MÉDICO HERNANDO RAFAEL PACIFIC GNECCO

Por: Hernando Pacific Gnecco*

¿Qué, sino una dimensión intangible y relativa, es el tiempo? Esa cuarta dimensión, como la denominan, ha sido eterno misterio para filósofos y científicos. ¿Cuál es, pues, su naturaleza? La migración de peces y aves, la vida de las especies vivientes y las de enormes galaxias están ligadas a una implacable clepsidra. Cada civilización midió este fenómeno según creencias y necesidades, en función de los ciclos naturales. Inicialmente, el tiempo se partió en estaciones y después en meses. El día se fragmentó en horas, posteriormente en minutos, segundos, centésimas y milésimas; hoy vamos en millonésimas de segundos y cada día buscamos mayor precisión y exactitud. Ahora, la vida actual exige esas infinitas e intrigantes fracciones de tiempo.

Los grandes museos poseen bellas y apasionantes colecciones de instrumentos para medir el tiempo, desde primitivos relojes de sol hasta los atómicos de altísima precisión, que en su momento han suplido necesidades específicas. Hathor dice presente, y los artistas relojeros han firmado sublimes piezas de colección que adornaron por igual lujosos palacios y modestos hogares; todos dependemos del tiempo y su medida, siempre hemos necesitado un reloj. Hoy, los catálogos desgajan por igual bellezas impactantes y corroncheras insufribles; todo cabe y vale, pues gustos infinitos hay como arena en el desierto.

¿Cómo ha percibido el tiempo la humanidad, como lo ha medido y para qué le sirve hacerlo? Para las primeras civilizaciones, los ciclos naturales eran vitales para siembras y cosechas, igual que para rituales. El curso del día se medía, marcando los lapsos de actividades, alimentación y descanso; bastaba la sombra de una vara estacada en el suelo, que cambiaba de conformidad con la posición del sol y con las estaciones. Se combinaban ambas mediciones para sobrevivir sin contratiempos. A su vez, pescadores y nautas mercantes se guiaban por el sol y estrellas.

Tal vez, el reloj más antiguo es uno de sol atribuido al viejo Egipto, una vara que dividía al día en diez partes, y dos más para el amanecer y el anochecer, doce en total. Los imponentes obeliscos eran al tiempo relojes públicos y monumentos. Las clepsidras, relojes de agua en forma de vasija, eran importantes para ciudadanos y sacerdotes, dividían el día en 12 partes, y en las noches, los merjets determinaban la hora guiándose por la Estrella Polar. El calendario egipcio se basaba en las fluctuaciones anuales del río Nilo, estableciendo las temporadas agrícolas.

Impresionantes fueron los mesoamericanos; los hermosos calendarios maya y azteca se interpretan mediante una cadenciosa danza de matemáticos movimientos que determinan la aparición de estaciones, frío y calor, de lluvias y estío, de abundancia y escasez. Las pirámides, orientadas ceremonialmente, son claro ejemplo del sincretismo entre geometría, tiempo y ritual. La sombra de la serpiente emplumada Quetzalcóatl descendiendo por las escaleras de la pirámide de Kukulkán al inicio del equinoccio es un fascinante ejemplo.

Con el avance de las civilizaciones fue menester precisar los ciclos vitales; aparecen los primero relojes no solares, ya de arena, agua o fuego, bastante inexactos. El misterio irresoluto del mecanismo Anticitera parece indicar la existencia del primer reloj mecánico en la antigua Grecia, según la reconstrucción realizada por Mogi Vicentini en 2007.El primer reloj portátil fue el sechat egipcio de uso sacerdotal. En el siglo XIII, Alfonso X el sabio se interesó en mejorar la instrumentación de entonces para medir el tiempo. Los primeros relojes mecánicos surgen a finales del siglo XIII, enormes aparatos ligados a campanas para invitar a las ceremonias religiosas, que debían colocarse en torres y campanarios. El péndulo emerge gracias a los estudios cinemáticos de Galileo, quien nunca construyó reloj alguno.

Las maquinarias se redujeron, mejoraron en precisión y se hicieron portátiles; hermosos relojes de cadena destinados a los bolsillos de nuestros ancestros. El aviador brasilero Santos Dumont le pide a su amigo, el relojero francés Louis Cartier, adaptar un reloj de bolsillo para uso práctico durante los vuelos, que le entrega en 1904. No obstante, y más como lujoso objeto de joyería femenina, Patek Phillipe, en 1868, había creado un reloj de pulsera, poco práctico. Tan importante es un reloj de pulso, que además de ser imprescindible (todos tenemos al menos uno, y aparecen en todas partes), la Nasa escogió al Omega Speedmaster Professional como el reloj oficial para el Programa Apolo.

*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista hernandopacific@hotmail.com

TEMA ENLAZADO: LA RELATIVIDAD DEL TIEMPO (II) —- LA RELATIVIDAD DEL TIEMPO (III)

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