Juan Pablo Bermúdez Riaño

Por: Juan Pablo Bermúdez Riaño.

Durante los últimos meses, y a propósito de las pasadas elecciones presidenciales y el relevo de gobierno, ha habido un controvertido debate acerca de la educación en Colombia. La ciudadanía exige mejores condiciones para el acceso a la educación básica, media y superior que, como se ha visto en los titulares de los diarios, parece tener un futuro incierto. La realidad es preocupante.

De acuerdo con lo que se ha conocido, en los últimos cuatro años, el sistema escolar perdió alrededor del veintiséis por ciento de los estudiantes. ¿Qué están haciendo estos jóvenes? Seguramente, y en el mejor de los casos, estarán trabajando en lo que haya sido, con muy pocas posibilidades de dedicarse a lo que realmente quieren y de poder competir por un empleo de mejor salario y condiciones.

Esta situación era normal hace unas cuantas décadas en Colombia –el alcance del Estado era mucho más limitado–, pero, en pleno siglo veintiuno, es totalmente inadmisible. ¿Cómo es posible que los niños y jóvenes dejen de estudiar a la mitad de su formación? Se trata de un proceso que comienza a temprana edad, desde casa, hasta el momento oportuno e indicado, no antes. La interrupción de la formación de los menores puede significar un desastre para el futuro del país, pues llegarán generaciones muy poco preparadas para los retos del mañana.

Lo propio sucede en la educación superior, pero con cifras aún más preocupantes. Tan solo alrededor del treinta y nueve por ciento de quienes se gradúan de grado once se matriculan en la universidad ¿Dónde quedarán los investigadores, los científicos, ingenieros, médicos, abogados, comunicadores, en fin, profesionales que demanda la sociedad? ¿Qué pasará con las universidades, la academia y la ciencia si los campus se quedan sin estudiantes? Uno de los motivos que se manifiestan por el cual no estudiar en una universidad es la escasez de recursos por los altos costos de las matrículas, pero no se puede generalizar. Recordemos que existen las instituciones públicas, que, en su mayoría, son económicas y de fácil acceso en las ciudades -en la ruralidad colombiana, falta mucho por hacer-, e instituciones privadas, las cuales, ciertamente, son bastantes costosas y, sin una beca, para el regular de la población resultaría muy complicado. ¿Qué se puede hacer?

El gobierno saliente ha destinado recursos para garantizar la educación superior pública gratuita a la población de estratos 1, 2 y 3 a través de programas como Generación E y el Fondo Solidario para la Educación. Hoy, es posible acceder a estudiar un técnico, tecnólogo o una carrera universitaria de una manera más sencilla. Ante la falta de recursos económicos, desinformación, limitaciones de cualquier índole, otras causas de la deserción, se debe ser inquieto en la búsqueda de oportunidades y acudir a las entidades pertinentes. En la actualidad, para poder estudiar, con la disposición  basta para que algo se pueda lograr.

 El sentimiento equívoco que se les está provocando a los jóvenes de que ya no es necesaria la educación profesional para su futuro está generando que sus proyectos de vida se limiten a ganar dinero de cualquier manera. La frecuente exposición a las redes sociales a temprana edad es, en mi opinión, una de las tantas causas de esta situación. Las redes sociales tienen como función vender productos, a personalidades e, incluso, ideas como la del camino fácil y corto. Ante una falta manifiesta de sentido crítico, los usuarios más jóvenes compran estas ideas sin tener en cuenta el precio. Esto está interviniendo negativamente en las relaciones entre algunos padres con sus hijos, pues el concepto que hasta hace muy poco, antes de la masificación de las redes sociales, conocíamos de autoridad se está desdibujando. Sin duda es algo que le atañe, en primer lugar, a los padres, que, así como el Estado, deben garantizarles la educación a sus hijos y enseñarles desde muy temprano que la educación sí les representa gran utilidad para su futuro.

La deserción escolar se presenta, ahora, como un desafío realmente apremiante para el ministro de educación entrante, Alejandro Gaviria, ya que el plan de gobierno del presidente electo ha prometido un cambio en esta materia. Está por verse, pero la educación de los niños del país, quienes, en un futuro no muy lejano, estarán dirigiendo el rumbo del mundo, no puede dejarse en el olvido. No obstante, esto debe ser una tarea con esfuerzos compartidos junto con los padres. Lo indicado es generar una cultura de gusto por el aprendizaje, no esperar a ver qué llega.

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