Álvaro BELTRÁN PINZÓN 

abpopinion@hotmail.com 

Es casi un absurdo que las instancias establecidas para fortalecer la democracia, asignándole mecanismos de participación efectiva a la ciudadanía, se hayan convertido en el instrumento de inescrupulosos líderes que, mediante el habilidoso método de agudizar las confrontaciones, las divisiones y las diferencias en las comunidades, han logrado ponerlas al servicio de ambiciones particulares. 

La sana idea de dar una mayor expresión a la riqueza social del pluralismo y la diversidad territorial, estableciendo la posibilidad de elegir a los gobernantes locales y regionales, pronto fue distorsionada por quienes se dieron sus mañas para adueñarse de dichos comicios, encareciéndolos y utilizando prácticas clientelistas y populistas, hasta convertirlos en la oportunidad para afianzar los feudos de clanes políticos, incluso, en esas especies de dinastías hereditarias, como es la palpable realidad de Santander. 

Así mismo, animada por las buenas intenciones, se promulgó la figura de la revocatoria para los mandatarios que no cumplieran con las expectativas de las comunidades y con sus promesas de gobierno; una medida que buscaba otorgarle herramientas a los electores en su posibilidad de crítica y de control, pero que, no obstante, terminó por pervertirse, para alimentar estrategias proselitistas y proyecciones de poder. Esas manifestaciones de tinte clientelista, que sin duda son mañosas y oportunistas, han utilizado este instrumento para estigmatizar y desprestigiar opciones alternativas que, con respeto y discreción, intentan nuevos enfoques para la administración pública, como ocurre con el Alcalde de Bucaramanga. 

La astucia política hace uso de todos los recursos para lograr sus cometidos. Incluso, cooptar, opacar y trastornar los escenarios de expresión y de comunicación para silenciar las iniciativas autónomas y críticas tan esenciales en los sistemas liberales, y someterlas a la voluntad de algún codicioso líder. Es la paradoja de la democracia que, desde su interior, genera los gérmenes que vician los sanos propósitos para los que fue concebida. 

En fin, el irresuelto problema de la delimitación entre lo público y lo privado. La prevalencia de la ambición personalista, que induce a actuar en contra de las propias convicciones y consume al ciudadano en la incredulidad y la desesperanza. 

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