Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

Es evidente que, a pesar de la creencia popular, la mayoría de los personajes públicos, más exactamente los políticos tradicionales, fácilmente identificables, no son personas con malas intenciones, impulsivos, sin escrúpulos ni remordimientos. Aunque sí muchos de ellos, desgraciadamente la mayoría, faltos de empatía; es decir, incapaces de ponerse en el lugar de los otros. Gustan sí de camuflarse en la bondad que no poseen y jamás ni nunca poseerán.

Son personajes lo suficientemente entrenados y adaptados en el seno mismo de la sociedad en todos sus estratos y estatus. Personas frías y egocéntricas. De proceder sinuoso y sibilino que se aprovechan de los demás para su propio beneficio. Mienten, manipulan, lo mismo que tergiversan la realidad a su haber, para después, victimizarse cuando se les caen los argumentos (cuando los tienen). Son sus principios obtener dividendos de cada situación. Solo les interesa conseguir lo que quieren, al precio que fuere.

Llama lo dicho a no seguirnos equivocando.  A pensar en el porvenir de nuestra generación y las por venir. Escoger bien y mejor. Entender que en política el ego, la influencia y la competencia están a la orden del día, y en ese escenario nadan ellos, los políticos, como peces en el agua. Aprenden a disfrazar su realidad y su verdadero ser e intenciones. Aparentan emociones que no sienten y se arriman a quien más les interesa de momento, coyunturalmente, para después desconocerlos y pisotearlos sin remordimiento alguno, lo que vemos día con día.

Son capaces de lo indecible en la búsqueda y procura de lo suyo. Viven de la política, se lucran de ella. Todo lo niegan. Crean y difunden falsedades, explotan a muchos, por no decir que a todos, porque recuerden, son incapaces de ponerse en sus lugares. De empatías nada de nada. Todo para ellos, los suyos y quienes lo patrocinan, cuando no los traicionan. La deslealtad y la ignominia, entre otras,  son parte de3 sus fortalezas.

Como ciudadanos, conviene alejarnos de ellos, y ojalá en lo posible, alejarlos de los asuntos públicos, de la sagrada cosa pública, de su erario, identificarlos muy bien para no caer en sus marrullerías, en sus trampas y prevenir sus fatalidades. Ser conscientes que, si la democracia aspira a lograr el bien común a través del diálogo y el necesario debate público de ideas, argumentos y soluciones, debemos protegerla de quienes, con su actitud y sus acciones, la minimizan, la pauperizan y la denigran, entre otros muchos vejámenes, de manera permanente y en todo tiempo y lugar. saulherrera.h@gmail.com *Abogado. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual

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