Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza*
Más que peroratas insulsas e ineficientes contra la corrupción y la impunidad, es fundamental que se mire su todo estructural. Implantar e implementar profusamente cruzadas pedagógicas y académicas en dirección expresa a combatir tan perversos flagelos, que llevan al traste todo avance y desarrollo. Interesa encontrar en manera importante y urgente consensos como remedios de raíz, tomar decisiones orientadas con estudios y análisis diversos que no dejen fisuras para que se sigan sucediendo tan fácilmente acciones a este tenor,
Se necesita transparencia, acceso a la información, resolver su puesta en aplicación, articular contextos, contar con la opinión de los organismos de control, armonizar las diferencias conceptuales, mejorar y simplificar los procedimientos a efecto de volverlos más sencillos, establecer seguimiento a la denuncias a efecto de tener un escrutinio reforzado de los servidores públicos, camino a determinar paso a paso todo lo que pueda lesionar la administración pública, conviniendo claridad, firmeza y seguridad para que los controles se hagan y funcionen a plenitud.
Ruinosos flagelos son para toda sociedad la corrupción y la impunidad, cuya lucha debe ser a fondo y adelantarse en universos paralelos, debiendo impulsarse todo lo que en efecto sea y se le parezca, a acciones judiciales en su contra. No es posible que frente a ellos se desvíen las miradas, se hagan los de la vista gorda los encargados de combatirla o se abstengan de ver las denuncias, lo que hace que el discurso contra la corrupción y la impunidad no tengan eco alguno.
Obligados estamos a interpretarlos, ya que si por una parte estallan escándalos de corrupción e impunidad y se llama a la ciudadanía a pronunciarse contra sus posibles responsables; por otra en lo legal, desaparecen los indicios de delitos con qué seguir los procesos. Se hiere así al Estado de derecho, las máximas autoridades no se sienten legalmente obligadas a denunciar, se desechan investigaciones supuestamente por falta de evidencias con que amparar a la ciudadanía. No se explica que muchas veces se reconozca el delito y no se actúe, como si se tratara de un algo normalizado, como si aquello fuera en realidad cuentos de fantasía y no una realidad que carcome. Corrupción e impunidad deben combatirse y condenarse para que no perseveren.
Corrupción e impunidad adquieren entre nosotros dimensiones desproporcionadas, se “engavetan”, se hacen aparecer como que no corresponden con averiguaciones, se filtra apenas lo conveniente, se cierran los ojos y se aduce para desvirtuarlo todo, falta de capacidad de los análisis, que inhabilitan su autonomía. Se tratan como un asunto apenas de procedimientos centrados en una compleja red de intermediarios, para que las trazas se pierdan en los olvidos en que desaparecen todas las evidencias. No se ha entendido o no se quiere entender que uno y otro fenómeno resultan riesgosos para la credibilidad pública respecto de la institucionalidad, lo que va a permanecer vigente; pues mientras no se esclarezcan los hechos no habrá luz al final del túnel e inmersos seguiremos en mares de confusión e incertidumbre.
rubenceballos56@gmail.com *Jurista