Periódico El Derecho

La cultura no es la única vía de salvación del territorio ni la ni siquiera la más idónea. Múltiples otras estrategias, basadas en la intervención sobre distintos sectores productivos pueden ser válidas y útiles para catalizar procesos de desarrollo estable, de base endógena o no, pero con capacidades para cubrir adecuadamente las necesidades de la población que se asienta en un determinado espacio; pero, una vez liberados de este maximalismo que surge fruto de la simplificación de las realidades sociales, podemos determinar que la especialización en el ámbito de la cultura puede tener algunas ventajas comparativas a considerar, tales como las posibles vías de relación vinculadas al desarrollo entre la cultura y el territorio.

La cultura, debería ser colocada en el corazón de las estrategias de desarrollo y los programas y proyectos ser definidos para producir una autentica compatibilidad entre la lógica de instituciones y las de sociedades específicas y culturas. Como tal, las estrategias de desarrollo deben ser adaptadas a la diversidad y la creatividad de culturas, y las instituciones adoptar un acercamiento holístico y perspectiva a largo plazo; y, el propio desarrollo económico, redefinirse como el proceso de mejorar la calidad de vida de los seres humanos incrementando su renta, reduciendo la pobreza y mejorando las oportunidades económicas de los individuos y grupos sociales, incluyendo una mejor educación, salud, alimentación, la conservación de los recursos naturales un medioambiente limpio y saludable y el acceso a una vida cultural más rica y diversa.

Es precisamente la auto-concepción cultural la que define los objetivos a largo plazo, los deseos y las esperanzas de un grupo social por lo que la concepción del desarrollo sólo puede ser entendido en un contexto social estructurado cuyas aspiraciones últimas, sean precisamente mejorar su red de relaciones culturales en una triple dimensión; la cohesión social, el crecimiento económico y la calidad de vida. Dimensiones que sin embargo no agotan las relaciones cultura / desarrollo. El territorio es autoestima, sentido de pertenencia, participación, capital social y cohesión social o atributo de un grupo que implica que los individuos sientan cierto grado de identidad colectiva, de pertenencia y en consecuencia las interacciones entre individuos sean densas, continuadas y no conflictivas. La cultura, desde una perspectiva más antropológica, puede jugar el papel de amalgama de las relaciones sociales si consigue reforzar la identidad colectiva, que es, la realidad socialmente producida y socialmente objetivada que, mediante los procesos de socialización, se convierten en elementos de la identidad personal. Una identidad colectiva es una manera de definir una realidad colectiva en función de la tenencia o no de atributos relevantes.

La cultura en general y las prácticas culturales, en particular, constituyen uno de los elementos más significativos para la definición de esos atributos relevantes. Y así los usos lingüísticos, las prácticas musicales, las fiestas, la gastronomía, el reconocimiento del patrimonio construido, la lectura, el arte o la historia mostrada por los museos, son los ingredientes principales en la elaboración del universo simbólico que nutre nuestro sentido de pertenencia e identidad. La política cultural es la habilidad para accionar el mundo simbólico de una comunidad y puede mejorar su cohesión social y en consecuencia su capital social y relacional, convirtiéndose por tanto en una herramienta imprescindible para el desarrollo, debiendo garantizar una interacción armoniosa y una voluntad de convivir de personas y grupos con identidades culturales a un tiempo plurales, variadas y dinámicas; toda vez que el pluralismo cultural constituye la respuesta política al hecho de la diversidad cultural. Inseparable de un contexto democrático, el pluralismo cultural es propicio a los intercambios culturales y al desarrollo de las capacidades creadoras que alimentan la vida pública.

Como definiciones de una realidad social, las identidades colectivas no son categorías teóricas sino categorías prácticas, y por lo tanto, su eficacia social no depende de su verdad o falsedad científicas, sino de su capacidad por determinar el comportamiento. Resulta defendible considerar, por variadas razones, que la cohesión social es un elemento positivo para el conjunto de personas que se asientan en un determinado territorio. En primer lugar a nivel colectivo es evidente que sociedades cohesionadas resultan mucho más fáciles de gestionar. La cohesión social significa que el horizonte de anhelos y deseos que orientan los proyectos colectivos se dibuja en un plano con marcos limitados y en consecuencia facilita la plausibilidad y la materialización de los objetivos sobre los que se asientan. En segundo lugar y atendiendo a la dimensión individual, la cohesión social determina la densidad de relaciones individuales y el sentido de pertenencia a una colectividad. Y ambas cuestiones se encuentran altamente correlacionadas con la percepción de bienestar y utilidad individual.

La aceptación de las afirmaciones anteriores, es decir la constatación de que existe una correlación positiva entre cultura y cohesión social, sin embargo, no debe ser entendida como una relación unívoca, necesaria y estable sino utilizarse como herramienta de fractura social y de hecho las prácticas culturales pueden considerarse, desde los análisis de Bourdieu, como símbolo de distinción social que señaliza la clase, el origen o las aspiraciones de integración o segregación de los individuos y por tanto fragmenta no sólo las relaciones sociales, sino también el horizonte de las aspiraciones y anhelos colectivos. Las manifestaciones culturales, en los procesos de construcción de consensos sociales se presentan como una delicada arma de doble filo y como señala Ramón Zallo, ciertamente el ámbito de la cultura es un ámbito de creación, goce, identidad e integración, pero es, también, un ámbito de conflicto. La cohesión social, por tanto, no es un resultado obligatorio en estrategias que intensifiquen las vivencias y manifestaciones culturales de una comunidad.

Otro riesgo plausible de la cohesión social como resultado de un universo simbólico compartido y excesivamente estable es que se puede derivar hacia un contexto refractario a la innovación, el riesgo y la experimentación. Es por ello que toda articulación deliberada de la realidad simbólica ha de traducirse necesariamente en un equilibrio dialéctico entre tradición y crítica social, entre prácticas consensuadas y contrastadas y apuestas audaces de resultados inciertos. Sólo en entornos de tensos y de dinámicos equilibrios entre pasado y futuro, entre la gestión del legado colectivo y el ejercicio proyectivo aventurado pueden plantearse escenarios de sostenibilidad simbólica de un territorio.

Lo que resulta indiscutible es que la cohesión social es ya de pos sí un componente del desarrollo ya que está estrechamente ligada al capital social. El capital social se refiere a las instituciones, relaciones y normas que conforman la calidad y cantidad de las interacciones sociales de una sociedad. Numerosos estudios demuestran que la cohesión social es un factor crítico para que las sociedades prosperen económicamente y para que el desarrollo sea sostenible. El capital social no es sólo la suma de las instituciones que configuran una sociedad, sino que es asimismo la materia que las mantiene juntas. (Banco Mundial.)

El crecimiento económico es, sin duda, uno de los vectores relevantes para el desarrollo. Cumple la función de constituirse en un elemento necesario, aunque no suficiente en los procesos de desarrollo social tal como lo hemos definido en los párrafos anteriores. En este sentido, aislando la dimensión económica de las actividades culturales no se puede poner ninguna objeción al hecho de que la actividad ligada al sector cultural crea ocupación y genera rentas sobre un espacio, y lo hace en magnitudes no desdeñables. Y en este caso nos estamos refiriendo a las actividades conectadas con la lista como academias de arte, editoriales, museos, librerías, tiendas de discos, galerías de arte o puestos ambulantes de artesanía, entre otros.

Además, independientemente de cualquier otra consideración estrictamente ligadas a su dimensión simbólica, varios argumentos refuerzan la conveniencia de elegir la actividad económica de los sectores culturales frente a otras potenciales alternativas. En general podemos afirmar que la orientación de un territorio hacia actividades culturales muestra una notable versatilidad ya que puede utilizarse en estrategias tanto para la reconversión de espacios industriales en declive, para solucionar los problemas de entornos rurales con agricultura poco competitiva o para la recuperación de barrios urbanos socialmente degradados. A esta versatilidad genérica, que explica que la especialización cultural de un territorio sea una estrategia a considerar en muchas circunstancias, le podemos añadir algunos argumentos que refuerzan la idea sobre la pertinencia de apostar por las actividades culturales. / IVA


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