Por: Hernando Pacific Gnecco*
“Rueda que irás muy lejos, vuela que irás muy alto. Torre del día eres, del tiempo y el espacio” poetizó Miguel Hernández.
El tiempo, misterioso y fascinante, es distinto para cada uno. De manera simplista, el tiempo se fragmenta en pasado, presente y futuro: el definido antes, el efímero ahora y el impredecible después. Los grandes filósofos han intentado comprenderlo. Aristóteles cree que tiempo y movimiento van de la mano; no existe el uno sin el otro. Para los romanos es cíclico. San Agustín identifica el pasado con la memoria, el presente con la atención y la espera con el futuro.
El tiempo es externo para Santo Tomás de Aquino; Newton creía en un tiempo absoluto y otro relativo. Bergson propone el ritmo de los procesos orgánicos, un reloj biológico. Heidegger, el alemán, plantea que la infancia, la juventud, la madurez, la senectud y la muerte se articulan continuadamente en el ciclo vital del individuo. Para los hindúes, el tiempo fluye en grandes ciclos, las yugas. En el budismo, la Gran Tarea, asunto central de nuestra vida, es armonizarnos con el tiempo.
Según la física clásica, es una magnitud fundamental divisible en partes iguales y, consecuentemente, medible de manera igual. El patrón de referencia actual es el segundo, existiendo otras unidades de medición: desde centurias a millonésimas de segundo. Existen otros referentes: por ejemplo, el nacimiento de Cristo, punto cero de nuestra era. La mecánica clásica, la relativista y la cuántica tienen conceptos disímiles.
Para Einstein, el tiempo absoluto es inaceptable. ¿Existe la irreversible flecha del tiempo, propuesta por Eddington? ¿Es posible regresar el tiempo, o viajar hacia el futuro? ¿El dejà vu es real? Preguntas así o más difíciles han devanado los sesos de intelectuales y científicos. El historiador procura ordenar secuencialmente los acontecimientos; la cronología permite percibir mejor los episodios remarcables, pero la historiografía no es solamente el ordenamiento sucesivo de hechos. Aquellos navegantes pioneros que se salieron de los ríos y se apartaron de las costas para adentrarse en los ignotos mares marcaron bellos hitos. Creta estableció su talasocracia –el gobierno de los mares del Rey Minos-, que los poemas homéricos mitifican.
Hay fascinantes historias: el viajero Ulises, los argonautas, las playas de Troya… Es la brújula procedente de la China más otras técnicas astronómicas (astrolabio, ballestilla y cuadrante) y la cartografía lo que permite realizar viajes más audaces: la Tierra dejó de ser plana. La posición en el globo terráqueo y la medición del tiempo –bastante imprecisa por esas calendas- determinaban el curso (tiempo, distancia y velocidad) de viajes cada vez más lejanos que permitieron la llegada de Colón a las Indias Occidentales, la audacia de los portugueses y la competencia marítima de ingleses, franceses y holandeses, que materializó la presencia de los europeos en todo el orbe. El mar que separaba se vuelve el camino de encuentro.Precisar la latitud era fundamental para calcular el tiempo y la posición: con el telescopio, el sextante y el cronómetro que sustituía a las ampolletas -especie de relojes de arena- se corregían las enormes diferencias en la determinación de la posición geográfica y, con ello, la precisión horaria. Se dejaba atrás la navegación astronómica y observacional para entrar a una etapa instrumental de mayor veracidad, fundamental para el comercio en términos de ubicación, tiempo y dinero. Hacia el siglo XVII, España ofrecía una pequeña fortuna para inventar un cronómetro; Inglaterra prometió recompensa a quien determinara la longitud geográfica en el mar con una precisión de 60 millas; ello significaba cuatro minutos en seis semanas, algo admirable para la época. John Harrison, tras largos años, produjo los primeros cronómetros “transportables”, aparatos con más de 30 kilos de peso.
Con sustanciales mejoras, a mediados del siglo XIX se contó con cronómetros livianos, económicos, confiables y precisos, esenciales para determinar la posición geográfica. Sextante, cronómetro y almanaque náutico estuvieron presentes hasta mediados del siglo XX en la navegación astronómica; ya se podía determinar con exactitud la ubicación, distancia y tiempo de viaje. Dominados estos misterios marinos, el hombre sueña ahora con ascender a los cielos. Los hermanos Wright en Kitty Hawk (Ohio) y el brasileño Alberto Santos Dumont en París casi simultáneamente desafían la gravedad y, desde entonces, el tiempo será otro, determinante para la vida actual y futura.
*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista hernandopacific@hotmail.com
TEMA ENLAZADO: LA RELATIVIDAD DEL TIEMPO (I) —- LA RELATIVIDAD DEL TIEMPO (III)