Por Enrique Herrera @enriqueha
Las redes sociales tienen un patrón: sus algoritmos son opacos y algunas, en particular Twitter y Facebook, privilegian el extremismo, la polarización y lo peor, la radicalización. Y por este camino la violencia masiva, el comportamiento de turba y el tribalismo de las redes que luego, se pueden volcar a las urnas. Crean burbujas virtuales, como los grupos de WhatsApp u otros, de los cuales no es fácil escapar. Hay mucha dopamina ahí.
Hoy en día, la información ni las noticias ni el entretenimiento se buscan sino que ellas, por los algoritmos, tus clics, tus me gustas, te encuentran, te localizan. Tú no sabes que te vas a encontrar cuando te desplazas por Twitter, Instagram, Facebook o TikTok pero ellos sí saben lo que quieren mostrarte y por esta vía, manipularte. Y ahora, con la inteligencia artificial darán un paso más: harán cosas por ti, por ejemplo, una presentación, una estrategia, un diseño, un video, un plan, etc.
La tecnología digital es omnipresente. Se inmiscuye en nuestra psicología, reafirma identidades y cambia la manera de pensar, comportarnos, comunicarnos y hasta la forma de relacionarnos con los otros. Y la herramienta es una: la inteligencia artificial que gobierna las plataformas y a las plataformas las gobierna los intereses que van desde los geopolíticos, los políticos, los culturales y, por supuesto, los económicos; comenzando por la captura de la atención y el tiempo del usuario.
Una de las características más insidiosas de la manipulación es que la víctima no se da cuenta de que está siendo manipulada. Nos manipulan para comprar, votar o indignarnos.
Las redes son pues, una herramienta que agrupa y reafirma identidades, de izquierda de derecha, rural, urbana, generalmente de manera binaria y en ellas, en las redes, confluyen multitudes que se constituyen en tribus. Y en esas, se ventilan sentimientos, en particular el miedo, el odio y la indignación que mueve al electorado y lo vuelven más radical.
Y “La radicalización es un proceso obsesivo y que consume mucho tiempo. Los creyentes vuelven una y otra vez, su obsesión se va convirtiendo en una identidad y las redes sociales en el centro de su vida cotidiana”
anota Max Fisher.
La radicalización la promueven los extremos ideológicos, políticos, influencer y hasta periodistas y Petro cuando tuitea contra el genocidio Israelí o contra las EPS o los empresarios o la prensa o contra Raimundo y todo el mundo, porque ello hace parte de su estrategia: busca unir a sus seguidores, a la tribu, en contra de un adversario al que señala con el dedo acusador; fortalece identidades y lealtades aunque utilice información falsa o dudosa o el relato sin datos o contra datos, para su propósito. Así generan rabia, polarización y hasta desinformación para manipular, en este caso, al elector.
El juego es manipular emociones para dar resultados en las urnas. Así pues, no coma cuento ni trague manipulación, ni tampoco indignación sin verificación.