Nelson_Freddy_Padilla -Periodista y Magíster de Literatura

Por: Nelson Freddy Padilla*

Entrevista con Rodrigo Parra Sandoval, uno de los sociólogos de la educación más reconocidos de Colombia y un gran escritor, que acaba de presentar en Bogotá la reedición de “Voto de tinieblas”. Cumplió 86 años de edad y está terminando su novela número 13. Rodrigo Parra Sandoval nació en Trujillo, Valle, en 1938, y piensa que “la memoria histórica nos dará formas de resolver la violencia y lograr la paz”. Rodrigo Parra Sandoval es una de las grandes mentes y plumas de Colombia. Me reencontré con él porque vino a Bogotá, ahora vive en Ibagué, a presentar “Voto de tinieblas”, novela que el Fondo de Cultura Económica reeditó por considerarla un clásico de nuestra literatura. Parra es sociólogo de la Universidad Nacional, con máster y doctorado en la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos. Publicó una veintena de libros sobre la educación en el país, y Colciencias seleccionó varias de sus investigaciones como “imprescindibles para la conservación de la memoria de la vida escolar en Colombia en el siglo XX”. En 1990 la OEA le dio el Premio Interamericano de Educación Andrés Bello por un proyecto para formar a educadores a nivel continental, y en 1996 la dieron el Premio Nacional de Ciencias Humanas por proponer el “Proyecto Atlántida”, sobre la adolescencia y escuela en Colombia. Desde hace 15 años he leído varios de sus libros porque fue nuestro profesor y tutor en la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional. Es una de las personas más sabias que conozco.

Rodrigo Parra Sandoval nació en Trujillo, Valle, en 1938, y piensa que “la memoria histórica nos dará formas de resolver la violencia y lograr la paz”. A la derecha, la portada de la novela «Voto de tinieblas».

En 2016, cuando ganó el Premio Nacional a Vida y Obra del Ministerio de Cultura, escribí un perfil sobre usted donde lo defino así: “Es un J. D. Salinger colombiano; talentoso, disciplinado, muy productivo, pero tímido, introvertido y asocial. Hiberna en su biblioteca, de cabeza en sus libros, pegado al escritorio y a la pantalla. Crea lejos de los políticamente correctos círculos literarios, de los cocteles y de la intriga editorial”. ¿Por qué prefirió esa vida? Fundamentalmente por mi personalidad. Me cuesta mucho trabajo verme como hombre público. Prefiero trabajar en la soledad, en el sosiego, para reflexionar sobre lo que estoy haciendo, para leer, para buscar la palabra precisa, para revisar. Ese es el centro de mi actividad vital y de mi interés. Si empiezas a vivir en el mundo público, empiezas a tener problemas.

Acaba de presentar en Bogotá la novela “Voto de tinieblas”, en reedición del Fondo de Cultura Económica, sobre una monja de clausura del siglo XVII que sobrevive 30 años en la oscuridad y desde allí dialoga de distintas formas con el siglo XXI. ¿Por qué sigue vigente esta obra de 2012?

Porque en ella confluyen dos épocas muy diferentes. Una es la época de la Colonia, cuando se va a transformar completamente la sociedad, desaparece el mundo de lo religioso como centro de la vida y aparece el mundo de la razón y de la ciencia como un mundo nuevo cuando se da el proceso de Independencia. El mundo en que nace la monja representa el eje sobre el cual gira ese proceso. Nace en un mundo racional con su padre, pero después, por razones personales, se mete de monja y, por un acto de desobediencia, tiene que entrar al mundo de la oscuridad por el resto de su vida.

Recrea un castigo que imponía la Iglesia católica en esa época. Sí. Aislamiento y oscuridad absoluta. Ella está vestida apenas con una bata, le dan un poco de agua y cada ocho días le dejan comida.

¿Cómo influyó en esta creación la vida religiosa que tuvo antes de ser escritor? Estudié la escuela primaria con los Hermanos Maristas, por lo tanto, estuve muy influenciado por los religiosos, y el bachillerato lo hice en un seminario, en Cali. Allí nació “Voto de tinieblas” y mi interés por el estudio del mundo escolar.

Y para que nuestros lectores vayan anotando, nació otra de las principales novelas que ha publicado: “El álbum secreto del Sagrado Corazón”, seleccionada como una de las obras imprescindibles de la historia de la literatura colombiana.

¿Por qué fue un punto de quiebre en su carrera? Es otro producto de mi vocación religiosa. Hace énfasis en el lenguaje hablado, en el lenguaje escrito, en el estudio de la lengua, porque tenía que estudiar latín los seis años que estuve allí, además de griego clásico, que son idiomas fundamentales para el estudio de la Biblia. Allí nació el gusto por la gramática, por el origen de las palabras, por la precisión y la belleza del lenguaje. Eso, indudablemente, me llevó a la literatura, a contar ese mundo lingüístico que tenía dentro de mí.

Pero en su vida dedicada a la investigación de la educación en Colombia influyó más su madre, que era maestra. Sí. Mi madre era maestra en un momento en que apenas estaba comenzando la escuela contemporánea, y ella me enseñó también muchas cosas. Entonces, cuando empecé como sociólogo, me puse a estudiar el mundo de la universidad, el mundo de la escuela primaria y el mundo de la nueva escolaridad.

Forjó su carrera literaria mientras trabajaba por la educación en Colombia desde los años 60. Por ejemplo, en Planeación Nacional, haciendo estudios sobre cómo descentralizarla. Recuérdeme eso.

Fue a partir del gobierno de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), un momento en que la planeación era muy importante y en el que el presidente sí la tomaba en cuenta. Era profesor en la Universidad Nacional, me salí y empecé a trabajar en la sección de educación de Planeación para hacer un diagnóstico sobre cómo hacer una mejor distribución del sistema educativo en el país.

No alcanzamos a explicar aquí todo lo que hizo desde entonces (ver abajo resumen de sus obras), pero, ¿para qué sirvió la veintena de libros que publicó sobre la educación, con énfasis en lo rural?

Para grandes discusiones entre los maestros. Asistía a no sé cuántas reuniones en distintas partes del país, porque estaban discutiendo las propuestas de los libros para la escuela y el bachillerato. Ahí perdí un poquito el miedo a lo público, trabajando con profesores desde la selva amazónica hasta en Bogotá. Oyéndolos me dediqué a estudiar la escuela en distintos contextos sociales, desde el Gimnasio Moderno, en Bogotá, hasta las partes más pobres de las ciudades y los pequeños pueblos.

Por eso trabajó con la Unesco y luego lo nombraron director en Colombia del proyecto “Factores asociados al rendimiento escolar”, del Banco Mundial, en los años 70. ¿Qué tanto han mejorado el nivel de enseñanza y el aprendizaje desde las escuelas hasta las universidades? Se ha mejorado mucho, y hay más gente que asiste al mundo escolar. El porcentaje de personas que se escolarizaban subió un 30 % durante esa época. Pero no se pudo resolver el problema de la desigualdad escolar. Las zonas pobres siguen recibiendo menor calidad educativa y los proyectos de mejoramiento escolar en las zonas de los ricos siguen teniendo mejores posibilidades, mejores instrumentos pedagógicos.

¿Los niveles de educación rural podrían ser superiores o similares a los urbanos si no hubiera tanta desigualdad social? Correcto. Tendríamos una igualdad entre lo urbano y lo rural, tendríamos una sociedad muy distinta, porque las mejores condiciones educativas conducen a una mayor participación en la vida económica.

Es un poco lo que ha pasado con su obra literaria, que por no ser comercial no ha trascendido como debiera a nivel nacional, aunque es muy valorada en círculos académicos. En 2017, por ejemplo, tuve el honor de participar en un libro que hizo la Universidad Nacional de Colombia titulado “Rodrigo Parra Sandoval. ¿Cómo informar a Julio Verne?”. ¿Por qué Verne lo marcó como ser humano y como escritor? Porque venía de un ambiente muy conservador. Mis padres tenían origen en las haciendas de Cauca, y la vida de seminario me llevó todavía más en ese sentido. Pero cuando estudié en la Universidad Nacional empecé a entender de otra manera la vida y el mundo social, fui dando un vuelco hacia cosas más liberales. Llegó a mi vida el cómic, el cine, elementos sociales que lo transforman a uno para ver el mundo de una manera muy distinta.

Esa etapa la entendí cuando leí una de las grandes obras suyas que es “Museo de lo inútil”, una novela de 500 páginas, en clave de aventuras a lo Verne, con unos niveles de viajes increíbles, inspirados en sus orígenes en el Valle del Cauca y el Ferrocarril del Pacífico, una invitación a crear nuestros propios universos a configurar lo que llama en literatura “la arquitectura del caos”. ¿Lo explica, por favor? Esas teorías que exploro en “Museo de lo inútil” comenzaron en mi vida cuando vi que Julio Verne hacía cosas como inventarse un mundo en el fondo del mar, y él se inventa una forma científica de explicar cómo funciona eso, y construye una novela sobre una colonización del fondo del mar. Hace otras dos novelas fundamentales; una es sobre el viaje a la Luna, cuando todavía no había ni sueños de poder llegar allá. Habló de Florida, de Cabo Cañaveral, inventó el cohete, el mito del combustible, el entrenamiento de astronautas. Realmente eso despierta la imaginación de cualquier joven y lo pone a pensar sobre el destino de la humanidad. La otra es “Viaje al centro de la Tierra”, donde su padre, que era geólogo, se metió en un volcán porque quería ver cómo funcionaba, y se perdió allá. Entonces su hijo, cuando creció, creyó que su padre estaba vivo y nos lleva a buscarlo mientras va señalando cómo es un volcán, amorosa y científicamente.

Logra algo similar en “Museo de lo inútil”, donde arma viajes interplanetarios y los usa para dialogar con nuestro tiempo y hablar sobre la realidad de Colombia: carros bomba, minas antipersonas. ¿Todavía ve nuevas formas de entender nuestra violencia eterna? Hay nuevas formas de nuestra violencia. Ya no es una violencia por política, no tiene un sentido de cambiar el país, sino de apropiarse del país. Ya es una cosa muy distinta. Está dominada por un deseo de enriquecimiento por la fuerza, quitándole al otro lo suyo. Ese es un nuevo mensaje, y esta forma apenas está empezando a ser contada.

En sus novelas hay un alter ego suyo, un personaje que las transita y que se llama Faraón Angola, protagonista, por ejemplo, de la novela reconocida en el Premio Casa de las Américas de Literatura en Cuba, en 2011. ¿Él, que fue presidente en una república donde hubo una Guerra de los Mil Días, qué diría hoy de Colombia? Diría, ya no conozco el país que goberné. Nos llamaría en Colombia a construir memoria como un hecho significativo de la cultura contemporánea, como una forma de la historia, así como se hizo a nivel internacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial, como un recordatorio de lo que les pasó a los judíos. En la presentación de “Voto de tinieblas” me encontré con una exalumna en la Universidad Nacional que me dijo: “Estoy haciendo mi tesis de doctorado sobre la violencia colombiana actual y me voy mañana para el Cauca”. Ella nos ayudará a entender cómo sucede la violencia, cómo la pensamos y cómo la vamos a recordar. Solo así generaremos las formas de resolverla y lograr la paz. Le dije: “Eso es fantástico, emocionante, pero muy peligroso”. Ella me respondió que lo sabía. Y comprobé que hay científicos sociales que tienen el don de la aventura.

Otra forma de leer su obra es a través de los ensayos. Cito “La visión del mundo, la ciencia, el escritor y la novela”, donde plantea que los novelistas tienen dos opciones: o se quedan en la nostalgia de los que piensan que toda experimentación posible ya fue hecha, o aceptan lo que llama “el desafío contemporáneo” de expresar literariamente la complejidad del mundo en que vivimos, “iluminando zonas oscuras de la identidad del ser humano actual, escudriñando los abismos del ser a donde la fragmentación del mundo nos ha aventado como el instante en que una catedral explota”. ¿Ese llamado sigue vigente? En eso seguimos, en eso vivimos. Va cambiando la forma de la catedral, la velocidad en que explota, las personas que son afectadas. Tiene que ver con explosiones sociales que se han dado, que se siguen dando y de las que hay que dar cuenta.

Esa visión de la sociedad que tiene está fundada en la filosofía, según novelas como “Tarzán y el filósofo desnudo”. ¿Por qué Tarzán es tan importante para usted como Derrida? Mi madre trabajaba como maestra en un pueblo muy pequeño del Valle del Cauca, donde no había cine. Un día alguien fue con un proyector, en una sala apagaron la luz y empezaron a proyectar una película: “Tarzán, el hombre mono”. Estaba allí por alguna razón, y surgió el amor y mi visión filosófica inspirada en Tarzán, el hombre que vive al mismo tiempo en la selva, en lo primitivo y en la cultura del Londres más culto.

En esa obra ironiza sobre el conocimiento, porque eso de “ser inteligente todo el tiempo es una crueldad con uno mismo y con los demás”. A usted toda la vida le tocó ser más inteligente que el promedio, un sabio, así no le guste que se lo digan. ¿Eso cansa? Eso cansa mucho. Cansa porque cuando estás descubriendo algo, cuando estás interpretando algo de una manera diferente, estás consumiendo mucho material, digámoslo biológico, es un proceso de concentración en el fenómeno que estás estudiando, que va creciendo y va creciendo hasta el agotamiento. Pero esa reflexión también tiene otro sentido, y es que muchas personas no tienen aprecio por las ideas, por la sociedad, por el pensamiento, por el descubrimiento de cosas.

Cumplió 86 años, y no deja de pensar, de escribir para generar pensamiento y cultura. ¿Cómo persiste a estas alturas? Lo que me facilita hacer eso es tener un centro de interés muy fuerte, que es precisamente descubrir cosas para escribirlas como sociólogo o como escritor. El descubrir es lo que lo mantiene a uno en un estado de tensión creativa hasta lograr la comodidad de lo que uno quiere decir, lo apunta y viene un período de descanso para ver a los amigos, oír música, o lo que sea, y después vuelve a empezar el proceso.

Está terminando otra novela que tiene que ver con las haciendas y las familias que poblaron el Valle del Cauca. ¿Otro viaje a sus raíces? Trata de la estructura social que se generaba desde las pequeñas haciendas de la Colonia, porque mi madre proviene de una de esas haciendas, y conocí una cuando era niño. Mi madre me explicaba como maestra cómo se construía la vida a partir de familias que se reproducían entre ellas mismas, una cosa muy endogámica que empezó a producir degeneraciones fisiológicas, como la sordera. A ella la afectó desde joven. Entonces me puse a estudiar qué es ser sordo, una enfermedad radical que te deshumaniza. Ese es el centro de la novela a partir de una familia muy grande que salió de allí y sufre distintos efectos.

Su lema es “Escribir para vivir, para ser, ser para escribir”. ¿Esa misión ya está cumplida? No, sigo pataleando. Escribiré hasta cuando se me acabe el material o ya biológicamente no pueda.

El aporte de Rodrigo Parra Sandoval a la investigación social y a la educación en Colombia. Libros sobre la educación: “Bases sociales para la formación a distancia de los maestros colombianos” (1980), “La profesión de maestro y el desarrollo nacional en Colombia” (1981), “La educación popular en América Latina” (1984), “La educación superior en Colombia” (1985), “La escuela inconclusa” (1986), “Los maestros colombianos” (1986), “Elementos para un diagnóstico de la universidad colombiana” (1988), “La universidad a la deriva” (1988), “Pedagogía de la desesperanza: la escuela marginal urbana en Colombia” (1989), “La calidad de la educación: universidad y cultura popular” (1992), “La escuela violenta” (1992), “La fuga de la ilusión: diario de cinco normalistas” 1993), “Escuela y modernidad en Colombia” (1996), “La escuela vacía” (1994), “Proyecto Atlántida” (1995), “La escuela nueva” (1996), “Escuela y modernidad en Colombia” (1996), “La cara oculta de la escuela: la realidad en las escuelas del Tolima” (1997). “Innovación escolar y cambio social” (1997) y “Proyecto Génesis” (1997).

Su aporte a la literatura colombiana. Rodrigo Parra Sandoval ha publicado estas novelas: “El álbum secreto del Sagrado Corazón” (1978, con ediciones en México y Colombia), “Un pasado para Micaela” (Bogotá, Plaza y Janés, 1988), “La amante de Shakespeare” (Bogotá: Plaza y Janés, 1989), “La hora de los cuerpos” (Bogotá, Plaza y Janés, 1990), “La didáctica vida de Aníbal Grandas” (1990), “Tarzán y el filósofo desnudo” (Bogotá, Arango Editores, 1996), “El don de Juan”, Premio Nacional de Novela 2002, Museo de lo inútil (Bruguera, 2007), “Faraón Angola” (2011), mención de honor en el Premio Casa de las Américas, “Voto de tinieblas” (2012), eLibros Editorial, Ediciones B y ahora reeditada por el Fondo de Cultura Economica en Colombia”, “Los bolsillos de Herbert Wolff” (eLibros Editorial, 2012, Trilogía sentimental” (eLibros Editorial, 2013) “El extranjero subrayado” (eLibros Editorial, 2013), “Vow of Darkness” (eLibros Editorial, 2013, traducción al inglés, Kieran Tapsell, de la novela “Voto de tinieblas”). 

*Periodista. Magíster en escrituras creativas. Docente universitario  de periodismo y literatura. 

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