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Por: Nilsa Villota Rosero

Parece que ya perdimos la cuenta de cuándo la política dejó de escribirse con P mayúscula para que se convirtiera en una palabra venida a menos. Las malas prácticas de quienes comenzaron a ejercer la política como un proyecto dedicado al beneficio del interés personal o de solo unos pocos que integran selectos colectivos o élites de poder, terminaron por opacar el horizonte genuino y auténtico que enfoca a la Política como una práctica que nació como el mundo de las ideas puestas al servicio de los demás, de lo colectivo, de lo comunitario, de la ciudadanía en su expresión más amplia.

Asuntos como la corrupción, las mañas, los delitos electorales, las conductas maliciosas, los grandes escándalos, pasaron de ser la excepción para convertirse, para muchas y muchos, en la regla, en la natural manera de comportarse, en la desvergonzada forma de ejercer en democracia.

Tales comportamientos terminaron por generar una evidente decepción de la ciudadanía. Los electores concibieron el actuar de la vieja política como un gesto de desamparo ante las necesidades del pueblo. De ahí se desprendió una actitud de pleno desinterés, desidia y pereza por parte de quienes solamente han encontrado sonrisas amables en época de campaña, pero rechazo y negativas cuando candidatas y candidatos llegan al poder.

Este historial, nada desconocido, debe ser el punto de encuentro para que desde los proyectos electorales surja una nueva postura que contribuya a la reivindicación de la Política, así como aquí la escribimos y pronunciamos, con P mayúscula. Juntos, ciudadanos y ciudadanas, aspirantes, campañas, movimientos, organizaciones y redes de liderazgos, debemos juntarnos para trazar una nueva ruta que nos conduzca a la humanización de la Política, así como a la revaloración del servicio colectivo que es posible ejercer desde el ámbito de lo público.

Me refiero como actitud humanizadora a la urgente necesidad de desmitificar, bajar del pedestal y del trono de los reyes a quienes todavía son vistos como seres venidos de otro mundo, de otro planeta; personajes a los que se les debe rendir culto y adoración, en quienes se depositan confianzas, fe y demandas que terminan por desvanecer el lugar del Político y el papel de la ciudadanía.

Quienes ejercen la Política son seres humanos, personas frágiles como todas y todos. La posibilidad de que una persona que se desenvuelve en el ejercicio de lo político no puede ser confundida con la figura mesiánica que termina siendo endiosada por sus seguidores o aspirantes de favores. Humanizar la Política implica reconocer en los candidatos y candidatas su voluntad y disposición para servir, su compromiso por explorar formas, caminos, procesos, rutas por donde se pueda transitar hacia el beneficio común.

En el entorno electoral hay personas, que como en mi caso, venimos de los procesos sociales, del aprendizaje del liderazgo en las bases comunitarias, del trabajo serio y responsable en la función pública. No todos, no todas pertenecemos a las élites del poder tradicional, ni contamos con unciones, ni bendiciones, ni padrinazgos; lo que tampoco significa que por no contar con ese tipo de supuestos dones y beneficios, estemos en desventaja, al contrario, la independencia nos motiva a trabajar como mayor ahínco y decisión.

Quienes creemos en la Nueva Política, en las nuevas formas de trabajar por y para lo colectivos, somos mujeres, jóvenes, hijos e hijas de la clase trabajadora colombiana, somos personas comunes, cuya diferencia, tal vez, es dar el todo por el todo para servir de la mejor manera en el crecimiento de nuestros territorios.

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