Ruben Darío Ceballos Mendoza

Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza*

Lamentable que de manera perversa esté abriéndose camino toda una serie de argumentos baladíes por parte de nuevas vertientes ideológicas, que pretenden situar a la sagrada institución de la familia contra la pared, poner en duda su origen natural y su valor permanente e inconmensurable, mismo que debemos desde lo racional conservar, preservar y jamás colocar en entredicho por ser ella la que nos identifica como célula principal de la sociedad; y si bien es cierto que muchas familias, ante los miles y más retos que presenta el mundo de hoy, acusan terribles, dolorosas crisis y sufren desconcierto e incertidumbre, no lo es menos que debemos propugnar creer los lazos de parentesco que vinculan a sus miembros, ser espacio donde se afiance la estabilidad y nunca surja la violencia.

Es claro que ante la crisis de valores que hoy padecemos como sociedad, obligados estamos a impulsar un modelo de familia que potencie la salud social, que no se excluya ni discrimine a nadie. Bien sabido es que no hay familia perfecta, que en cierto sentido es disfuncional dadas las carencias e imperfecciones de quienes las conformamos, lo que es parte de la condición humana; lo que no es óbice para que asistamos a la desintegración familiar acelerada que viendo estamos en los últimos tiempos, lo que solo ha servido para llevar sufrimiento a la comunidad, convertido en delincuencia, violencia, drogadicción, pobreza, abandono y carencias de toda índole, siendo importante en consecuencia que nos demos a la tarea de definir un modelo de familia que garantice bienestar seguridad, estabilidad emocional, como principio de sociabilidad y escuela de virtudes humanas, toda vez que en ella se hunden las raíces históricas que sustentan la pertenencia a un pueblo, nace el amor patrio y se descubre la propia identidad.

Como ciudadanos debemos estar en contacto con las realidades naturales, hacer referencia al sustrato más natural y primario del hombre, la complementariedad, explicada en la relación del uno con la otra por una mutua atracción encaminada a la unión entre ambos sexos, además de ser expresión de comunión y amor recíproco, que implica en sí misma la fecundidad para la conservación de la especie, en la verdad que cada generación debe asegurar la continuación de la vida humana, procreando y educando a otra nueva generación.

No podemos dejar desaparecer a la familia, que en peligro está ante el avance a pasos agigantados de la ideología de género, que crece en una Colombia inmersa en conflictos políticos, crisis económica y apatía sin par, y cuyos objetivos es involucrar a los menores de edad bajo la falacia de los derechos sexuales de las infancias, interpretado estúpidamente por la opinión pública como un intento por generar una tolerancia a las relaciones sexuales consensuadas con niños y jóvenes, lo que no es otra cosa que delitos contra ………. Quieren ellos que desaparezca el concepto de familia como lo conocemos y plantean la destrucción de las celebraciones familiares, con el argumento que discriminan otras formas de convivencia y no muestran ningún problema perpetrar adoctrinamiento hacia los niños, lo que impone reaccionar de forma contundente, ya que ello vulnera la seguridad de los niños.

Tampoco podemos permitir como sociedad que se metan con los niños, sino dejarlos que crezcan con naturalidad a la luz de la mejor educación y formación, y que en su mayoría de edad tomen la decisión que mejor convenga a sus intereses y felicidad. La defensa de las infancias debe y tuene que ser una lucha a librarse con el mayor de los denuedos y determinaciones en una trinchera familiar para hacer entender a nuestros hijos que nadie los debe vulnerar, ni tocar y que cualquier intento en ese sentido deben informarlo a su familia para actuar en consecuencia. Debemos defender a la familia. Si no lo hacemos hoy, no lamentemos en el futuro las consecuencias de haber dejado pasar las cosas.

rubenceballos56@gmail.com *Jurista

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