Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*
Definitivamente es tarea inaplazable de todos tratar de poner fin al hambre y la malnutrición en todos y cada una de las personas en todos los rincones el mundo. Los esfuerzos realizados deben ser más que suficientes, tocando replantear y fortalecer las estrategias en el marco de este propósito, aunado a evitar que se incremente el deterioro del ambiente y los recursos naturales, pues es aterrador que alrededor de más de 700 millones de personas sufran hambre en el mundo.
Muchas organizaciones estiman un aumento de más de 50 millones de personas en pobreza extrema y señalan a la pandemia como responsable de la peor recesión registrada en decenios, pues los niveles de hambre y pobreza son tan grandes como el desafío de combatirlos sin multiplicar el daño ambiental. Los sistemas de producción de alimentos tienen un impacto considerable en el planeta, pues, además de la generación de emisiones de gases de efecto invernadero derivadas tanto del proceso de producción como de la transportación, está el agotamiento de recursos naturales, la sobreexplotación del suelo y el consumo de energía, entre otras cuestiones. En ese sentido, es preciso reorientar los sistemas alimentarios, en lo que la alimentación sostenible juega un papel fundamental, al tener como principio hacer frente a las necesidades de salud y ambientales derivadas de la producción y el consumo de alimentos, fomentando producción y consumo responsables, lo que permite menor riesgo para la biodiversidad, ecosistemas y capa de ozono.
Del mismo modo, para territorios sitos en países menos desarrollados, se sugiere impulsar y fortalecer la agricultura familiar como un aliado importante para el desarrollo sostenible, la alimentación saludable y la lucha contra el hambre y la malnutrición; puesto que, además de apoyar en la meta rumbo a la seguridad alimentaria, promueve el desarrollo rural en las comunidades. El mundo entero y especialmente las naciones menos desarrolladas, como la nuestra, tienen el inmenso desafío de alcanzar modelos alimentarios suficientes, sostenibles, responsables e inclusivos, que permitan y faciliten hacer frente a la grave situación que ya comienza a manifestarse y cuya peor parte puede estar por venir.
Conscientes de lo cual, preciso es que cada uno, desde nuestros espacios, pongamos de nuestra parte, ya que todo no puede quedar en manos de los gobiernos. Como ciudadanos, somos responsables al promover y elegir una alimentación saludable, responsable y sostenible, en la que el desperdicio de alimentos no tenga lugar. Cada vez que nos llevemos un alimento a la boca pensemos en los costos ambientales y económicos que estuvieron presentes en la producción y la distribución del mismo, y en lo que ello implica para las naciones y el planeta entero.
Es momento de fortalecer nuestra cultura alimentaria e impulsar el consumo responsable.
*Saúl Alfonso Herrera. Abogado. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual. saulherrera.h@gmail.com