Por: Iván Meneses Periodista.
Aquellos provincianos que salieron de sus pueblos hacía la ciudad en busca de una mejor calidad de vida, sin importar cuántos inviernos han pasado desde que abandonaron sus humildes casas en donde nacieron y crecieron con pocas comodidades materiales al lado de sus padres o abuelos, hoy solo esperan el feliz momento de regresar a sus terruños para volver abrazar a papá y a mamá, quienes están decayendo hacia la ancianidad mientras te esperan.
Recuerdo a mis amigos y paisanos en Zapatosa, Cesar, quienes la mayoría de ellos se encuentran radicados en la ciudad de Bogotá por razones laborales, todavía recuerdan el camino que los conducen de regreso a esa casita que emana todo el tiempo el suave y delicioso aroma a café con pan caliente que alcanzamos a percibir a lo lejos. De igual modo percibimos la fragancia de aquella feliz infancia vivida al lado de nuestros viejos, esos que siempre tienen la puerta entreabierta en señal de que eres bienvenido en cualquier momento, y te reciben con emoción, amor y con la mesa llena de comida típica como: sopa de gallina criolla o de pescado, arroz, bollo limpio, suero, yuca, queso, pescado, una jarra de limonada y mucho más.
Si tenemos la bendición de poder contar en esta Navidad y fin de año con aquellos viejecitos que se cercioran que el portón no tenga el candado puesto a la espera que nuestro corazón nos recuerde el antiguo camino a casa, regresemos antes que sea demasiado tarde cuando no haya quien corra con los brazos abiertos y sonriendo nos abra el portón para envolvemos con su felicidad al brindarnos una taza de café con pan en la vieja mesa adornada por un mantel blanco que se suele sacar según la costumbre de los pueblos cuando llegan visitas sin importar que sean familia, amigos, conocidos o forasteros.