SAÚL ALFONSO HERRERA HENRÍQUEZ

Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

Evidentes son los vínculos práctica política / ideologías populistas, instrumentalizados, presentados y fervorosamente iluminados por las esperanzas, pero realmente oscurecidos por las mayores frustraciones que populismo y populismos entrañan, lo que fundamentado está en la realidad y en el saber social, toda vez que no es tal su ir hacia el pueblo que mucho peroran y de lo que obtusamente se enorgullecen; lo que no es nuevo, ya que viene desde el surgimiento de la Polis griega y desde las primeras formas de aparición de la demagogia, amparado en el decir que la experiencia de la conciencia hace la diferencia, lo cual pretenden acomodar a su favor.

Es el populismo que nos hemos venido calando, una caricatura grotesca, embadurnada por las manos de un poder semejante al que las catervas mafiosas pretenden imponer y de hecho, de una y otra forma han impuesto con la astucia de la sinrazón, que impacta en materia grave el día a día. No podemos dejar de lado que el populismo, en esta experiencia de la conciencia contemporánea que viviendo estamos, estremece severamente hacer, pensar y decir del hoy, hasta el punto de sorprender la esencia de la ética ciudadana, la institucionalidad y la idea republicana, implicando un riesgo sistemático, ya que de cualquier parte puede emanar una situación que inicie un avance peligroso y nuevos posicionamientos de todos los actores que propalan el letal populismo.

Arrastra el populismo, siempre impulsado y liderado por actores desinhibidos e inescrupulosos, juicios confusos, aliados esquivos, intereses mezquinos múltiples y juegos ambiguos, cuya nítida función es generar inseguridad, miseria y desestabilización, a la postre inocultables, cuya amenaza y avance deben llevarnos como sociedad a tomar conciencia, en lo que importa un pensamiento fuetes y acciones sólidas en búsqueda y procura de claridades, para no caer más en las estrictas rigideces del cesarismo, ni en inescrupulosas promesas de flexibilizaciones paternalistas, extremismos que apuntan en dirección a un mismo resultado, la barbarie, de lo que no hace mucho fuimos testigos de excepción.

No olvidemos, y la historia lo refiere, el populismo es la teoría política que ha sabido siempre que la razón es un bien tanto escaso como improbable, lo mismo que consciente que en la época de la política de masas, afirman autores connotados, la razón es la última de las potencias masivas capaces de responder a la crisis, por lo que acuden a la necesidad de poner en duda que los fundamentos de la sociedad tengan una base racional; de ahí que lo que en momentos de estabilidad parecía una exageración, una patología, se torna en normal. El fatídico populismo se levanta sobre la operación de borrado entre lo normal y lo patológico, pero su penetrante mirada, va hasta comprender que en la base de las sociedades hay siempre una falta de piso, de fundamento, y cuando dicha sensación de operar en el vacío surge, sale a flote un exceso peligroso. Basta únicamente que la crisis alcance cierta densidad para inundar todo con su saña y atracar los espacios laboriosamente trabajos por la razón.

No podemos seguir permitiendo que la política del populismo avance, en su creencia que deben convencer a las sociedades que no existe otra política mejor y en ello importa tener extremo cuidado, en tanto en cuanto caer en él es cuestión de tiempo, debido a que su ritmo patológico contagia, al punto que su exigencia convoca a la indeterminación guiada por una pasión exacerbada que conduce, directamente, a la perversión de la nada devenida ruta negacionista, transformada en dependencia totalitaria; y, el totalitarismo, tenerlo en exacta cuenta, es de hecho su meta, debiendo buscarse en su atajo, salidas concretas a esa atmósfera agobiante, lo que es una necesidad, de suyo imperiosa. saulherrera.h@gmail.com

*Abogado. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual

TEMA ENLAZADO: NO MÁS POPULISMO (II)

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