Enrique Herrera

Por Enrique Herrera @enriqueha

La búsqueda del acuerdo nacional de Petro tiene varios propósitos: busca distensionar y despolarizar la sociedad, procura gobernabilidad y comprar tiempo. Por ahí comenzó, enhorabuena, Petro. Pero el acuerdo tiene muchos desafíos y no son fáciles. 

Los  acuerdos nacionales se construyen, al principio, sobre generalidades, es decir, sobre buenas intenciones para hacer las cosas lo mejor posible hacía futuro.

Pero los acuerdos políticos comienzan a hacer agua, generalmente, cuando aterrizan en lo concreto, es decir, en las cuotas políticas  y en el apoyo a las políticas de gobierno y en este sentido, en la conformación del gabinete y demás cargos y, en los votos que va a necesitar  las reformas tributarias, agraria, de salud y pensional en un debate político y social caldeado por la polarización y que se tomará las redes sociales y las conversaciones de  cafés, almuerzos y bares. Ahí, el acuerdo puede patinar.   

El acuerdo necesita -en el mundo de las políticas de gobierno y no de la burocracia-  una metodología para llegar a esos acuerdos y la mejor forma de construirlo es en el ámbito local  porque es ahí donde el debate se aleja -un tanto- de lo ideológico y de lo político y se aproxima  a los problemas y soluciones concretas de la gente, esas que se sienten en la piel. Así no se cae en los circunloquios  ideológicos inconducentes y se es más pragmático.

El acuerdo nacional puede ser presa fácil de la polarización bajo el entendido que la polarización política solo disminuirá en la medida en que también lo hagan  las tensiones económicas y sociales generadas por la desigualdad; y la desigualdad disminuye cuando crece la economía y el empleo.

Ezra Klein escribe que hay tres tipos de polarización: la ideológica; la afectiva; la social y territorial. La primera hace referencia a esas dos Colombias que cada vez se alejan más, ideológicamente, entre sí; la afectiva se centra en los sentimientos positivos o negativos que despiertan los partidos y los líderes  político, por ejemplo, Petro y Uribe. Es el sectarismo que se manifiesta por el mayor apego  o desapego  de los ciudadanos, con sus líderes políticos. Aquí no se  apela a la racionalidad sino a los sentimientos y emociones. Y la última forma de polarización obedece a la diferenciación social, demográfica y geográfica, es decir, la polarización abreva en, por ejemplo, los gustos, los estilos de vida, los ingresos, la clase y los lugares de residencia.

A favor digamos que las urnas se expresaron en la elección presidencial no como dos Colombias distintas e irreconciliables sino como una, que clamaban en los votos de Petro, Hernández y Fajardo una misma cosa: cambio. El punto en el que podemos naufragar es en  ¿Qué tipo de cambio queremos?, ¿a qué velocidad?, ¿con quiénes es el cambio?, ¿con qué instrumentos y recursos?  El acuerdo necesita un mago que lo haga navegar en el mar borrascoso de la opinión pública, pero es la vía que hay que transitar.    

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