Por: Raquel Campos Pico*
¿Vivimos en el presente dando por reales las sombras? Si los esclavos en la caverna de Platón debían descubrir que las sombras no eran la verdad, en el mundo actual habría que discernir qué hace parte del juego de espejos que crea una sociedad hiperconectada.
Desde que creó en el siglo V a. C. la Academia de Atenas, la voz de Platón ha sido uno de los pilares de la filosofía universal. El filósofo griego bebió de las bases de sus predecesores, sentó las nuevas para quienes lo siguieron y, especialmente, buscó llevar a la práctica su pensamiento filosófico. Al fin y al cabo, Platón tenía claro que la filosofía era fundamental para el buen gobierno.
Y es ahí donde se enmarca su emblemática caverna, ese mito que aparece en La República y que sirve a Platón para hablar de forma alegórica de dos mundos que capturan la profundidad del conocimiento. Por un lado, está el mundo de las ideas, ese que solo se conoce gracias a la razón, y, por otro, el mundo de lo sensible, que se captura por los sentidos y que, precisamente por eso, no es del todo fiable.
Dos voces —la de Sócrates, su maestro, y la de Glaucón, el aprendiz de gobernante— desgranan la historia. «Imagina una cueva subterránea que tiene a lo largo una abertura que deja paso libre a la luz», dice Sócrates. Ahí viven «encadenados desde la infancia» unos hombres. Son, de modo literal y de modo figurado, esclavos. Solo pueden ver lo que tienen delante, las sombras de las cosas que pasan por delante de la luz (y que otras personas hacen y escogen desde fuera de la cueva). Esa es su realidad.
Platón expone de forma alegórica los dos mundos que capturan la profundidad del conocimiento. Pero ¿qué ocurre cuando esa realidad choca con la real, es decir, con la del mundo de las ideas? Si uno de los esclavos fuera «arrancado» de la caverna y lanzado al mundo que está más allá de las sombras, accedería al fin a los conocimientos: vería por primera vez el sol; descubriría que lo que estaba viendo eran solo simulaciones; que la verdad es otra. Una verdad que a lo mejor querría compartir con sus compañeros de cueva, pero hacerlo no será tan sencillo.
Acostumbrado a ver la luz real, cuando vuelva a la caverna le costará volver a ver en el mundo de las sombras. Sus compañeros, al ver su difícil reincorporación, desconfiarán aún más del mundo exterior, les parecerá peligroso. En lugar de aceptar que el retornado ha descubierto que la vida en la caverna es un eco deformado del mundo real, percibirán que salir de la oscuridad solo causa problemas e intentarán evitarlo. «Si a alguien se le ocurriese liberarlos para sacarlos de allí y llevarlos a la región superior, ¿no intentarían capturarlo para darle muerte?», pregunta Sócrates a Glaucón. «Seguro que sí», responde. «Esa es, querido Glaucón, la imagen de la condición humana».
Alegoría, no mito. La historia de la caverna aborda los diferentes niveles del conocimiento, el enfrentamiento entre el mundo sensible y el mundo de la razón. El sol se convierte en un símbolo de «la idea del bien», de aquello que lo ilumina todo y permite captar la verdad, que se produzca la aletheia, ese momento en el que se desvela la esencia. Platón no solo cuenta cómo se produce el descubrimiento del conocimiento, sino también el complejo camino hacia la ética. Y quizá sean todas estas capas —y lo que nos lleva a pensar sobre las zonas grises de lo que sabemos y lo que no— lo que hace que el mito de la caverna siga todavía resonando.
Sin embargo, hablar de mito no es exactamente correcto, de acuerdo con Aida Míguez, profesora de Filosofía de la Universidad de Zaragoza, pues Platón usa imágenes, símiles y alegorías en sus obras, no mitos: «Esa imagen de la caverna forma parte del proyecto de denuncia: Platón denuncia la mercantilización del saber en general». La caverna es un «artefacto»; un relato que ayuda a comprender el punto que elabora el filósofo, según explica Bernat Torres, profesor de la Facultad de Humanidades de la Universitat Internacional de Catalunya. La caverna está en un contexto concreto. La República habla al futuro gobernante, se centra en cómo educarlo y cómo debe aprender a serlo. Y «no podemos aprender la tradición occidental sin Grecia», apunta Míguez.
La caverna hoy. ¿Podemos usar la alegoría de la caverna para entender el presente? Hoy en día, el mundo parece, cada vez más, un juego de espejos, en el que lo que es y lo que se ve no son exactamente lo mismo. Si tuviésemos que resumir la actualidad en palabras clave, se usarían términos como policrisis, incertidumbre, desconfianza, fake news o posverdad. Así, la alegoría parecería un atajo potencial para entender los matices de un contexto cada vez más complejo.
Aborda los diferentes niveles del conocimiento, el enfrentamiento entre el mundo sensible y el mundo de la razón. No obstante, Míguez es reacia ante la idea de rescatar del pasado para comprender el presente, de escudriñar claves que solventen los problemas y las preguntas del ahora en un escrito de la Grecia antigua. Para la profesora, los diálogos de Platón «son obras de arte» y, según su postura, no usamos otras obras de arte como palanca para entender el hoy. Por eso, afirma que deberíamos «tener conciencia del abismo histórico que separa a los griegos de nosotros» y no atribuir elementos al pensador, puesto que, por ejemplo, lo que leemos no es su voz sino la de sus personajes: «No se puede reducir a Platón a tres tesis». Así, sostiene que: «Lo que la gente conoce hoy es un cliché cultural».
Por el contrario, Torres señala que «leer a Platón siempre ayuda»: sus palabras son una palanca para tener una visión más crítica, para pensar y cuestionar. Esto pues, al fin y al cabo, la esencia de la caverna es invitar a reflexionar sobre la realidad, intentar ir al origen de lo que se sabe y de lo que no. Y sí, Torres también recuerda que el tiempo ha pasado y que hay cosas inconmensurables, que entre lo que era normal entonces y lo que lo es ahora puede haber abismos, pero la esencia sigue siendo la misma: «Platón nos hace reflexionar sobre muchas cosas, casi todas las importantes de la vida». Puntualmente, en la alegoría de la caverna, nos está diciendo que hay que ser suspicaces; invita a sustraerse de la vida política para mirarla desde fuera y volver a entrar en ella con la conciencia de sus complejidades.
En un mundo que se siente cada vez más polarizado y en el que los matices inevitables de la realidad cada vez son más pasados por alto, esta interpretación es especialmente atractiva. Lo que La República captura es que no puede existir una pasión por el poder y el dinero a la hora de acercarse a la política, sino que debe hacerse desde la honestidad. Platón, recuerda Torres, conocía muy bien la corrupción, que está muy lejos de ser un invento moderno, y apunta que La República puede ser un diálogo sobre lo que debería saber un gobernante de hace dos milenios, pero «ahí está retratando la vida política de cualquier sociedad».
*Periodista, Reportera. Escritora. Especializada en Temas de Cultura