JOSÉ MANUEL HERRERA BRITO

Por: José Manuel Herrera Brito

La infamia, real ella sin duda, enlaza siempre con lo bajo, ruin, vil, rastrero, sinuoso e ignominioso, y cómodamente se instala en la insana admiración que la sociedad gravemente enferma ha venido prestando a los más deleznables sujetos de la historia, cada uno en su espacio y su ámbito. Todo se trastoca. Nada se cumple como debiera y nada se hace cumplir. Todo se acomoda a oscuros intereses. Solo promesas respecto de ajustarse y hacer cumplir la Constitución y el aparato de leyes y disposiciones que de ella se derivan. Moral, ética y buenas costumbres hacen mutis por el foro. Principios y valores ausentes. Se impone la que podríamos llamar la teoría de la infamia.

Definitivamente vivimos una burla de los principios sobre los que Hans Kelsen asentó el Estado de Derecho, cuando quienes lo representan conviven como si nada con quienes los han vulnerado y tienen como objeto destruirlos. Se inculpa y se condena al inocente. Se buscan chivos expiatorios. Se les culpa de todo y por todo. Se les suman delitos por ellos nunca cometidos. Tal es el caso de muchos y tal es el caso, aberrante por demás, del General Miguel Alfredo Maza Márquez, Héroe Vivo de la Patria, a quien no contentos con condenarlo por la muerte de Luis Carlos Galán, igual hoy pretenden adicionarle las de Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. Horror de horrores que nos lleva a cuestionarnos si valió la pena que expusiera una y más veces su vida por un país que desagradecido le da la espalda a quien de manera denodada y enhiesta bien y mejor le sirvió.

Es la nuestra una estructura de poder convencida que lo malo es bueno, mejor, y que igual se complace de acciones y actuaciones ignominiosas como las que comete contra sus prohombres, a quienes debió haberles reservado los grandes honores y no vilipendiarlos en toda ocasión posible como con el General hicieron.

Graves sin duda y más que ello, las expresiones de infamia que nos ha tocado vivir y en la que se regocijan clamorosamente y muestran además como un mensaje de dignidad al cuerpo social que neutraliza, excluye y enmascara la realidad de lo que real y verdaderamente se supone que representa la justicia, superada por los oscuros intereses que manejan un poder judicial que persigue a quienes no debe, mandando con ello un mensaje funesto a la sociedad, desgraciadamente parte de un trato incalificable y hasta comercial si se quiere, en el que han desaparecido todos los obstáculos de lo que se ha llamado la estética de la decencia, en últimas la que juzga y absuelve, aunque ello solo sirva para poco o solo sirva para nada.

Fue la infamia en el Derecho Romano, refieren con sabias argumentaciones tratadistas de reconocido prestigio internacional, una sanción moral, con efectos civiles que degradaba la capacidad jurídica de la persona en casos donde el ciudadano había tenido un comportamiento que podría ser considerado reprochable socialmente, era la degradación del honor civil, consistente en la pérdida ante la sociedad de reputación y crédito. Distinguía dos tipos de infamia dependiendo de las causas que la motivaban. La infamia facti tenía lugar cuando el ciudadano llevaba a cabo una acción contraria a lo que establece el orden público, las buenas costumbres o la moral; y por su parte la infamia iurs, era el resultado de haber efectuado un fraude o una acción dolosa contra alguien. Ni más ni menos en el caso en comento. saramara7@gmail.com

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