Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza*
Como país debemos dejar atrás los tratamientos y manejos superficiales para los males profundos que acusamos, a efecto de no seguir en situaciones producto de decisiones, acciones e inacciones de todos los que lo integramos, ya que nadie puede exculparse de lo que hemos construido, un país con ciertas luces de grandeza, algún crecimiento y poco progreso reflejado en injusticias, hambre, inseguridad, pobreza extrema, corrupción, delincuencia, baja calidad en educación y salud, falta de igualdad ante la ley, falta de institucionalidad, partidos políticos ineficaces, populismo, demagogia, universidades deficientes, mafias y demás, aspectos que exigen a grito herido ser atacados; y no coyunturalmente, sino con soluciones contundentes de largo alcance.
De la misma manera, nos perjudican las disfunciones culturales, abismos en competencias sociales claves; comportamiento común aprendido que nos define como sociedad, tales como nuestra incapacidad de debatir con altura y generar mejores soluciones que nos impulsen como sistema; fanatismos que polarizan y son caldo de cultivo para las mentiras y el populismo; renuncia a aprender del otro, lo que no es una oportunidad de ver el mundo de manera más completa sino que debe ser eliminado porque sus ideas son distintas a las mías; falta de transparencia en todos los ámbitos; miopía y hermetismo de los líderes respecto a su responsabilidad como ciudadanos, lo que hace urgente tomar conciencia para pronunciarse sobre los problemas sociales del país y hacer activismo contra tales males; generalización de las personas según su poder adquisitivo; no aplaudir el progreso del otro, sino juzgar y ver a toda persona que ha logrado éxito económico como alguien que explota o se enriquece a costa de otros metiendo a todos en el mismo saco de corrupción y privilegios, lo que evita que celebremos el éxito de muchas personas que lo merecen y al mismo tiempo hace que las personas con riqueza no hablen y se oculten ante la opinión pública. El quid está en la narrativa perversa que generaliza y polariza, escondiendo al verdadero enemigo: El corrupto, que vive y se pavonea en todos y a todos los niveles.
También hace mella la indiferencia y permisividad de la sociedad civil, una sociedad sin activismo, que no exige excelencia a su gobierno, no genera cambios reales que no vendrán de las élites ni del gobierno, cuando debiera exigir cambios con una visión y agenda compartidas; máxime cuando hay deterioro y desconfianza en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial a cotas preocupantes, siendo evidente que no podemos seguir así, con la vacía esperanza que las cosas mejorarán por arte de magia. Necesario, a efecto de poner límite a lo cual, activar a la sociedad civil para que participe en la cuestión social a través de verdaderos y eficientes liderazgos, en la verdad que requerimos líderes con propósito de país que movilicen y evoquen el compromiso interno de las personas canalizando la indignación y energía de la sociedad hacia cambios reales. Líderes en todos los ámbitos que alcen su voz y exijan que hagamos nuestro trabajo cumpliendo con los compromisos que nos asisten como ciudadanos.
Queda claro que una de las formas mejores de cambiar la dirección del país hacia un porvenir de progreso es a través de nuevos y ejemplares liderazgos llenos de propósitos que movilicen y cohesionen a la sociedad civil con una agenda clara que genere cambios reales y estructurales. Contamos para ello con profesionales, ejecutivos y trabajadores con alta capacidad, que desde la política o fuera de ella pueden ser agentes transformadores en capacidad de elevar el nivel de conciencia de todos y para que seamos cada vez más los que queremos mayor progreso y riqueza para este país y nuestras familias, más no a costa de avasallar, pasar por encima de otros ni tener privilegios que solo dañan y lesionan en materia grave la urdimbre social de la patria.
Rubén Darío Ceballos Mendoza. rubenceballos56@gmail.com Jurista