Periódico EL DERECHO
EN SU CEREMONIA DE GRADO COMO LITERATA, EN LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, LA AUTORA MARÍA GÓMEZ LARA, HABLÓ DE POESÍA. DADA LA BELLEZA DEL CONTENIDO DE SU DISERTACIÓN, NOS PERMITIMOS DARLO A CONOCER A NUESTROS LECTORES. HE AQUÍ SUS PALABRAS:
El poeta venezolano Eugenio Montejo nos recuerda, en su poema Lo nuestro, que «solo trajimos el tiempo de estar vivos / entre el relámpago y el viento».
Nuestro tiempo es todo lo que tenemos, es lo que somos, es la vida. Y para mí la vida tiene sentido gracias a la poesía; por un verso que llega en el momento correcto; por un poeta que dijo algo que yo tenía adentro y había olvidado, y al fin lo recuerdo; por la música inexplicable que resuena en un poema; por las palabras que han estado ahí para salvarme las horas, para ahuyentar el tedio, para señalar lo importante.
Les quiero contar la historia de mi tiempo, porque hoy ustedes también celebran lo que han hecho con el suyo, lo que harán en otros años, lo que serán sus días y sus horas. Hemos elegido que esto es lo nuestro, citando
de nuevo a Montejo: «la llama que arde con la vela, no la vela, / el hoy, el grito delante del milagro; / la nada de donde todo se suspende, / -eso es lo nuestro». Lo nuestro, más que una idea o un propósito o una carrera, es una colección de instantes, los días que uno tras otro son la vida, decía Aurelio Arturo. Lo nuestro es una chispa detrás de cada cosa que hacemos. El barro que nos moldea se parece a lo más simple: la tarea de ese día, el rato que pasamos con un amigo, o acaso una luz preciosa que descubrimos esa tarde, cuando volvíamos a la casa. Lo nuestro es cada paso.
Entonces, ahora que terminamos la universidad, podemos reunir una colección de pasos, como quien organiza un álbum de estampillas. Y nos iremos encontrando en cada cosa que recordamos, en las pequeñas hazañas, en los derrumbes cotidianos que resolvimos, -aunque en ese momento fueran la peor tragedia-, en los obstáculos que saltamos y también en las caídas. Estaremos ahí, en nuestro pasado, intuyendo nuestro futuro. Pero, aún más al fondo, nos iremos encontrando en nuestra mirada, en la perspectiva con la que inventamos el mundo, en los ojos que entrenamos para ver.
Dice el poema de Montejo: «Tuyo es el tacto de las manos, no las manos; / la luz llenándote los ojos, no los ojos; / acaso un árbol, un pájaro que mires, / lo demás es ajeno. / Cuanto la tierra presta aquí se queda, / es de la tierra».
Los invito a que nos quedemos con lo que no es ajeno, a que seamos nuestro tacto, nuestra luz. Los invito a que las herramientas que aprendimos para ejercer un oficio sean, de alguna manera, una forma de tocar, una forma de ver, una forma de estar en el mundo. Es cierto que lo que uno hace no es lo que uno es, pero al hacer se aprende a mirar. Y somos esa mirada, porque el mundo, afortunadamente, nunca será el mismo para todos.
Estudiar literatura me demostró, entre otras cosas, que no es necesario resignarse a la realidad del día a día, que hay tantas realidades, tantos mundos posibles, que podemos escoger en cuál vivir. Y creer en la fantasía es una manera de cambiar, de ver que la lógica no es una camisa de fuerza, que las cosas pueden ser distintas, que existen los giros.
Los invito a que impulsemos esos giros, a que ampliemos la línea del horizonte, a que intentemos siempre ir más lejos, aún más lejos, más allá de lo conocido, de la costumbre. La educación que recibimos es la mejor arma de cambio, el detonante, el punto clave, si sabemos cómo usarla, si creemos que no solamente tenemos conocimiento, sino el potencial enorme de darle la vuelta a nuestra historia.
No permitamos, como dice Cavafis, que la vida se nos convierta en una extraña inoportuna. Hagamos lo que nos gusta. Queramos lo que hacemos. Dibujemos nuestro mundo, esculpámoslo como una obra de arte, siendo también capaces de ver el dolor del otro, de hacer lo que esté a nuestro alcance para aliviarlo o acompañarlo. En ese mismo poema nos recomienda el poeta griego: «Aunque no puedas vivir tu vida como quieras, inténtalo al menos / cuanto puedas.»
Tenemos la suerte, muy escasa en este país, de poder escoger qué queremos hacer y ese privilegio es, tal vez, el más grande de todos los que nos tocaron. Es la libertad de elegir cómo invertir nuestras horas, en qué gastar nuestra energía, cómo dirigir nuestro camino. Y podemos inventar un camino. Crearnos es el gran reto, el salto al vacío. Podemos crearnos con cada paso que damos, con cada cosa que hacemos, con lo que decimos y lo que callamos. Podemos crearnos escogiendo una carrera, pero, también, escogiendo unos afectos, unas emociones, una manera de sentir, una forma particular de querer a los nuestros. Y eso, en últimas, es lo nuestro.
Ahora, vuelvo al principio, al tiempo. Dice Montejo: «tuyo es el tiempo cuando tu cuerpo pasa con el temblor del mundo / el tiempo, no tu cuerpo, / tu cuerpo estaba aquí, tendido al sol, soñando, / se despertó contigo una mañana / cuando quiso la tierra».
Lo nuestro es cada segundo que trajimos para estar vivos entre el relámpago y el viento. Lo nuestro es ese instante fugaz que podemos amar, ese trazo, esa cosa que hicimos porque nos apasiona, porque sería lo único que querríamos hacer si no nos obligaran. Esa es la vida. Lo demás es de la tierra: el cuerpo, las cosas, la fama, el poder, todo aquí se queda. Pero lo nuestro, la nada de donde todo se suspende, está en la manera como miramos, en las decisiones momentáneas de qué hacer con este tiempo, con cada fragmento de tiempo.
Y lo mío es la palabra. Con las palabras toco, con las palabras veo. Quiero compartirles lo mío, mi historia, les decía al principio, porque es lo que conozco, lo que puedo dejarles hoy cuando ustedes celebran cómo han escrito la suya hasta ahora. Yo decidí contarme con palabras, decidí crearme con imágenes, decidí que el umbral que traje, entre el relámpago y el viento, solo tiene sentido si lo lleno de poesía. Eso es lo que puedo decirles.
Hoy, que nos graduamos, que cada uno irá encontrando su rumbo, quiero compartir con ustedes esta historia de amor que empezó cuando aprendí a garabatear las primeras letras en la arena y que sigue vigente hoy, más viva que nunca, cuando recibo el título de literata. Este ha sido mi grito delante del milagro, mi asombro, mi suerte. Este ha sido el milagro: regalarle mi tiempo a la literatura. Y no me refiero a estudiar una carrera, me refiero a respirar al ritmo de un verso, compartiendo los poemas que me han salvado con las personas que me han salvado. Esto es lo que yo tengo. Es lo que yo soy, lo que puedo ser. Yo puedo ser lo que digan mis palabras, y lo que no digan. Puedo ser el silencio. Puedo ser el error al nombrar el mundo. Puedo ser, también, lo que han dicho otros, lo que me digan otros. Puedo ser mi nueva historia.
Entonces, les dejo mi historia, junto a la página en blanco que empezamos hoy.
Y les regalo otra vez estas palabras que no son mías, sino de mi querido Eugenio Montejo: «solo trajimos el tiempo de estar vivos / entre el relámpago y el viento».
Se las regalo para que, si les dicen algo, las atesoren. Para que sigan descubriendo de qué quieren llenar el tiempo que trajeron, después del relámpago, antes del viento, para que sigan caminando por una vida que es todo menos extraña, todo menos inoportuna. Muchas gracias y felicitaciones a todos.
María Gómez Lara. Bogotá, 1989. Poemas suyos han aparecido en la revista ‘Golpe de dados’. En el 2007, publicó su libro ‘Preguntas para el azar’. Su tesis de grado fue sobre el poeta venezolano Eugenio Montejo. En la Feria del Libro presentará ‘Después del horizonte’ (Caza de Libros Editores).