Por: José Manuel Herrera Brito*
Paz, libertad y responsabilidad no siempre van juntas como debieran. Tampoco la política, idealismos y jerarquía de valores. Para alguien que recién empieza su carrera política y vive de ella, le marcará ser diferente su actitud ante las pequeñas cosas; de lo contrario buenas intenciones y propósitos mejores se desviarán hasta llegar al puerto equivocado muy distinto del esperado y atrás va dejando los ideales al decir mentiras y hacer pequeños favores y concesiones que reditúan gratificaciones. Pasos y procederes faltos de ética y rectitud que deterioran la conducta, hasta que se pierden en el horizonte del mal que hace y del error en que navega.
En la medida que ese político trasciende en su carrera, se obliga a volcar grandes aportes en sus campañas electorales, hoy por hoy de suyo costosas, lo que le impone recaudar dineros de todas partes que luego deberá devolver en efectivo, favores y prebendas, que nunca se hacen en provecho del bien colectivo, sino de personas y grupos. Además de lo cual, están sujetos al tráfico de influencia, a presiones, amenazas y hasta extorsiones respecto de si se aprueba o no determinadas normas, lo que permite ver hasta qué punto es responsabilidad de la sociedad la corrupción del sistema representativo de gobierno; de ahí que sea común escuchar qué cuantos de quienes aprueban o no una determinada norma, representan los intereses de los votantes de un partido, y cuántas por miedo o coerción terminan representando a ideologías que están en las antípodas de su propio partido.
De otra parte, los medios masivos de comunicación y difusión, además de otros que fungen como formadores o deformadores e de opinión en decir de algunos teóricos de las comunicaciones, incentivan a los políticos a tomar causas y decisiones en uno u otro sentido. Ronda igualmente a algunos el miedo invencible al qué dirán y a señalamientos infames, acabando cediendo a los pareceres de otros, que no a los propios ni a su convencimiento, traicionando principios y a la cauda electoral que lo llevó al sitial de representación que tienen, razón por la que no mantienen los ideales, lo que resulta absurdo a todas luces.
Quienes los mantienen, los auténticos, los leales a sí mismos, a sus principios y cauda, son políticos de acerado temple, puestos en sus ideas, firmes en sus propósitos, aferrados a sus convicciones, quienes no ceden ante las presiones ni tentaciones que surgen de manera permanente y en consecuencia actúan con responsabilidad, ética, noble como elevado espíritu y voluntad de servicio. De ahí la importancia de una vida recta, profunda formación filosófica, motivaciones trascendentes que le fijen sus objetivos más allá de poder, dinero y fama; lo que hace posible y necesario para el bien de la sociedad hacer buena política, fundada en principios e ideas claras, lo que definitivamente no es fácil a juzgar por lo que a diario vemos y permanentemente acaece. saramara7@gmail.com *Comunicador Social Periodista. Administrador Público. Especializado en Alta Dirección del Estado