JOSÉ MANUEL HERRERA BRITO

Por: José Manuel Herrera Brito

Fundamental igualmente entender que el valor de los propósitos y objetivos de las políticas públicas ha de hacerse desde la participación ciudadana, objetivo público de primer orden y magnitud, toda vez que constituye la esencia misma de la democracia. Actuación política que no persiga o no procure grados más alto de participación ciudadana, no contribuye en nada al enriquecimiento de la vida democrática y va en menoscabo de los mismos ciudadanos a los que pretende va a servir; por ello, la participación no se formula solo como objetivo, sino que demanda la práctica de la participación como método, que supone el reconocimiento de la dimensión social de la persona, la verificación que sus intereses, aspiraciones y preocupaciones, trascienden el ámbito individual o familiar y se extienden a la sociedad en general.

La participación como objetivo, implica afirmar que el ser humano debe ser dueño de sí mismo y no ver reducido bajo circunstancia ni punto de vista alguno el campo de su soberanía personal al ámbito de su intimidad. Una vida humana más rica, de mayor plenitud, exige de modo irrenunciable una participación tanto real como verdadera en todas las dimensiones de la vida sociopolítica; sentido por la que no pueda garantizarse solo con decretos ni reglamentos. Sólo hay y habrá real participación si ella es libre. De la misma manera, la solidaridad no puede ser obligada. Esta relación de semejanza entre participación y solidaridad no es casual, por cuanto un modo efectivo de solidaridad sea la participación, entendida como la preocupación eficaz por los asuntos públicos, en cuanto son de todos y van más allá de los meros intereses individuales.

Participación libre indica no sólo a que es optativa, sino que en los distintos aspectos y modos en que es posible, es cada persona quien libremente regula la intensidad, duración, campo y extensión de su participación. De ahí que participación y solidaridad sean el resultado de una opción, de un compromiso con dimensión ética, pues admite el supuesto que el bien de todos los demás es parte del propio bien propio, terreno este de los principios, en el que nadie puede ser obligado.

La participación depende en gran parte del reconocimiento de la autonomía personal; sin ella, no es posible la responsabilidad personal y comunitaria, pudiendo afirmarse que el ser humano debe ser dueño de sí mismo, bajo la premisa que debe descubrir que su participación en todas las dimensiones de la vida sociopolítica es el imperativo ético que procede de su autonomía y le impulsa hacia una vida humana más equilibrada y plena.

Ahora bien, si consideramos que uno de los objetivos esenciales de las nuevas políticas públicas es la participación, es también hora de llamar la atención sobre el hecho que la participación se constituye como método para la realización de esas políticas; siendo menester, por tanto, mejorar en mucho los canales de participación social para que la gestión y administración de los intereses generales sea más participativa en todo sentido y en todas las direcciones posibles. saramara7@gmail.com

¿Cómo le pareció el artículo?
+1
0
+1
0
+1
0
+1
0
+1
0

Por editor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *