Por: Hernando Pacific Gnecco*
El breve manuscrito que dejó Catalina Gutiérrez poco antes de suicidarse permite entrever muchas cosas. A diferencia de otros casos, esta vez hubo muchísima exposición mediática. Los hechos ocurridos en varias instituciones hospitalarias confirman la crítica situación de muchos residentes en determinadas especializaciones médicas. Estas, además de intensas y prolongadas (equivalen a otra carrera médica), implican una carga de estrés difícilmente soportable. Acceder a ellas es complejo; además, el residente queda en un limbo difuso entre estudiante de postgrado y profesional en ejercicio; las cargas asistenciales fácilmente sobrepasan las 120 horas semanales, a las que se suman exigentes contenidos académicos. Aparecen situaciones angustiantes como el menoscabo de las relaciones sociales, familiares y de pareja, agotamiento crónico, físico y mental. Nada fácil soportar este largo entrenamiento propio de militares de élite.
La ley 1917 de 2018 pretendió, sin lograrlo satisfactoriamente, regularizar las residencias médicas en Colombia; se estableció un pago no menor a 3 salarios mínimos mensuales como retribución salarial, pero el valor de las matrículas semestrales supera fácilmente este valor; el costo total de una especialización médica puede alcanzar los $200 millones, sin contar gastos personales. Se sabe que, en determinadas circunstancias, hay preferencias para la asignación de plazas; sotto voce, se habla de compraventa de cupos lo cual, de ser cierto, sería asqueroso y sancionable; el obsoleto sistema de selección se puede prestar a estas procacidades. Son escasas las plazas disponibles en un país que requiere más especialistas.
El impacto de las cargas asistenciales y académicas varía mucho entre instituciones y programas de especialización. La salud mental de los residentes es motivo de estudio. En la UNAM, 2015, un estudio encontró que, en las áreas quirúrgicas y de medicina crítica, la carga de estrés es superior a la de otras residencias; el primer año es el más difícil, con alta prevalencia de cansancio físico y mental, depresión y ansiedad, lo cual motiva el abandono de la especialización. Oftalmología y anestesiología presentaron la mayor proporción de suicidio; en psiquiatría observaron una mayor tasa de depresión. La deprivación de sueño genera repercusiones como trastornos afectivos, problemas cognitivos, irritabilidad, caída del estado anímico, déficit de la memoria reciente, despersonalización, sentimientos de inferioridad o ideas paranoides.
Si bien es cierto que existe protección legal, y que se han diseñado programas de bienestar, detección temprana o asistencia profesional para los residentes, en la práctica mucho de ello se queda en el papel. El caso de Catalina destapó problemas de acoso laboral o sexual, maltrato psicológico, abusos diversos y altísima sobrecarga asistencial en distintas instituciones. Mucho tienen que ver las tradiciones, docentes maltratadores, el grado de estrés o la resistencia y resiliencia del residente. Se mencionaron casos de baja sensibilidad institucional o tolerancia al abuso. Sabiendo que muchos servicios son respetuosos del residente, en otros los problemas continúan, la detección es insuficiente y tardía en bastantes casos, la prevención es deficiente y el abandono sigue presentándose. ¿Qué hacer?
Alargar el tiempo de especialización para bajar la carga laboral no suena razonable. Se deben consensuar los programas académicos entre los ministerios de educación, salud y trabajo con todas las sociedades científicas, definiendo para cada especialidad los contenidos académicos teóricos mínimos, trabajos de investigación y el número razonable de procedimientos, lo cual determinaría la carga asistencial necesaria para cada especialización, la cual debería estar subvencionada debidamente. Los entes de control garantizarían el debido cumplimiento de esos acuerdos. Un único examen nacional promovería la transparencia y la meritocracia. Es prioritario humanizar las residencias médicas, limitando la cantidad de tiempo asistencial para buscar el debido descanso físico y mental; no son apuestas de resistencia sino etapas racionales de formación profesional. Debería existir más pedagogía entre los docentes para evitar abusos y maltratos, detección precoz de casos de riesgo y tratamiento inmediato para minimizar la dolorosa deserción o evitar el suicidio. Es el momento actuar; las anécdotas rápidamente desaparecen de los reflectores noticiosos, pero el problema queda y merece solución definitiva. hernandopacific@hotmail.com
*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista