Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza*
Muchas y más son hoy día las caras y expresiones del populismo, uno de los protagonistas de la política contemporánea, dada su centralidad y además por cuanto a muchos les asisten dificultades para señalar sin discusiones los contenidos que lo definen y delimitan. Algunos lo refieren como un discurso en el que se expresa una concepción maniquea del mundo que concibe la política como una lucha permanente entre el bien y el mal. En esta lucha, una noción homogénea y unificada del “pueblo” representa la virtud y el bien, mientras que las élites representan el vicio y la corrupción; no obstante, a pesar de las diferentes puestas en escena que ofrece, hay una serie de rasgos comunes que se refieren a la retórica empleada, al liderazgo carismático y, sobre todo, a una peculiar forma ideológica de entender la acción de gobierno más allá de políticas concretas. Igualmente los identifica su crecimiento en períodos de contestación social y política, en momentos en los que se pretenden construir nuevos espacios políticos dirigidos a reclamar aquellos espacios de poder que las élites, dicen, han tomado para sí mismas, en detrimento del pueblo soberano.
Simple es la estrategia de su actuación, determina con y sin ocasión los errores de los gobernantes de turno, que desafortunadamente en este tiempo no son pocos en tantos lugares de la comunidad de naciones, al tiempo que aprovecha al máximo el descontento que reina en muchos conglomerados como resultado de las inequidades sociales, que orquestan con avezados personajes de la subversión, la agitación y la propaganda en redes manifestaciones y revueltas que se van contagiando de territorio a territorio.
Normalmente, su emergencia tiene relación directa con líderes que muestran especial capacidad de conexión con la gente normal, Son de ordinario dirigentes dueños de una grande sensibilidad para comprender los problemas de los ciudadanos a partir de su capacidad persuasiva. Para que germine, es necesario que los representantes de los partidos, dada su incapacidad para hablar directamente al pueblo y de su responsabilidad en la crisis y corrupción reinantes, pierdan popularidad, se opongan a los cambios y pretendan eternizarse en el poder. Además de lo cual, de continuo cometen la burrada de fortalecer la represión de manifestantes y arreciar contra sus orientadores.
Todos los populismos coinciden en su anhelo de democracia real. El problema aparece cuándo no responde al estereotipo creado por sus seudo-intelectuales. Tenemos movimientos sociales y políticos populares de los que emanan demandas y reclamaciones del pueblo referidas a la mejora de la democracia, al aumento de la participación y protestar contra todo. Y un populismo ideológico gestado por esos seudo intelectuales, que aspira a imponer preferencias y gustos por la agitación y la propaganda de los que buenos dividendos recaudan en situaciones de escalada indignación popular. Es un fenómeno que debe estudiarse con celo, sobre todo aquellas demandas que realmente surgen del pueblo, y no de las minorías entrenadas en el dominio y la manipulación social, encaprichadas de los moldes y clichés prefabricados, que usan al pueblo a su antojo. Por ello importante es tener en cuenta que la verdad de las revoluciones nos ilustra sobre la conducta de sus líderes y el tipo de vida que llevaron.
Resurge hoy el populismo como reivindicador, lo que se debe y tiene que analizar con buen juicio para evitar que quienes aspiran a canalizar para si dichas reclamaciones las utilicen en su provecho, y para que alimenten las decisiones del congreso, gobernantes y jueces. Si la democracia, como se ha manifestado, es verdaderamente el gobierno del, por y para el pueblo, se impone en manera importante y urgente buscar técnicas, instituciones y procedimientos que faciliten que en las decisiones públicas y privadas este presente cada día y cada vez con más fuerza e intensidad, la dignidad del ser humano y sus fundamentales derechos.
*Rubén Darío Ceballos Mendoza. Jurista. rubenceballos56gmail.com