categorial”. De ahí por qué la renovación permite la experiencia trajinada y vivida de lo presente, de lo antecedente, de lo que existió. De por qué conduce al poeta a ir buscando su identidad, su propio estilo, su sello personal. Pero el poeta no anda a la intemperie, desnudo intelectualmente, sino asistido por las lecturas que le fueron creando, inevitables, pero sólidas influencias que serpentean en su obra como los fantasmas de los viejos castillos en las sombras de la medianoche, en la penumbra del corazón esquivo alumbra esa poesía, con resplandores alucinantes de lámpara antigua.

A todos los poetas les ha ocurrido y les ocurrirá inevitablemente así, ante los traviesos ojos de la implacable crítica. Por la intemporalidad de los temas que pasan de siglo a siglo, imperturbables e impávidos.

De ahí que no pueda hablarse, por ejemplo, de Emilio Rico, de Ernesto Polanco, entre los nuestros, sin evocar a García Lorca, a Alberti, a Huidobro y Neruda. No se concibe a Timoleón sin evocar a Tagore, o a Camacho Ramírez, sin sentir los pasos cansados de Poe, Baudelaire, Rilke, Verlaine, o a Pardo García, sin el hilo sutil de Rimbaud o de Ronsard, más allá de sus propias y personalísimas constelaciones poéticas, en su peculiar exilio mejicano.

Andrés Holguín citando a Dilthey expresó que “el mismo enigma se propone el filósofo, al poeta y al místico. Y es cierto, el objeto no difiere. Es el misterio del yo y del extraño universo que habitamos”.

Cómo se enfrentaron al enigma y al misterio, y cuál fue su respuesta, lo dice esta antología en la propia voz de los poetas de la heroica tierra tolimense. Desde los que se quedaron en el lindero local, hasta aquellos que trascendieron, y se singularizaron en el concierto nacional de la poesía, y algunos más allá de las fronteras patrias, como Lozano y Lozano, Pardo García, William Ospina y Camacho Ramírez, especialmente.

Reconociendo la dificultad de ubicar ciertos poetas, cuya creación está a distancia por igual de la poesía pura, como de la poesía social, Luis Ruiz expresa luminosamente: “No le pertenecen a la poesía ni verdades objetivas, ni verdades parciales, que son las únicas a las que pueden aspirar lo distintos elementos impuros que el poeta maneja. La poesía busca una verdad absoluta: la que se desprende de un momento psíquico vivido por un ser tan intensamente, que haya logrado individualizar en el suyo un sentimiento colectivo trascendente; vemos que es independiente del valor que en sí mismos poseen los distintos elementos utilizados en el poema. Del roce rítmico, del acoplamiento armonioso de los diferentes elementos extra poéticos que el poeta maneja, brota la poesía, como la lama surge del roce acompasado y sostenido de dos pedernales”.

Pero, en esta antología, es difícil enmarcar a nuestros poetas tolimenses lejos del natural influjo de las escuelas de la época y de los movimientos antecedentes. Por el contrario, es dentro de ellos como se van identificando y pretenden buscar que al final se les pueda encajar en la sentencia de Martí: “amó puramente, que es redimirse de terribles sueños. Y cargado de deber, amó la vida”. El amor a la vida y su goce pleno. El dolor que ella tantas veces trae, son elementos esenciales y definitivos que manifiesta el poeta.

Sin desestimar la formidable y vasta obra de quienes, en dos siglos, representan la expresión lírica del Tolima, en la pura poesía absoluta o en lo social, tenemos que afirmar que en la densidad que cubre esta antología, las voces mayores del firmamento poético de la tierra tolimense son: Diego Fallón en los clásicos, Juan Lozano y Lozano y Germán Pardo García en “Los nuevos”, Arturo Camacho Ramírez en “Piedra y Cielo”. Y en las generaciones de finales del siglo XX o de alborada del siglo XXI.

Lector y citador de Borges, pero empedernido seguidor de Neruda y de García Lorca, de Baudelaire y de Poe, cuya influencia no mimetizaron ni disimularon para Camacho Ramirez, como bellamente lo dice Andrés Holguín, “la poesía fue su vida”.

Fue un poeta cabal, esencial, entero, íntegro. Desde la madrugada en su “Caracolí sin flor” hasta “El testamento”, pasando por “Nada es mayor que tú, solo la rosa”, “la mujer pública”, “los límites del hombre”, “la niña sin sombra”, “Leonor Buenaventura, tu eres la más cercana”, todo en Camacho Ramírez es sangre y temblor y verdad de poesía. Este fue su quehacer, su oficio, su sueño y su perenne nostalgia. Como todos los de su generación poética, está también el influjo de Juan Ramón Jiménez, de Antonio Machado, de Alexandri y Alberti, los mejores de la cosecha del 98 y del 27 en la península ibérica que desde allí irradiaban la revolución de las palabras, las frases y las imágenes hacia América Latina. Y la juventud de ese tiempo las recogía, las transformaba en nuevas metáforas. Una audaz consonancia hay en “Piedra y Cielo” con Camacho Ramírez como figura estelar desarrollando toda unanueva respuesta a los misterios perennes de la poesía, a la suprema interrogación del espíritu del hombre. Un estilo diferente y peculiar manteniendo, sin embargo, el alto tino poético de Silva, Eduardo Castillo, Barba Jacob y Eduardo Carranza.

Álvaro Mutis confiesa que lo unió a Camacho Ramírez “la mutua devoción por Baudelaire” a cuya exaltación este escribiera su formidable poema de una belleza desgarradora, de una perfección formal difícilmente comparables en la historia de nuestra poesía”

En Lozano y Lozano hay una permanencia de valores clásicos y también de expresiones de evidente ruptura con románticos y modernistas que venían con los albores del siglo, cargando la herencia de lo tradicional. El “Soneto a la catedral Colonia”, la más conocida de las producciones de Lozano y Lozano, magistral en la forma, en el purismo de las palabras, en la bella fijación del mensaje. No es, siempre lo hemos dicho, el mejor de sus logros poéticos, “ Lírica niña”, “Morena”, “Psiquis”, “Los Sonetos a la amada”, tienen un hondo, permanente, grato valor para la poesía.

Y en Pardo García el rumor infantil que juega con la muerte y las imágenes fantásticas donde los “Saudade”, “escancia”, “vinos y amores y fantasmas”, “exilios”, “alaridos”, “silencios y presencias”. En esto hay coincidencias con Jorge Rojas, Carlos Martín, y Alberto Ángel Montoya. Ya en el otoño, otra vez, el acompasado ritmo de la muerte presentida y cercana, como el fantasma que oímos salir por la escalera, en la bella imagen Carranciana.

Esa poesía de la muerte que es obsesión también en Gaitán Durán, y en Cote Lamus; la misma que hace gritar a Camacho Ramírez: “lo muerto es un temblor que se eterniza”.

En la personalidad y la obra de Eduardo Santa, confluyen las virtudes del historiador, la profundidad del investigador sociológico, la lucidez del catedrático y la asombrosa emoción del poeta iluminado. En su larga y fecunda existencia, en su tarea de biógrafo no superado de Rafael Uribe Uribe, en su empeñosa labor de profesor, en sus múltiples libros, comenzando por El paso de las nubes y El pastor y las estrellas, está la huella definitiva de un inmenso poeta de su tiempo.

Reconocido este tolimense, alma sensible y superior de humanista por el premio Nóbel de literatura Mario Vargas Llosa, en su libro Historia de un Deicidio, profundo estudio de la obra de nuestro Nóbel colombiano Gabriel García Márquez.

En las mujeres trascienden la elementalidad del mensaje, Luz Stella cargada de rumores infantiles, de hermosos trinos, influida, sin duda, por Alfonsina Storni, Emily Dickinson y Gabriela Mistral, Silvia Lorenzo, con el sabor terrígeno y la vena abierta del amor y la sensualidad, la fuga, la entrega, y Lola de Acosta con un vendaval de angustia que la devora por dentro, al igual que las modernas emociones poéticas de Luz Mery Giraldo, Esperanza Carvajal, Mery Yolanda Sánchez, María del Rosario Laverde y Doris Ospina.

Una constelación de sangre fresca emerge de las profundidades de su silencio anónimo y busca en el espacio poético el sitio para su presencia, buceando en mares abiertos de vísperas del siglo XXI, asediados por una revolución de las cosas y los valores que, en medio de máquinas, computadores, robots, globalización, terrorismo y violencia, alerta a los poetas sobre el signo social que deben darle a su tiempo y encuadrar en esa retadora realidad sus palabras, su espíritu inquieto, su rebeldía intelectual, y son claves de la renovadora cosecha poética.

Asombra la distancia entre el protagonismo forzoso de la violencia y la ausencia de cantos sobre el fenómeno; la tímida presencia poética de los tolimenses frente al más duro flagelo vivido, sufrido y aún no superado. Por ejemplo, el consagrado escritor Jorge Eliécer Pardo, aborda el tema de la violencia en su ya famoso auténtico Quinteto de la frágil memoria. Sin embargo, en su valiosa obra poética todo es determinante con la presencia del amor y la mujer.

Se salvan también del rigor de esta afirmación, el poema de Emilio Rico sobre el guerrillero Eliseo Velásquez y algunas alusiones en otros poemas suyos, y de Jorge Leyva Samper, injustamente olvidado, que fue un gran poeta de su generación, socialista convencido, soñador irredento, una voz de lo popular, a quien la violencia marcó en los abiertos rumbos de su inspiración luego de su “Diario de Invierno”, cuando: “noviembre cae a trazos sobre la superficie y el tiempo permanece con su glacial apodo”. Fue el singular Jorge Pueblo que vivió y murió con una honda pasión por lo social con una emotiva fuerza de vanguardia que inspiró con valentía, sus pasos poéticos y su vocación política. Volviendo a Emilio Rico, éste interpretó el momento trágico cuando exclamó: “Acumulamos patria en el silencio y ahora son de sangre las palabras”. / A. S. B.

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