JOSÉ MANUEL HERRERA BRITO

Por: José Manuel Herrera Brito

Todo capital político tiene límites, y por ende, lección de antaño, no debe derrocharse porque sí. Máxima esta que muchos políticos, o al menos quienes creen serlo, parecen no saberlo, o no se dan cuenta que pagan un enorme costo por cargar con individuos que nada abonan al triunfo, pero que, en efecto, son una pesada carga en su camino. Otros, con tal de ganar, se dedican a hacer alianza con todo tipo de alimañas, incluso con el diablo mismo, a condición qué le sumen votos y correligionarios, por lo que se rodean de personajillos que cargan con un inmenso bagaje de torcidas historias, cuentas por rendir y explicaciones que dar, que en muchos casos son puestos en duda por su cuestionada y sospechosa trayectoria, lo que en últimas obliga la confección de expedientes que tarde o temprano le estallan en la cara.

Uno y otro aspecto hacen claro que salir en su defensa es más que un gran error, cuyas consecuencias son demoledoras en sus políticos haceres. Muchos de ellos dan grima, dados sus indefendibles procederes en los que han sido capaces muchas veces y sin vergüenza alguna, de torcer hasta más no poder las normas, con tal de velar y tratar de salvaguardar, lo que muchas veces consiguen, sus oscuros intereses.

Ávida está nuestra política de una purga profunda, a fondo, quirúrgica, que no de cacería de brujas, la cual no sólo es necesaria sino importante, obligada y sin duda urgente. Requerimos una política diáfana, limpia, transparente, exenta de cuestionamientos legales, para que en ella nada fracase y en consecuencia no siga debilitando, erosionando, depreciando ni desangrando su imagen en tanto quiera aferrarse a toda deleznable forma de encauzar la política.

Necesitamos políticos calificados, bien estimados, de primera condición, con reales principios y valores, responsables, comprometidos, cumplidores de sus misiones, funciones, deberes y obligaciones, capaces de trascendentes y lustrosas decisiones que le valgan un lugar distinguido en su trasegar y en el poder. mismo que Montesquieu considerara la boca de la ley.

Políticos con lanza en ristre capaces de darse por entero en el combate denodado respecto de la corrupción, no en gastar ni derramar saliva sin conseguir resultados firmes y favorables en contra de tan letal flagelo, el cual en todo momento encuentra fuente inagotable por donde fluir con vulgar descaro en clara mengua y detrimento de los sagrados recursos públicos. Políticos prestigiados y prestigiosos cargados de osadía y atrevimiento en el buen decir y sentir del vocablo en beneficio de la gente; y nunca, aquellos que no se dan por enterado que el desprestigio es peor que la sarna y que la insoportable arrogancia de sus adláteres cuesta y pesa más que los artificios mercadotécnicos que despliegan para alcanzar posiciones, lo que no podrá ni habrá forma de superarse jamás ni nunca si seguimos entregando tan serio cometido a bufones venidos a más en razón a estar gozando de las mieles de sus efímeros poderes. saramara7@gmail.com

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