JOSÉ MANUEL HERRERA BRITO

Por: José Manuel Herrera Brito

Signado está este decadente S XXI del contubernio en la práctica que se viene dando entre la práctica política propiamente dicha y las ideologías de estricto como eminente corte populista, que parecieran haceres repetitivos en cada nuevo Siglo, donde históricamente se han estrenado como si se tratase de una exigencia apurada por una comunidad anhelante de esperanzas, que con el paso de los días se sume en la oscuridad, en la mayor de las frustraciones y en las más de las desilusiones.

En la infinidad de cosas malas y peores que soportando estamos, pululan populismos de populismos en esta mar naciente de posverdad que vigila ilógica; no obstante las quejas de los sabedores sociales de hoy. De ahí que el populismo vinculado con el llamado ir hacia el pueblo, histórica y culturalmente viene desde la Polis griega y concretamente desde las primeras formas de aparición de la demagogia. Sin embargo, no es dable confundir el populismo de Cleón, Alcibíades o Cleofonte, con los de hoy, copias groseras y grotescas, por lo que debemos ponerle la especial atención que merece el juicio de los signos fundamentales del fenómeno en y para la actualidad.

Mas temprano que tarde la razón -dice la experiencia de la conciencia contemporánea que estremece hacer, pensar y decir del presente-, nos indica que atravesamos una época de riesgo sistemático, al emerger de cualquier escenario situaciones que llevan a materializaciones peligrosas, nuevos posicionamientos de los actores, juicios confusos, aliados esquivos, intereses múltiples y juegos ambiguos, en los que muchos de ellos se muestran desinhibidos y sin escrúpulos; afirmaciones vigentes que remiten a la toma de conciencia de una sociedad que ha sido empujada por la razón instrumental y el pensamiento débil hacia la mayor oscuridad, cuyos puntos de inflexión conforman dañosas rigideces e inescrupulosas promesas de flexibilización paterna con extremismos que apuntalan el mismo resultado, el mismo retorno de la barbarie, aunque no pocas veces con factores invertidos que en el fondo sirve a la causa del des abandono, la desidia y vulgarización lumpemproletaria o la de la estricta regulación que finge garantizar la libertad mientras la condena a la cotidianidad de una enorme como apabullante cadena de montajes y mentiras.

Se ha sostenido siempre que el populismo es la teoría política que siempre ha sabido que la razón es un bien escaso e improbable, puesto que en la época de la política de masas, la razón es la última de las potencias masivas capaces de responder a la crisis; en lo que basa el populismo la necesidad de poner en duda que los fundamentos de la sociedad tengan una base racional; de ahí que lo que en tiempos de estabilidad parecía una exageración, una patología, se torna normal y entonces se levanta sobre esta operación de borrón y cuenta nueva entre lo normal y lo patológico, pero su mirada penetrante comprende que en la base de las sociedades hay siempre una falta de piso, de esencialidad; y cuando esta sensación de operar en el vacío emerge, surgen amenazantes los excesos peligrosos, bastando solo basta que la crisis alcance cierta cohesión para inundar todo con su saña y asaltar los espacios trabajosa y cuidadosamente conquistados por la razón.

No podemos permitir en consecuencia y desde la racionalidad, que la política del populismo convenza a las sociedades de que no existe otra política. Solo es cuestión de tiempo, ya que su ritmo patológico contagia, al punto de que su exigencia convoca a la indeterminación guiada por una pasión exacerbada que lleva a la perversión trocada en dependencia totalitaria, totalitarismo que es de hecho su meta; por lo que debemos sí o sí buscar como un imperativo categórico, salidas concretas a esta práctica y atmósfera más que asfixiantes. saramara7@gmail.com

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