Por: Ec. Esp. Omar Escobar
La maldita guerra fría concentraba entre otros aspectos, tres conflictos, uno demográfico, uno lingüístico y otro de tipo religioso, los cuales ahora son muy visibles entre Rusia y Ucrania. El demográfico busca lesionar los lazos históricos fraternos de las poblaciones eslavas presentes en ambos países. Por otra parte, Ucrania ha prohibido el habla rusa dentro de sus fronteras, mientras que también busca socavar a la Iglesia ortodoxa – reducida ya en 8%-, la cual hace parte del patriarcado cultural de Moscú, sin embargo, todavía quedan ¾ de la población. Por otro lado, occidente busca desestabilizar la iglesia ortodoxa tanto de Siria como de Serbia según fuentes diplomáticas rusas.
Cabe recordar que la fragmentación de los rasgos identitarios es un preámbulo a la división geopolítica de los países de Europa central y oriental y así disminuir la influencia de Moscú en la región. Al parecer la estrategia de atacar por el flanco religioso, es una muestra del debilitamiento financiero como soporte de guerra. Según The New York Times, 20 de 30 países miembros de la OTAN, han agotado su potencial por enviar reservas de armas a Ucrania. Solo Francia, Alemania, Italia y Países Bajos pueden proveer armamento, pero de manera complicada.
Está demostrado que la confrontación bélica no lleva sino al resurgimiento del salvajismo mientras que la razón queda supeditada a él. En menos de un año, el presupuesto del Fondo Europeo para la Paz, agotó el 90% de los 3.100 millones de euros creado para apoyar a Ucrania en acciones militares…y la guerra se prolonga, dividiendo al mundo en dos bloques geoestratégicos bien definidos, por un lado, USA-UE-OTAN y el otro Moscú.
Dizque una civilización guiada por la razón, pero nadie cede, ni los premios nobel de paz intervienen. Los religiosos ahora son parte del conflicto, pero como instrumentos de guerra, no de pacificación.
