SAÚL ALFONSO HERRERA HENRÍQUEZ

Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

La política debemos entenderla como la ciencia y el arte de gobernar que trata de la organización y administración de un Estado en sus asuntos e intereses. de comunicación pública; independientemente que en la realidad se enfoque en la lucha por el poder en función de intereses y ventajas, y se expresa y efectúa en el proceso de elaboración de políticas; la soberbia en tanto, Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. Orgullo, inmodestia, presunción, altanería, arrogancia, vanidad, envanecimiento, engreimiento, jactancia, suficiencia, fatuidad, pedantería, endiosamiento, aires, humos, ínfulas. Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás. Algo así como un deseo excesivo por ser preferido a otros, el amor desmedido por uno mismo, por creerse por encima de los demás. Con esa actitud, uno está menospreciando a los demás.

La raíz de convivencia en pueblos como los nuestros es la unidad de soberanía, que es la facultad de las últimas decisiones, el poder que crea y anula todos los otros poderes, cualesquiera sean ellos; soberanía, pues, significa la voluntad última de una colectividad. Autonomía significa, en la terminología juridicopolítica, la cesión de poderes. Abandonar este tema en las manos de diletantes con pretensiones historiográficas significa ceder ámbitos de adopción de decisiones en la estrategia de consolidación de la supremacía civil, y que las partes del todo comiencen a vivir como todos apartes, particularismo en el que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte y, en consecuencia, deja de compartir los sentimientos de los demás.

La soberbia, se ha dicho de ella, es primera en todo lo malo, coge la delantera, topa con los políticos, se perpetúa y reina en ellos con todos sus aliados, tales como la estimación propia, el desprecio ajeno, el querer mandarlo todo y servir a nadie, lucir, campear, alabarse, hablar mucho, alto y hueco con todo género de presunción; razonar con fatuo alarde y sin mesura que lleva a ser arrastrados por la vanidad y a caer en el disparate y la sinrazón.

No entienden que, en la política, el primer paso de la sabiduría es la atención a los signos de cambio y transformación; y, al igual que el precio de la libertad es la vigilancia, una forma importante de vigilancia es la atención a la retórica política, pues, a menudo revela la marcha de las cosas. Pero, tampoco se puede olvidar que, la política es el juego en el que todos ganan o pierden juntos, donde se transforma el conflicto en cooperación o se destruye el ámbito mismo de lo público. Hoy por hoy, nuestros políticos presumen de demócratas, ignoran su verdadera condición, se conforman con aplicar el adagio que dice que, de un magistrado ignorante, es la toga lo importante.

No han entendido tampoco que la soberbia no se los permite, que la democracia no es un estatus en el que puede un pueblo cómodamente instalarse; a ella, la democracia, hay que entenderla como una conquista ético-política de cada día que solo a través de una autocrítica siempre vigilante puede mantenerse, siendo más una aspiración que una posesión. Es, como decía Kant de la moral en general, una «tarea infinita» en la que, si no se progresa, se retrocede, pues incluso lo ya ganado ha de reconquistarse cada día.

Se manifiesta sobre la soberbia que la gente se aferra a sus líderes, pese a que son manifiestamente ineptos, corruptos, mentirosos o delincuentes, por una idéntica razón: el amor propio. Reconocer que uno se ha equivocado o que lo han tomado por tonto hiere el orgullo. Mejor, menos doloroso es insistir en verlos como héroes o mártires. Reflexión que sirve para decir que, cuando los gobernantes se aferran al poder, ese amor propio se expresa como soberbia. Es decir, el “sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos.

La soberbia impide aceptar sus errores con la misma fiereza que protegen a sus más cercanos colaboradores. Sobre todo, aquellos cuya cabeza piden sus opositores. No importa que tan incompetentes, corruptos o farsantes puedan ser. Nada que hiera más su orgullo que reconocer que se han equivocado en sus decisiones o que tienen que entregar la cabeza de uno de sus protegidos. Pero los acontecimientos son obstinados y se suceden uno tras otro hasta llevar contra las cuerdas a los poderosos. Pero al final entregan todo, con tal de permanecer. Pero siempre será tarde.

La moraleja es demoledora: “en la política y en el poder, la soberbia es fuente de autodestrucción y síntoma de debilidad, ya que cuando se les señalan los errores, no tienen problema en negar la realidad y en atacar con fiereza a quien le cuestiona, como si se tratara de su peor enemigo. No les permite romper las inercias que les impiden cumplir con lo prometido, y cuando fracasan, no tienen problema en volcar las culpas sobre los demás. La furia de las pasiones hace que los políticos se conviertan en tierra de la soberbia; razón por la que en lugar de hacer lo que les corresponde, pierden la gran oportunidad de cumplir con la confianza en ellos depositada por la ciudadanía. saulherrera.h@gmail.com

*Abogado. Especializado en Gestión Pública, Derecho Administrativo y Contractual. Magister en Derecho Público

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