JOSÉ MANUEL HERRERA VILLA

Por: José Manuel Herrera Villa*

Eficiencia e ineficiencia, asociadas a riqueza y pobreza, son elementos fundamentales en lo que significa para el mundo de hoy esa nueva corriente, esa nueva era que es la productividad, y que solo con ella se van a poder alcanzar los cambios y transformaciones suficientes y necesarias que conviertan a muchos países de la comunidad de naciones en economías dinámicas y sólidas, capaces de reducir la pobreza, el desempleo y la inflación.

No nos dimos cuenta por mucho tiempo que hemos estado de espalda a la productividad. Que el desarrollo no ha sido más que una quimera, una ilusión. Que es necesario tener clara la diferencia entre producción y productividad. Que es la primera la acción de producir o la suma de los productos del suelo o de la industria; y la productividad, el incremento simultáneo de la producción y del rendimiento, debido a la modernización del material y a la mejora de los métodos de trabajo. Diferencia que es grande, inmensa y decisiva, ya que la productividad no es consecuencia de un golpe de suerte, sino el resultado de modernizar los materiales que se emplean en la producción, o sea innovación y, en general, conocimiento que se traduce en mejoras de los métodos de trabajo.

En materia de conocimiento y por lo tanto de acceso a la información, gran parte de muestro sector rural está más cerca del S XIX que del S XXI, repercusiones de este rezago que son más que graves y se expresan en indicadores tales y entre otros como desempleo, emigración, balanza comercial deficitaria, bajo nivel de vida, inseguridad alimentaria, poco crédito e inversión para el sector, inflación y deterioro ambiental.

La innovación, acelerada en la segunda mitad del S XX, incluyendo todas las ciencias vinculadas al mundo rural, hace imperativo poner a tono al sector agropecuario con esa realidad mundial para apuntarle a la competitividad. Ambientalmente, con mayores rendimientos se reduce la superficie de siembra favoreciendo el ecosistema y aumentando la oferta de alimentos.

Por ejemplo, muchos países para producir 100 toneladas de maíz, requieren 9 hectáreas, mientras países andinos como el nuestro, de tres veces más, repercutiendo lo cual negativamente en las huellas tanto ecológica como hídrica. Los primeros, utilizan 900 m3 de agua, los otros, 2.700 m3, además del impacto ambiental por la carga de insumos para una mayor superficie. Debe alertarnos lo cual sustancialmente, ya que además de dichos excesos de agua, y baja producción en tonelada hectárea, arroja una inmensa ineficiencia en el campo, que debe vencerse con innovación, carta de salvación que nos ayudará a no sucumbir y a mejorar el ambiente.

*José Manuel Herrera Villa*. jomahevi@gmail.com *Profesional en Administración y Finanzas. Especializado en Auditoría Integral. Formulación, Evaluación y Gerencia de Proyectos de Desarrollo

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