Rafael Robles Solano

POR:   RAFAEL ROBLES SOLANO

Cuando redacté a principios de este año un artículo titulado: “DEFENSA DE LA ESTABILIDAD SOCIAL”, no imaginé cuan inminente era la situación de malestar y cuestionamientos generalizados entre la inmensa mayoría de la sociedad civil de nuestro país en contra del Gobierno. En aquella columna citaba y transcribo el párrafo en comento: “… en la que someramente me refería a la situación que actualmente se vive en Colombia, advirtiendo que era: … necesario reflexionar sobre este tema y su trascendencia en nuestra sociedad, lo anterior significa apreciar trasversalmente una serie de factores que afectan nuestra cotidianidad en todos los sentidos.”

Hoy observo con la misma preocupación de aquel momento, que era previsible lo que está aconteciendo, dada la insensibilidad y la megalomanía imperial del Presidente, como de su equipo de asesores y Ministros, quienes continuaron adelante con sus proyectos de reformas inoportunas para un país en crisis, sin consensuar (consultar) previamente con los diferentes estamentos sociales, económicos y políticos, sólo apoyados en la fuerza hegemónica, discriminatoria y excluyente de su partido, el Centro Democrático y de sus aliados en el Congreso.         

Siguiendo con el derrotero descrito en aquella columna, la que permito citar de nuevo, dada su actualidad para los propósitos de este contenido: “En estos momentos llevamos varias semanas de protestas generalizadas al amparo de un prolongado paro nacional promovido inicialmente desde las huestes sindicales, a las que se fueron sumando de una parte diferentes movimientos estudiantiles, de trabajadores no agremiados, de campesinos, de indígenas, docentes, pensionados, jóvenes de los barrios populares, etc., … con diferentes e inmemoriales problemáticas sociales y económicas,”  Están consiguiendo que el Estado, por fin los escuche, y ojalá, que no se ponga a dilatar hasta el cansancio, los requerimientos y soluciones causantes de tanta desigualdad social.

Creo que nos hallamos frente al crepúsculo de la sofisticada dictadura democrática que rige en Colombia desde hace más de dos siglos. Si repasamos la historia y sin adentrarnos en muchos sus detalles, baste recordar, como se evidenció en los siglos XVIII y XIX, cuando se sostuvo que la instrucción educativa debía ser de forma restringida, orientada para favorecer a las clases pudientes, porque los gobernantes de esas épocas, sostenían que no era prudente masificar la educación; de otra parte, tenemos a las familias políticas, que siempre se han aprovechado de sus condiciones y privilegios de clase, situación que les ha permitido usufructuar y rotarse los poderes de provincia, regionales y nacionales por más de 200 años, montando guerras civiles partidistas, cuya violencia a llegado hasta nuestros días; repartiéndose democráticamente los gobiernos entre conservadores y liberales.  Partidos éstos que han llegado a su triste y melancólico final, sucumbiendo ante nuevas corrientes personalistas y podríamos decir, de caudillos, que enarbolan banderas individuales y de “garajes”, pero que no tienen el suficiente arraigo popular, pero que les ha servido en las últimas décadas para cortar el eje y monopolio bipartidista antes descrito.

Como consecuencia de lo anotado, estamos hoy frente a una lucha de extremas, derecha e izquierda, disputándose las simpatías y respaldo de las enormes masas de jóvenes, que son eventuales votantes, que quizás y gracias a la influencia inocultable de las redes sociales, se han convertido en un apetitoso blanco de sus intereses. Sin embargo, ninguno hace planes sobre si dichos jóvenes, dejaran de ser parte de la inmensa multitud de abstencionistas que voluntariamente se marginan de las elecciones, porque ningún candidato les representa ideológica, ni social o políticamente.    

Entonces nos encontramos frente al final del camino de nuestra ilusa y moribunda democracia, que, en la realidad, no ha servido para conjugar, ni erradicar la enorme desigualdad social, económica, laboral y de futuro digno de la mayor parte de la población colombiana.  Por el contrario, hoy los pobres son más pobres, la clase media, sucumbe ahogada por la falta de oportunidades y los ricos, cada día son más acaudalados.

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