Por: Julián Martín Ruíz Frutos*
Desde la sensatez, desde la grandeza, cuyo precio es la responsabilidad, debe sernos un imperativo no dejar que desaparezca la democracia, misma de la que Winston Churchill, dijera que, “Es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”. La democracia, hay que lucharla, batallarla día tras día, consentirla, fortalecerla, robustecerla, profundizarla, y de paso combatir con energía y convencimiento lo que contrario le sea, toda vez que no puede estar sometida, bajo situación ni circunstancia alguna al chantaje y la inseguridad jurídica, lo que quieren como una constante sus enemigos.
Requiere la democracia en vía de su consolidación, una estrategia seria, ética, grandiosa, decente, contenida de acuerdos políticos y demás otros de orden positivo en beneficio colectivo, buscarle siempre sociedades preferentes y posibilidades estructuradas de gobernar con buenos y mejores proyectos sin fraudes ni engaños. Ser una actitud compartida y asumida por los ciudadanos, como moneda de cambio para las cosas y asuntos mejores, a efecto que sean aprovechados al máximo por la sociedad, que no para servir de saco interminable de beneficios personales, de grupos, movimientos o partidos políticos.
Entender que sin ética no hay sociedad ni política posibles, debiendo dejarse claro que no es lo cual una utopía. La política, en artes de democracia, debe darse como una lucha legítima, como un combate entre adversarios, como una búsqueda permanente y continua en la procura cierta que perviva por siempre, todo ello sin surrealismos, ni absurdas imaginaciones ni fantasías, que significan realmente la ausencia de todo control de la razón.
La democracia bien se define como “el poder del pueblo”: una forma de gobernar que depende de la voluntad del pueblo. Hay tantos modelos diferentes de gobierno democrático en el mundo que es más fácil entender la idea de democracia en términos de lo que no es; vale decir, no es autocracia, dictadura, oligarquía; y bien entendida, no debe ser la “regla de la mayoría”, si eso significa que los intereses de las minorías son ignorados por completo. La democracia, al menos en teoría, es el gobierno en nombre de todo el pueblo, de acuerdo con su “voluntad”.
En todo caso, expresan politólogos y tratadistas en la materia de reconocido prestigio universal, que interesa e interesará siempre mejorar la democracia, entender que es mucho más que sólo las elecciones, y la verdad es que tiene más sentido pensar en la idea de la voluntad del pueblo, más que del carácter institucional o estructuras de votación, cuando estamos tratando de evaluar de qué manera un país es democrático. La democracia se entiende mejor como algo que siempre podemos tener más o menos en lugar de algo que es o no es. Los sistemas democráticos casi siempre suelen ser más inclusivos, reflejan más deseos de la población y responden mejor a su influencia. En otras palabras, hay margen para mejorar la vida del “pueblo”, que forma parte de la democracia, incluyendo a más personas en la toma de decisiones; también hay margen para mejorar el “poder” o la “voluntad” democrática, y dar al pueblo más poder real. Las luchas por la democracia a lo largo de la historia se han concentrado en uno u otro de estos elementos.
julianruizfrutos@hotmail.com *Abogado. Especializado en Derecho Laboral