Por: Hernando Pacific Gnecco*
Existe un enorme contraste entre los distintos sistemas políticos en relación con el desarrollo económico; uno de ellos busca progreso a ultranza, y se inclina por producir dinero aun arrasando con los recursos naturales renovables, la biodiversidad y la vida misma. Por ello, en Colombia peligran el Amazonas, la Orinoquía y los páramos, además de los ríos, lagunas y mares; el afán de lucro no respeta lo verdaderamente importante y vital. Negar el cambio climático o la contaminación ambiental derivada de los combustibles fósiles es una constante de personas y movimientos que buscan lucro económico sin detenerse en las consecuencias. Otras líneas propenden por el desarrollo responsable, preservando esos elementos vitales que tanto preocupan a los ambientalistas y a los ciudadanos alarmados por el rumbo tórpido, suicida y quizás irreversible del futuro de nuestro planeta.
Los páramos son ecosistemas de altura, diferentes entre sí, ubicados a más de 3000 metros sobre el nivel del mar. Son importantísimas fábricas de agua y oxígeno, además de limpiadores del aire; sin ellos no hay vida. Hay 78 páramos en el mundo; Colombia posee 37 de ellos, el 47% de los que hay en este planeta, cada vez más vapuleado por la humanidad. Tenemos el páramo más grande del mundo, el Sumapaz, con 333.420 hectáreas distribuidas en 25 municipios de Cundinamarca, Meta y Huila que alberga una gran cantidad de lagunas de origen glacial. Nuestros páramos proveen el 70% del agua potable de Colombia que, a su vez, es el segundo país más biodiverso que existe; poseemos desiertos, páramos, dos mares, numerosos y caudalosos ríos, lagunas enormes, selvas, bosques y todo cuanto se nos pueda ocurrir. Por ello existen aves, peces, insectos, ranas y sapos, reptiles, mamíferos y una interminable lista de especies animales y vegetales nativos que superan a casi cualquier territorio del mundo. ¡Y lo que falta por conocer!
Pero el desarrollo depredador se ha enfocado en el reino mineral, también variado y abundante en Colombia, dejando de lado la agroecología, la cría de especies nativas y la producción de alimentos, biotecnología, agroindustria y otros rubros que permitirían mantener vivos nuestros ecosistemas sin renunciar a los ingresos que necesita el país para continuar el necesario desarrollo y el urgente equilibrio social. Hace algunas décadas, la Sierra Nevada de Santa Marta era inexplorada y producía agua en enormes cantidades; las riadas eran de temer. Los desbordamientos causaban estragos; hoy, desaparecieron ríos y quebradas, y la misma Sierra sufre la depredación causada por irresponsables que acabaron con muchas fuentes de agua. Dan grima el Manzanares y el Gaira, lánguidos recuerdos de caudales de agua limpia, que irrigaban la ciudad, convertidos hoy en lechos secos y basureros apestosos.
Recorrer un páramo es entrar a un mundo único, con paisajes de frailejones, líquenes y musgos que absorben del entorno cantidades enormes de agua que irrigan la tierra, y que producen el oxígeno que nos mantiene con vida. Caminar por los senderos naturales es encontrar nacederos de agua, lagunas cristalinas; se respira aire puro. Ocasionalmente topamos también con especies invasoras traídas en tiempos pasados, especialmente pinos y retamos espinosos, casi imposibles de erradicar; todos los intentos han fracasado. En los páramos andinos se avistan osos de anteojos, venados, aves y distintas especies nativas animales y vegetales que evidencian nuestra rica biodiversidad.
Por ello, resulta una barbaridad de mayúsculas dimensiones permitir la minería y otras actividades depredadoras en los páramos nacionales. Es deber del Estado protegerlos y es obligación de los ciudadanos defenderlos; no a la minería o la extracción de petróleo como tampoco la siembra de especies maderables o el uso de agroquímicos, el turismo masivo o ganadería. Son actividades depredadoras que afectan a estos frágiles sistemas. El cambio climático impactará con más dureza los páramos y con ello vendrá el cataclismo final: la desaparición de muchas especies vegetales y animales, entre ellas la humanidad ¿En serio queremos cambiar la vida por oro y petróleo, no comestibles? Estamos a tiempo, pero por muy poco.
*Hernando Pacific Gnecco. hernando_pacific@hotmail.com – Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista