Por: Francisco Javier Vázquez Atencio*
Participación es cooperación. La participación es siempre participación con, de ahí que el protagonismo de cada uno es realmente coprotagonismo, vale decir, conjunción de dos conceptos claves para la articulación de políticas públicas participativas: autonomía e integración, soportes del principio de subsidiariedad; razón por la que en ningún espacio de la vida política debe ser absorbido por instancias superiores lo que las inferiores puedan realizar con eficacia y justicia. Estos dos conceptos, corresponden con la doble dimensión de la persona, individual / social, intimidad / exterioridad. Se trata en definitiva de la doble dimensión de una misma persona, nunca de dos realidades diferenciadas y distantes, que puedan tener una atención diversa, pues la una nunca actúa ni se entiende cabalmente sin la otra.
La libertad en lo moral, es en última instancia una consecución, un logro personal. La participación, el protagonismo en la vida pública, por el procedimiento y en el espacio que sea, es consecuencia de una opción personalmente realizada. La solidaridad es una acción libre y se comprende como un acto de libre participación. La diversificación de intereses, impulsados por la participación y el compromiso cada vez mayores con los asuntos públicos, importa que culmine en la conformación de un sólido tejido asociativo, con intereses, sensibilidades e incluso con planteamientos políticos diversos.
En esa cohesión deben buscarse sin preestablecidas exclusiones validos interlocutores: asociaciones y colegios profesionales, de padres de familia, de amas de casa, mujeres, grupos juveniles, deportivos , recreativos y culturales, ONGs, grupos, entidades y asociaciones de la tercera edad, organizaciones parroquiales, ecologistas, ambientales, industriales y empresariales, consumidores, movimientos vecinales, comunales, educativas, órganos de la administración dirigidos a la atención al público, medios de comunicación, sociedades gastronómicas, entre otras.
La capacidad para establecer un diálogo con el más amplio número de representantes sociales es un indicativo de apertura real a la sociedad, diálogo en el que no debe olvidarse el objetivo principal que se persigue. No es convencer, transmitir ni comunicar algo, sino escuchar. En el diálogo escuchar no es un acto pasivo, sino una disposición activa que busca el alcance de las palabras del interlocutor, comprender su manera de percibir la realidad, la conformación de sus preocupaciones y la proyección de sus ilusiones, objetivos y propósitos.
Punto de partida es la correcta disposición de apertura, ya que sin ella el diálogo será aparente, sólo oiremos lo que queremos oír e interpretaremos de modo sesgado lo que se nos dice y por ende la pretensión de centrarse en los intereses de la ciudadanía será ilusoria. El diálogo debe caracterizarse por ser flexible y no un intercambio rígido y formalista, no una encuesta, debe ser abierto y ponerse en juego los factores personales y ambientales necesarios para hacerlo confiado y productivo. La condición de los interlocutores no debe ser elemento de distorsión y el diálogo debe conducirse sin limitación en los temas, interesando conocer, cuando sea el caso el descontento que producimos, a quien y por qué.
De otro lado, en medio de las muchas propuestas de solución que de seguro surgirán, es de resaltar interesa considerarlas todas, especialmente las que tengan como rasgo el equilibrio, esto es, las que consideran todos los sectores afectados por el problema que se trate o la meta que se persiga, y no sólo al propio, en la verdad que es tanto importante como difícil, atender en su totalidad las reales expresiones del pluralismo social, lo que no es óbice para desistir de dialogar.
*Francisco Javier Vázquez Atencio. francisco.vasquez.atencio75@gmail.com @franvasquez06 Administrador de Empresas. Especializado en Recursos Humanos. Especializado y Magister en Gerencia Social