Por: José Manuel Herrera Brito
Antonio Copete Murillo, provino de una familia importante del municipio de Tadó en el departamento de Chocó, sociedades de la que fueron personalidades destacadas. Se vieron reflejados sus frutos en todos y cada uno de sus miembros como profesionales de la docencia como sus hermanas, de la ingeniería como su hermano y de la abogacía y la ciencia política como él, últimos ellos con notable paso por la política de su departamento y el país, al haber sido ambos Representantes a la Cámara por su departamento, para el que propusieron en su hacer legislativo importantes iniciativas en beneficio de su territorio y sus gentes.
A lo largo de su prolífica vida profesional y pública alcanzó importantes ascensos, reconocimientos y distinciones. Egresado de la Universidad la Gran Colombia. Recibió su título de Abogado, por deferencia especial que le hiciera producto de sus calidades, condiciones y cualidades personales y humanas, de manos del Ex Presidente de la República, Doctor Mariano Ospina Pérez. Docente universitario por más de treinta años en las cátedras de Derecho Constitucional y Administrativo, habiendo profundizado sus estudios en estas materias en la república francesa y otros destinos europeos. Autor de varios textos, artículos y ensayos de dichas asignaturas. Ejerció su profesión con lujo de competencia, así como en condición de asesor y consultor. Director Jurídico de la Registraduría Nacional del Estado Civil. Procurador Regional del Departamento de Cundinamarca. Cargos en los que se destacó ampliamente. Se daba tiempo para aconsejar a quien se lo pidiera, en los más variados asuntos jurídicos, políticos o de Estado, al tiempo que ofrecía conferencias de mucho peso por su contenido, que podían ser señeras de cambios futuristas muy significativos.
Casado con la distinguida dama de la sociedad magdalenense, doctora Gina Luz Villa Arias, también abogada, de la que nacen sus hijos Antonio Julio, físico del MIT y astrofísico de Harvard; Tulia, médica de la Universidad Javeriana y especializada de la Universidad del Rosario; y, Carlos Arturo, profesional especializado en finanzas y comercio exterior.
En todos y cada uno de los cargos y actividades que desarrolló a lo largo de su vida pública, fue claro su proceder honesto y honorable, admirado por todos. Entendía la política como ese noble ejercicio que debe adelantarse siempre en directo beneficio de las comunidades, especialmente los núcleos sociales mayormente marginados y por ende menos favorecidos por la diosa fortuna. Enemigo acérrimo de todo atisbo de corrupción en el sistema en todos sus órdenes y niveles, de por sí malos y perversos al afectar en materia grave los sagrados recursos públicos. Siempre proclamó que las organizaciones del Estado deberían y tendrían que ser administradas con honradez y eficacia por sus mejores hijos.
Planteaba a todo momento en la cátedra y demás otros escenarios, a los que acudía solícito cuando demandaban de su guía y orientaciones, sobre la importancia y urgencia de buscar, apoyar y procurar el bienestar público, como medio necesario para abordar y resolver gran parte de los problemas que estaban pendientes y se pudiesen abordar, bajo la enseña que los problemas se deben abordar como un todo, trazando un plan de trabajo bien definido, previa revisión de cuanto se conoce al respecto, para luego plantearse las propias hipótesis, el plan de trabajo y el diseño mismo, en el entendido que lo público no es solo de una persona, sino del quehacer de muchos. Decía además que lo público tenía historia de la cual recoger lo bueno y desechar lo malo que en ella hubiese sucedido a través de los tiempos. Un mejor país tiene que contar necesariamente con la colaboración y los esfuerzos unidos de muchas inteligencias, como también proclamaba.
Alabadas por todos fueron su obra, como su pulcro y ejemplarizante hacer y quehacer profesional, político, administrativo y docente. Igualmente, sus opiniones y propuestas, que enfatizaba diciendo que bien y mejor sabemos que el verdadero objeto de los gobiernos debían ser potenciar la suma de goces, felicidad y bienestar de todos los asociados; y que quienes son atropellados por la pobreza deberían ser representados, defendidos a ultranza y sus intereses tomados en cuenta, a efecto que las inequidades fueran cada vez menos notorias, como menos frecuentes desórdenes e inconformismos.
Fueron sin duda sus aportaciones de inmensa importancia, como lo registran quienes tuvieron la fortuna y orgullo de haber recibido sus enseñanzas, que hablan de haber ayudado ellas a la apertura de sus horizontes profesionales y en general. Fue el suyo desde la cátedra un verdadero apostolado. Paz celestial a quien las bendiciones infinitas del Creador merece. saramara7@gmail.com