Por: Rubén Darío Ceballos Mendoza*
Demostrado hasta la saciedad está que carecemos de lejos de una clase política valiosa, profesional que valga la pena como tal. Vivimos en una especie de antipolítica, naufragamos en una extenuación espiritual en la vida pública, nos devanamos los sesos en el infantilismo de enmarcar izquierdas y derechas, un todo insulso en mi parecer que no hace más que polarizar contiendas y posibilidades de entendimiento que se estrechan cada vez más, cuando lo importante y urgente a la vez es avanzar a toda costa en beneficio ciudadano por cauces de integral prosperidad, lo que impone integrarnos, reinventarnos, tener administraciones públicas exitosas, eficaces, eficientes, que desarrollen nuestras comunidades, que abracen nuestras tradiciones mejores y definitivamente las institucionalicen, antes de enfrascarse en experimentos fallidos.
Se trata qué fijemos y avancemos en la necesidad de un acuerdo sobre lo fundamental, como magistralmente lo propuso entre nosotros el doctor Álvaro Gómez Hurtado, establecernos en un verdadero Estado de derecho, ser congruente con el orden y el progreso y tener un definido sustento doctrinario en vía a lograr consolidaciones legitimas, a efecto de impulsar positivos cambios, avances y transformaciones, construir sobre lo construido y erradicar lo que ya no funciona. De la misma manera, adentrarse en deliberaciones serias, responsables y comprometidas en los escenarios que menester fueren, para así conformar una cultura democrática palpable y en esencia activamente participativa.
Ir tras reformas que operen, no se atasquen ni propicien fracasos gubernamentales, toda vez que la política no puede perder su sentido, tendencia ni fines de servicio y de preeminencia de principios, como tampoco caer ni dejarse penetrar por la frivolidad y la corrupción, camino utilizado perversamente de manera burda y contundente con maniobras para concentrar y continuar en el poder, lo que a la postre concluye en la percepción realista de la magnitud de las crisis que nos arropa, determinando para todos la decadencia en la que inmerso nos encontramos.
Ahítos estamos de partidos que son empresas politiqueras, más por cuanto no requerimos de ocurrencias inanes, sino de más República, de una Constitución respetable y respetada, que no manoseada al antojo de muchos, así como de una democracia eficaz, lo que implica una seria como contundente tarea de pedagogía cívica con ideas claras y buena argumentación, más cuando es evidente que los más destacados pensadores de nuestro tiempo han insistido, insisten y seguro seguirán insistiendo en la necesidad imperiosa de fortalecer la racionalidad de la convivencia social, asunto global este, puesto que en la comunidad de naciones se oye en altavoz la necesidad de claros mecanismos para el ejercicio del poder.
La política no puede verse ofuscada por las tentaciones malsanas, ni que tecnología, dinero y delito impongan su aspiración; de ser así, cabalgarán raudamente y de manera brutal los abusos del poder, cuando en realidad y verdad importa para todos una Republica fortalecida, una sólida división de poderes, un Congreso protagónico. Que se rindan cuentas con transparencia, se finquen responsabilidades y compromisos, se prevean situaciones de emergencia. No más una República y una Constitución recibiendo los mayores mandoble y atropellos en nuestra historia. La democracia tiene que ir a la vanguardia y no a la retaguardia. Es, en conclusión, entronizar una política en mayúscula con sentido de patria.
*Jurista. Columnista. rubenceballos56@gmail.com