JOSÉ MANUEL HERRERA BRITO

Por: José Manuel Herrera Brito*

Nuestro campo y campesinado protestan, gritan, claman, reclaman, patalean, convoca marchas y demás otras acciones y actuaciones para llamar poderosamente la atención y conseguir que en lo posible y de una vez por todas les hagan caso. Le apuestos todo a tener la comprensión de la gente, lo que puede salirse de madre en cualquier momento, lo que será para nada conveniente si llegan a más las afectaciones al conjunto de la ciudanía, hacen su aparición brotes generalizado de violencia y tengan que darse los choques con las fuerzas del orden y el riesgo de desabastecimiento por situaciones adversas en el orden público.

Las causas de tales situaciones que llevan a peticiones y protestas siguen ahí. Demasiadas cargas para los campesinos, estrictas normativas, bajísimos precios de sus productos por competencia de las importaciones, deficientes servicios públicos y falta de carreteables, entre otras consideraciones; de ahí sus reclamaciones de precios justos, más control de las importaciones que juegan con ventaja, menos burocracia, más eficiencia y mayor solidaridad con las gentes del campo.

Estamos frente a una alarma generalizada por el poder desestabilizador del que puede hacer valer en cualquier momento nuestro sector primario que a pesar du sus afugias sigue produciendo para la despensa de las confortables zonas urbanas del país son que se les tenga en cuenta como se debiera, lo que requiere de la necesidad de suavizar lo normado en muchos aspectos, lo mismo que reforzar lo inherente a la cadena alimentaria para no vender a pérdidas.

El campo importa, los “Los campesinos nos dan de comer, y sin embargo no reconocemos la precariedad de la vida en el campo; y a pesar de ser ellos indispensables como economía y comunidad, cada día son más vulnerables, por lo que exigen que el Estado y la sociedad reconozcan esa realidad, más cuando aún en crisis no dejan de trabajar la tierra, sus labores no paran porque de ellas depende en buena medida la seguridad alimentaria del país y, por tanto, la calidad de vida y el bienestar las personas, ya que producen más del 70% de los alimentos, es la actividad que más empleos rurales genera y cumplen un papel invaluable en la conservación de la agrobiodiversidad.

Su empeño es vital. Insisten en sus cultivos, labranzas, cosechas, pesca comunitaria y en las economías comunitarias, a pesar qué la guerra, olvido estatal, inequidad y los modelos de desarrollo excluyentes los asfixian. No es fácil su trabajo, sino doloroso, angustiante y agotador. No hemos entendido lo indispensable que son economías y comunidades campesinas. Es visible su situación de fragilidad y precariedad social, realidad derivada de una larga historia de abandonos, violencias, políticas públicas y proyectos económicos que contradicen e incluso niegan el bienestar y sus derechos.

En mora Estado y sociedad de reconocer sus tragedias humanitarias e irreparables dolores que la guerra les ha ocasionado, lo que obliga que se reconozca y resuelva la historia de abandono y precarización que ha permitido la degradación de la guerra evidenciada en las paupérrimas condiciones en las que viven. Todos se les ha negado. Desde lo fundamental que es el derecho a la vida, a lo básico que son vías, hospitales, escuelas, energía eléctrica, agua potable, vivienda, créditos, asistencia técnica, infraestructuras, títulos de propiedad de las tierras y mercados para comercializar lo que producen; no obstante, persisten con dignidad en la defensa de sus derechos que les son sistemáticamente negados y en la reivindicación de las economías campesinas, familiares y comunitarias. Si el campo es vulnerable todos somos vulnerables. Nada de lo que pasa en el campo se soluciona sin que se les escuche y se reconozca su verdad. No más un campo olvidado. saramara7@gmail.com

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