Por Jonathan Alexander España Eraso
El caso del escritor nariñense Plinio Enríquez[1], a pesar de haber publicado su obra “Cameramán. Relatos de un presidiario”[2], en 1932 en Valparaíso, Chile, por editorial Universo, es contra las vigentes formalidades regionales. Toda escritura es un viaje, se podría establecer desde “Cameramán”, y eso se genera por un ejercicio escritural donde nombrar es insuflar la narración con un trasegar vital.
De manera que esta novela no cesa. Cuando parece tomar una dirección el rumbo cambia. Lo importante es la pausa y el despliegue, esos placeres breves e infernales, como si lo narrado estuviese atado con seguridad y prisa.
Voz como pocas, la de Enríquez parece despertar de una concienzuda meditación, de la escritura libre, atenta del fracaso, pues juega a consumirlo todo y termina rebasándose a sí misma. En esa dimensión se crea una vibración sin moverse del sitio, un llamado que es la travesía interior en el afuera.
En “Cameramán” escribir es sinónimo de partida y llegada, de la narración como juego de espejos donde la palabra es un laberinto y un océano, una creación inagotable. Ahí Enríquez nombra para sentir, no para registrar. Se trata de sentir el mundo y dejarlo morir al instante. De inmediato el turno pasa al lector, quien lo revive a su manera.
Leo a Enríquez como escritor y pienso en la fuerza subterránea que palpita en su escritura. Enríquez, fracasa. Fracasa otra vez, fracasa mejor. Así, con esa apertura narrativa, “Cameramán” se lee con el compromiso del goce, sin presiones críticas, con la madurez del que devora el fracaso, con cada rasgo universal nariñense donde el símbolo no es el nombre, sino la madera que lo habita, por eso esta obra tiene una fuerza destinal que se insinúa como un libro inconcebible, en movimiento imperecedero. Un libro actual, un libro del trasegar que es, sin duda, un libro sobre la libertad.
En “Cameramán” se quiebran las letras de todos los viajes, se escuchan los chasquidos de todas las escrituras. El eco formado por esos chasquidos origina un fondo luminoso, una bóveda insondable contra la cual se recorta un relámpago que parece articular todos los fragmentos esparcidos del mundo atrayéndolos bajo su luz.
Así “Cameramán” más que una novela, es una obra en sí misma, que sucede en el lugar del rastro de la lengua y sus sentidos y que, a la vez, se proyecta como apertura testimonial, afincada en el monólogo, que se abre paso en el punto de la semejanza en tanto regreso a la memoria de lo que se escribe. .
Por último, el asunto de esta historia está en seguir las huellas de la prosa andante que el narrador va sembrando en cada página, que lo mismo es estar en Pasto o en Chile. Lo que queda, la sombra de esa escritura, es la de un escritor que se pierde en la noche del trazo inapresable, del devenir palabra y libertad entre cada remoción que es la narrativa hecha universo.
[1] “Plinio Enríquez nació en la ciudad de Pasto en 1890. Fue periodista, escritor y novelista. Realizó crítica literaria y prosa política. Escribió diferentes cuentos y tres novelas: Cameramán, Don Juan del trópico, ciudadano de los estados desunidos del sur, y La historia triste de un vagabundo alegre: estas dos últimas quedaron inéditas, y sólo alcanzó a publicar algunos capítulos en periódicos y revistas locales; poseedor de una sólida cultura, recibió la influencia de grandes literatos; ya que viajó por diferentes países. Falleció en 1944”. Disponible en LITNAR: https://sites.google.com/site/litnar/lit-narinense/novela/clasica/plinio-enriquez
[2] “Sobre esta novela se destacan conceptos elogiosos que habían hecho Henri Barbuse, el novelista francés, Juan Soiza y José Santos Chocano dos años después de su aparición. Desde entonces, prácticamente ninguna mención se había hecho sobre ella. Seguramente, para la época, eran muy pocos los lectores que habían conseguido leer esta novela pues según se dice no hay más de dos ejemplares en la región y su consecución resulta poco menos que imposible”. Edgar Bastidas Urresty. “Cameramán, Relatos de un presidiario”. En: Cultura Nariñense. Pasto: Tip. Javier, No. 88, noviembre de 1975, pp. 287-287. Citado por Jorge Verdugo Ponce en “Sobre el canon y la canonización de la narrativa en Nariño en el siglo XX”. Pasto: Universidad de Nariño –CEILAT-, 2004, p.85.