Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*
El país que todos queremos es uno y único, pensado en grande, con soluciones, respuestas, desagravios, con políticas públicas que garanticen mejoras y bienestar, con caminos para que avancemos sin tropiezos, con espacios donde podamos elucubrar y soñar con grandes aspiraciones y sin perniciosos aplazamientos, productivo, con calidad de vida, empleos y trabajos dignos / duraderos / bien remunerados, óptimos servicios públicos, que siga adelante, con porvenir, que supere el estado de pobreza de muchos de nosotros que a duras penas sobreviven. Que tomemos una ruta en la economía que resuelva dicha pobreza y podamos avanzar superando esa condena económica, que se abra la posibilidad de construir el andamiaje para transformar malas costumbres, modos de ser y hábitos, en algo parecido a normas, preceptos y modos de ser que expresen nuestra manera de percibir y confraternizar, toda vez que una tierra de gracia no lo es tanto por su geografía y sus riquezas materiales, sino especialmente por su gente amable, honesta, alegre, honorable, bondadosa, noble.
Un país en el que sus gentes tenga la particular ambición de aprender más cada día, que no se baste con el ingenio popular, sino adentrado e inmerso en investigaciones y reflexiones, donde los niños tengan asegurada una educación de calidad, que les sea posible alcanzar dimensión espiritual, potenciarse mentalmente, poseer sentido de pertenencia, usar la energía interior como el cerebro de nuestros sentimientos. Abrirnos a espacios de aprendizajes, percibirnos en realidades, conocernos, razonar, medir, pesar, calcular, sintetizar, pero sin frialdad ni sentimientos desbordados que nos sumen en dimensiones fantásticas de incomprensiones e irrealidades.
Ser un país donde todos podamos aprender, ser y hacer, según sus vocaciones y aptitudes, donde todos nos podamos educar académica, científica y moralmente para permitirnos ser mejores y desplegar un potencial humanístico que para usar y hacerlo crecer cada día. Donde no se expresen vanidad ni lucha de clases que tanto ha dañado a la humanidad, con empresarios y trabajadores creando bienes y servicios requeridos por todos. Con consensos, con equidad, que nos igualen, aceptando nuestras peculiaridades, con espacios donde podamos sentirnos como iguales a pesar de las diferencias y eso nos haga respetarnos aún más.
Un país con personas dedicadas a algún propósito o búsqueda, que si bien solo tiene sentido para cada uno, enriquecen por su creatividad y enseña algo nuevo. Un país en convivencia pacífica en las que nos ayudemos a desplegar todo lo que podríamos ser, reconocernos en nuestras acciones comunes y proyectos de vida, apoyarnos en la creencia que los seres humanos que se mueven, reflexionan, agitan, emocionan, se reinventan, inventan, encuentran y transforman recursos, producen todo aquello que sostiene y hace avanzar la vida; ese producto es la propiedad del hombre y el derecho de propiedad es el más importante de los derechos humanos y cualquier pérdida de uno de ellos pone en peligro los demás, como se ha afirmado desde tiempo inmemorial por connotados científicos sociales.
Un país encaminado, orientado, enfilado en un contexto de democracia modelo de convivencia, fundado sobre la existencia de un propio modo sociológico, recreado en nuestras más profundas aspiraciones, descifrado en su contenido y definido humana y administrativamente en ámbitos de respeto mutuo, confianza y libertad, donde podamos sus habitantes ser lo que aspiran y sea esa energía positiva para todos, que ayude a esforzarnos a construirnos superiormente en democracia.
No es solo ocuparnos como sociedad de las necesidades básicas o producir más y mejores bienes, sino respeto para las expresiones humanas por diversas que sean y se tengan en cuenta, haya alimento, mejores viviendas y servicios; y, además, se pueda ser lo que se aspira ser. Valida es la productividad, la eficiencia, pero mucho mejor hacer valer nuestra particular condición de seres humanos, ir hacia lo excelente y perfectible, ser más felices, compasivos y aposentarnos en nuestra dimensión ética donde viva nuestra capacidad de elegir entre las distintas opciones que hoy brinda el mundo, a efecto de alimentar la aspiración a la finalización de los conflictos, el alto de la destrucción, las ambiciones desmesuradas y enrutarnos hacia modos de vida virtuosos que ayuden a enfrentar nuestros defectos; de ahí que requiramos una sociedad humilde, justa, conviviente, espiritual, con autonomía cívica, madura, decidida, actuante, dispuesta a aprender siempre. saulherrera.h@gmail.com
*Abogado. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual. Magister en Derecho Público. Columnista